Siempre me ha llamado la atención la buena acogida que tiene y ha tenido la Obra de Tagore en España a lo largo de los tiempos, a pesar de que según nos relata el profesor Shyama Frasad Ganguly de la Universidad Jawaharlal Nehru de Nueva Delhi, la mayor parte de Occidente sufriera un desengaño mayúsculo con su pensamiento (expresado en el correspondiente rechazo en Europa), tras haberle otorgado la Academia Sueca el Premio Nóbel en 1913.
Sus ciegos seguidores opinan que fue debido a las traducciones del bengalí, y aunque no les falta razón, siempre eluden citar las consecuencias políticas y sociales que supondrían sus ideas. Quien ose someter a tela de juicio la Obra literaria de Tagore no saldrá bien parado, ya que en su conjunto es deliciosamente fantástica, aun así escritores de prestigio como Gabriel García Márquez y Octavio Paz no han dudado en criticarla; este último aseguraba que Tagore “es un gran artista pero no es un pensador”. Un pensador crea y busca un pensamiento nuevo y coherente, siendo a la vez todo lo discutible que se quiera y este no es el caso de Tagore. Entre sus ideas estaban las interpretadas por Ortega y Gasset, tomando como construcción epistemológica el nuevo humanismo bajo la orla de la razón vital, aplicada a las Obras literarias de Thakur. Si había un buen amigo del poeta indio en España, ese era Juan Ramón Jiménez, pero el único que se atrevió a hacer un análisis exegético profundo había sido Ortega, y gracias a él conocemos el error Tagoriano. Tagore había tenido como gran maestro a su abuelo Duarkanaz y a su padre Drebendranaz, que luchó contra el Protestantismo en 1845, ante el avivamiento de conversiones llevadas adelante por el Dr Duff, de la Iglesia Escocesa. Paradójicamente los estrechos colaboradores de Tagore serían Protestantes y de ellos no aprendió a hablar de su sol, de su cielo y de sus flores, si no más bien todo lo contrario. El artista indio había intentado buscar una religión sincrética que combinase al Creador con el hombre y resbalando pacíficamente se encontró con el nuevo humanismo para acabar en un claro PANTEÍSMO. La razón de que sus Obras fuesen tan bien arropadas en España, razón que por lo visto nadie se atreve a relatar, fue que el kraussismo o PANENTEÍSMO (del griego Pan- en- teismo-todo está en Dios-), había arraigado en este país con mucha fuerza. Tanto que había sido origen de la filosofía de la ILE (Institución Libre de la Enseñanza) y combinaba excepcionalmente bien con el culto por todo lo relativo a la infancia. Los niños serían motivo de veneración al igual que se reflejaba en las Obras Tagorianas de “El cartero del Rey” o “La Luna Nueva”. Estas ideas eran contingentes con las corrientes filosóficas Europeas, entre ellas el positivismo que se impuso en la segunda mitad del siglo XIX, pero también eran diametralmente opuestas a las doctrinas Protestantes y a la misma Biblia, que tanto había influido en Tagore. Esta postura PANTEISTA (Del griego PAn- teismo- Todo es Dios), fue atacada y tuvo un frente abierto formado por figuras como Emilia Pardo Bazán y Eugenio D´Ors, además de un buen número de periodistas y críticos. La Pardo Bazán, con buen criterio, afirmaba que emular su filosofía no era otra cosa que divinizar sus experiencias y emociones personales. Personalmente creo que todos sus errores se resumen en esta frase a lo que Ortega añade hablando de “El cartero del Rey”: “Todos los grandes espíritus han sabido escuchar... la alegría y el niño que llevamos dentro”. Cuando leí el libro de Tagore titulado “Cristo”, me di cuenta que Ortega tenía razón. El pensamiento Tagoriano no era nuevo y su panteísmo chocaba frontalmente con las palabras del mismo Jesús al afirmar en Juan 14:6 “Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida, nadie viene al Padre sino por mi” Nadie es perfecto, es cierto, pero ante tanta erudición literaria como hay en Tagore, es todo un enigma su frase “si cierras la puerta a todos los errores, dejarás fuera la verdad”. Me pregunto ¿qué verdad?
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