Vengo con el eco en mis oídos de tantas barbaridades que he escuchado; con una fotocopia en la retina de artículos leídos; con la desvergüenza de creerme conocedor omnisciente de unos personajes de aventura no diseñados por mi mente divagante: Esos Ulises que arriban a nuestras costas sin Penélopes que esperen hilando la rueca del hilo de Ariadna. Esos valientes y esas guerreras -esos guerreros y esas valientes- que ponen sus vidas al servicio de no sé qué providencia. Esos dramas andantes que aspiran hallar lo mismo que yo, con mucha desventaja; tragedias que sufren tragedia cuando lidian con esta trágica decisión existencial que me impide acarrear ladrillos y cementos, platos y cervezas, porque algo me impele a desarrollar unas adiestradas actitudes, por las que tuve que abonar no sé cuántos miles y sí sé cuántas horas.
Vengo de un pueblo que tuvo que emigrar a muchos lugares.
Vengo de unas islas cuyos habitantes partieron a Cuba y a Venezuela y que accedieron a humillarse a la Alemania industrializada. Un trozo de esta España que también padeció una guerra civil y que sufrió un cuadro de gripe democrática crónica para alcanzar el estado corporal que ahora luce.
Vengo de escuchar poemas y de degustar las quejas de muchos grupos musicales que gritan el dolor ajeno como propio.
Vengo de la oficina de empleo, de vagar con el currículum y sus clones fotocopiados. Tengo uno para cada ocasión y mucha paciencia.
Vengo de soportar otro programa de noticias que desvela cadáveres flotantes y me niego a reconocer que esos protagonistas no arriban a las ansiadas costas. Mis héroes y heroínas nunca mueren, son los mejores y “comieron perdices”.
Vengo de juzgar los hechos, los malos tratos de algunos, los ajustes de cuentas dentro y fuera de las etnias, la prostitución de algunas y de algunos, la mal llamada “violencia doméstica” que no se deja domesticar, las guerras del planeta, las injusticias sociales, las caridades, los intereses, la prensa rosa, las subvenciones, el público dinero y el privado.
Vengo de solucionar los problemas del mundo. Porque tengo un remedio para cada mal y una sonrisa para cada llanto, aunque a veces no puedo mirar esta cara en la que no me reconozco. ¿Dónde está quien fui y lo que quise ser?
Vengo de pisar al vecino porque tengo prisa por llegar a mis cosas.
Vengo de negar unas monedas a un desconocido amigo que hoy habita por las calles y he olvidado la parte del trayecto que con él anduve.
Vengo de llenarme la tripa y vengo a tumbarme. Debo retomar el gimnasio y volver a las dietas. Estoy gordo y amorfo y esta ansiedad acaba con mis reservas de golosinas.
Vengo de conocer algunas particularidades de ciertas culturas que comienzan a inquietar mi tímida conciencia. No quiero imaginar lo que ha de haber detrás de cada muestra. Siento pánico impúdico.
Vengo de debatir y refutar, y compartir y desdeñar, y proponer y lamentar, después de algunos cursos, lo que no se soluciona tras dos vidas sucesivas.
Vengo de la introspección inspeccionándolo todo, porque necesito analizar para justificar mi existencia.
Vengo de la hipocresía, de la autosuficiencia, de lo más infeliz de la naturaleza humana.
Vengo de llorar cuando lloran Sierra Leona, Ruanda y Kenya.
Vengo a sonreír cuando tomo el té del saharaui y mis labios se queman para impedir estúpidas palabras que jamás podrán definir la cárcel que es Tinduf.
Vengo a festejar que las personas de Marruecos, Argelia, Túnez y Egipto, disfruten de sus sueños más allá de sus fronteras; canto al son del tambor y se me para el ritmo cuando se muestra con sencillez la causa del “efecto rebote”; siento dolor en Senegal y en Gambia y en Nigeria.
Vengo de padecer en las Guineas y en Camerún y entre los barrancos de África entera. Bailo, con mis evidentes limitaciones, la cumbia y el vallenato, la salsa y el merengue, poniendo buena cara y sensual cimbreo a unas desapasionadas bajas pasiones, cuando observo en el ejemplo de otros y otras lo que viene a ser el patriotismo: mostrar con alegría lo bueno de la patria. Y yo, quejándome de España y de tantos españoles.
Vengo de Los Andes y de todas sus mesetas cansado de un camino turbulento, mientras los niños y las niñas malgastan los minutos para abonar los impuestos de sus propias supervivencias. Y el cóndor ya no pasa cuando planea el águila mezquina.
Vengo de palpar que América Latina ondea sus tragedias, al son de tantas injusticias encaramadas en corrupciones orquestadas, con las manos de los que se creen dioses sabiéndose humanos.
Vengo de Israel y de Palestina, de Turquía y de los Balcanes, de Rusia y de Indochina, de Mongolia y de Pakistán, de Afganistán e Irak ensangrentados, de la India y de las islas del Pacífico, del Índico y de Australia, del Mar de China y del Mar de Japón, de Indonesia y de Filipinas.
Vengo de algunas dictaduras y de fuertes presiones que causan represiones y tantas depresiones.
Vengo de Brasil creyendo en un futuro -y en un Amazonas- cuando apenas queda poco en que creer.
Vengo de vuelta -le digo a los amigos- y mi cabeza no para de girar en torno a todo esto que vivo detrás de lo que aprendo. Y algunas realidades no dejan impasible.
Vengo a rendirme, a pedir una tregua, a insistir en que no tengo derecho a tanta queja.
Vengo a colaborar, no sólo a laborar. Quiero aceptar el compromiso.
Vengo a pedir perdón por mis prejuicios. Por la poca coherencia que encubren mis apariencias.
Vengo a buscar al hombre y a la mujer, al cansancio que trabaja, a la anciana y al anciano, a los niños y a los jóvenes, a los huérfanos y hambrientos, a los presos y a las viudas, al nacional, al extranjero, al regional, al emigrante, al local, al refugiado.
Vengo a dejar la carpeta y los cuadrantes, las estadísticas y los papeles para poner las “manos a la obra”.
Vengo a dejar frivolidades y argumentos, a remangarme y a mojarme sólo hasta el corazón.
Vengo a vengarme de mí mismo por tanto solipsismo.
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