Es evidente que los avances tecnológicos logrados por el ser humano, así como el desvelamiento de muchos misterios del mundo natural, se deben al popular método científico. Esto nadie lo pone en duda. Sin embargo, la cuestión fundamental es la siguiente: ¿Puede dicho método, basado en la concepción naturalista de que la naturaleza se ha creado a sí misma, dar respuesta a todas las preguntas?
¿Es capaz la ciencia de explicar satisfactoriamente las cuestiones que plantean los orígenes? ¿No existen huecos en la realidad que la narrativa naturalista es incapaz de abordar? Por ejemplo, cuestiones como las siguientes: ¿Es la Biblia la revelación de Dios? ¿Convirtió Jesús el agua en vino en aquellas bodas de Caná de Galilea, según relata el evangelista Juan? ¿Curó a los ciegos y a los leprosos? ¿Resucitó después de muerto? ¿Se apareció a sus discípulos? ¿Son estos milagros una sarta de mentiras porque no resulte posible aplicarles la metodología de la ciencia?
Ni el método científico puede explicarlo todo, ni la apelación a la existencia de un Diseñador inteligente tiene por qué constituir siempre una falacia.
El principio del naturalismo asume que en la cadena de causas naturales que se dan en nuestro mundo no hay lugar para agujeros extraordinarios e inexplicables. De esta manera, elimina automáticamente la libertad de considerar seriamente dichos huecos en el nexo causal de la naturaleza. Sin embargo, decir que un determinado evento fue producido por un proceso que está más allá del alcance de la investigación científica, puede en sí mismo ser una afirmación científica, o al menos una afirmación metacientífica que la ciencia debiera tomar en serio.
No creo que sea justificado suponer siempre que todos los agujeros en las explicaciones extraordinarias deban poderse llenar mediante causas naturales.
A pesar de las manifiestas bondades del naturalismo metodológico para estudiar la inmensa mayoría de los fenómenos naturales, creo que se ha convertido para algunos en una enfermedad intelectual de nuestra época. Una patología que les lleva a creer que la ciencia es la única forma válida de conocimiento. Ni la religión, ni la filosofía, ni la literatura, ni el arte, ni la música se atreven a realizar una afirmación semejante. Pero un sector importante del mundo científico sí lo hace y lo defiende vehementemente. Autores como Richard Dawkins, Stephen Jay Gould, Michael Ruse, George Gaylord Simpson, Paul Davies, Stephen Hawkins y otros muchos, ante la pregunta:
¿cómo se originó y desarrolló la vida? responden que la única explicación verdadera es la evolución naturalista, ya que ésta es la conclusión de un argumento científico basado en la evidencia empírica.
Sin embargo, esto no es así.
La evidencia empírica en que se basa la teoría de la evolución es en realidad bastante débil. Ya lo era en tiempos de Darwin, pero hoy, con los recientes descubrimientos de la ciencia actual, el darwinismo se ha quedado sin respaldo. La elevada complejidad de casi todos los sistemas que caracterizan a los seres vivos no se puede explicar mediante pequeñas mutaciones al azar, elegidas o no por la selección natural, aunque se les concedan millones de años. Como escribe William A. Dembski, uno de los máximos proponentes del DI:
Lo que catapultó a Darwin a la fama fue proponer la selección natural como diseñador sustituto. Al hacer esta propuesta, Darwin perpetró el mayor timo intelectual en la historia de las ideas. (Simmons, G., 2007,
Lo que Darwin no sabía, Tekmerion, p. 12). En efecto, ¿cómo puede la selección natural resultar tan inteligente? ¿Cómo un proceso ciego que es acompañado por otro proceso ciego (las mutaciones accidentales) es capaz de producir diseños que superan con creces la capacidad humana para diseñar?
Todo lo que la selección natural es capaz de hacer, según puede comprobarse en la naturaleza, es reducir la variabilidad de los cambios al azar eliminando a los menos aptos. Esto ocurre según lo que el medio considera adecuado en el momento presente, pero sin ningún tipo de previsión de futuro ni planificación alguna. Por tanto, la selección natural no es inteligente ni puede sustituir jamás a la inteligencia.
¿Qué ocurriría, por ejemplo, si la microbiología no hubiera encontrado nunca microorganismos o virus para justificar que son la causa de las enfermedades infecciosas? Pues algo parecido ocurre con el darwinismo. ¿Dónde están las pruebas de que la selección natural pueda crear las complejidades de la bioingeniería que ostenta el mundo natural o los cambios necesarios para la evolución a gran escala de los seres vivos? Sencillamente, no existen. El principal problema del darwinismo es que no puede ofrecer explicaciones detalladas que puedan ser puestas a prueba, de cómo pudo surgir cualquier complejo sistema biológico. Lo único que se ofrece son hipótesis indemostrables o historias fantasiosas de transformación en escenarios idealizados y muy alejados de la realidad biológica actual.
Como no existen tales explicaciones, lo que se suele afirmar generalmente es algo así: “la evolución debió seleccionar las moléculas más adecuadas para su función biológica concreta”. Y con semejante “argumento”, el dios tapa-agujeros pasa a ser la
evolución tapa-agujeros. Se recurre a ésta para “explicar” fenómenos que los hechos no corroboran o de los que se carece de pruebas objetivas. Los filósofos llaman a esto “razonamiento circular” y también “petición de principio”. Mientras el naturalismo metodológico domine la ciencia no habrá forma de salir de este círculo vicioso, y la evolución naturalista será la única interpretación permitida.
No obstante, ¿qué inconveniente habría en realizar una confesión sincera de ignorancia? Ante la cuestión: ¿cómo se formó y desarrolló la vida? ¿Por qué no se podría responder con un no lo sabemos? Semejante respuesta no tendría por qué interpretarse como un fracaso de la ciencia, sino como un acto de honestidad intelectual ante un misterio que desborda la propia metodología científica. Si la realidad apunta a una causa inteligente en el origen de todo, ¿por qué ese empeño en querer explicarlo por medio de causas naturales no inteligentes? ¿No será que para enfrentarse adecuadamente a este problema de los orígenes hay que desprenderse primero del naturalismo metodológico? Dembski lo explica así:
El naturalismo metafísico asevera que la naturaleza es autosuficiente. El naturalismo metodológico nos pide por consideración a la ciencia pretender que la naturaleza es autosuficiente. Pero una vez que la ciencia es tomada como la única forma de conocimiento universalmente válida dentro de una cultura, se sigue que el naturalismo metodológico y metafísico llegan a ser funcionalmente equivalentes. Lo que necesita hacerse, por lo tanto, es romper el yugo del naturalismo en las dos formas, metodológica y metafísica. (William A. Dembski, 2005,
Diseño inteligente, Vida, p. 114).
Si lo que nos obliga a adoptar el naturalismo metodológico no es la evidencia empírica, sino el poder de una determinada cosmovisión metafísica, entonces hay que acabar con dicha cosmovisión.
¿Cómo es que el darwinismo sigue atrayendo a tanta gente culta, a pesar de la débil evidencia que le respalda? Sobre todo porque ofrece una explicación materialista de la creación que pretende eliminar la necesidad de Dios y de todo designio.
Lógicamente esto agrada a quienes no desean creer ni someterse a las demandas éticas de la fe. Pero, en realidad, “el darwinismo es un truco de magia realizado lo suficientemente lejos de la audiencia como para poderla sorprender… hasta que alguien comienza a repartir binoculares” (Dembski, 2007).
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