Pues bien, esta mañana, cuando me aprestaba a comenzar mi artículo para Protestante Digital, tenía en mente escribir sobre algo a lo que le he venido dando vueltas en mi cabeza en los últimos días; no obstante, al revisar el buzón de mi correo electrónico, me he encontrado con una carta que me ha hecho cambiar el tema. Y un poco imitando a José Luis, he querido contestar desde el corazón a mi amiga quien, en la parte medular de su nota, me dice:
Mi querido Eugenio... te había escrito una carta larga, pero algo pasó y no se fue... parece que te adjunté un archivo que no se puede enviar... bueno... la verdad es que necesitaba un amigo y tú siempre lo has sido... yo no acostumbro hablar de mis cosas y mis dolores, pero siempre hemos tenido una conexión especial.
Estoy pasando por un período tremendo... tengo mucho miedo de lo que denominan depresiones... no sé si es pena, miedo, dolor profundo o todo junto... fueron 27 años trabajando día a día... y hoy estoy desorientada... ya no doy más con tratar de mantener una actitud de fuerza... bueno amigo, esta salió mucho más corta, pero me sirvió para liberar un poquito mi corazón... Un abrazo Euge... Anamaría
Mi respuesta:
Querida Ana María: En lo que a mí respecta, de todos los males que le pueden caer encima a una persona, al que más le temo es a la depresión. Si dejas que te atrape, costará conseguir que te suelte (y la depresión tiene la mala fama de terminar llevando a sus víctimas al suicidio); por eso hay que luchar contra ella desde que empieza a manifestarse.
En la situación personal que me describes, pareciera no tener nada que ver el factor hereditario que, según los psicólogos, interviene con frecuencia en la creación de nuevos deprimidos. Tú parecieras estar viviendo una cuestión más bien existencial originada en la forma un tanto brusca en que te viste marginada de la actividad laboral. (Esto, permíteme que lo señale como un paréntesis, lamentablemente es algo tan común en el día de hoy. La prensa de esta mañana trae la noticia que en los últimos seis meses en los Estados Unidos se han perdido 438.000 empleos, pero varios analistas dicen que estas estadísticas no hacen otra cosa que enmascarar la situación que sería mucho más seria de lo que aparenta. La nota de prensa no habla de cifras acumuladas.) En ti, el efecto quizá ha sido mayor que el que se da en otras personas. Nadie reacciona de la misma manera a un estímulo o a una falta de estímulo externo. En tu caso, sospecho que la situación se ha agravado porque todavía eres una persona joven con fuerzas físicas y mentales para seguir siendo productiva aun por mucho tiempo. El salir del campo laboral tiene sus implicaciones, una de las cuales es la soledad. La soledad respecto de los compañeros de trabajo, respecto de los clientes, respecto de la gente con la que alternas en la calle sintiéndote parte de ese bullicio humano incesante.
Respecto de sentirte útil y sentir que otros te sientan igualmente así. Aunque tu equipo gane todos los partidos y salga campeón, no es lo mismo estar en la banca que en el campo de juego. Todo eso, o casi todo eso se termina cuando dejas de trabajar y te vas para la casa sabiendo que mañana y pasado mañana y el miércoles que viene, y el jueves y el viernes no vas a tener el estímulo de levantarte, prepararte, tomar un desayuno a la rápida y salir corriendo antes que se te haga tarde. Eso se termina y lo único que queda es un vacío de soledad que hay que buscar con qué llenarlo. El quedarte unos minutos más en la cama después de las seis de la mañana, algo que tanto deseaste cuando no podías hacerlo, ahora es una opción de todos los días, pero que, extrañamente, ha perdido de pronto su atractivo. Y la cama te resulta odiosa, desagradable. Intentas levantarte pero sabes que ya no tienes a dónde ir. Las horas transcurren lentas y las hojas del calendario se resisten a caer. Así es como empieza a cerrarse el círculo de la depresión.
Tu situación, querida Anamaría, se agrava porque tu marido, siendo también una persona que todavía tenía mucho por dar allí donde trabajaba, pasó por la misma experiencia solo que un poco antes que tú. Ambos se fueron con un dinero por concepto de indemnización que si bien sirve para algo, su mayor valor es sicológico. Te ayuda a pasar el trago amargo de la despedida. Tu marido, sin embargo, pareciera que asumió con una actitud más positiva la experiencia. Me dirás que sí y me preguntarás por qué él y por qué tú no. Y te contesto: por lo que te digo más arriba: las personas no reaccionan de la misma manera a una situación dada y, además, la edad suya, mayor que la tuya, lo ha predispuesto mejor para enfrentar el brusco cese de actividades.
Aunque con el correr de los años ustedes han sabido cimentar en muchos aspectos un hogar modelo, donde pareciera que las cosas no han funcionado del todo bien ha sido en la aparente falta de sintonía para organizar juntos su nuevo estilo de vida. Estando ambos en la misma situación, cualquiera supondría que harían planes para mantenerse activos, casi como si tuvieran que salir a trabajar cada mañana como lo hacían antes. Por un lado, y solo para mencionar unas pocas formas de vencer la inactividad física y mental, involucrarse más en las actividades del negocio sin duda que ayudaría. Contacto con los proveedores, con los clientes ya establecidos, con los bancos, visitas a compradores potenciales, estudio del mercado para una eventual diversificación del negocio podrían ser pasos oportunos en la dirección correcta. Por otro, imvolucrarse en programas sociales de la iglesia o de la comunidad donde viven les daría, también, oportunidades excelentes no solo para ocupar su tiempo en forma creativa sino que les abriría las puertas a un mundo insospechado de relaciones. En los Estados Unidos, donde la soledad es omnipresente y está intrínsecamente relacionada con las demandas de la forma de vida de este país, las iglesias son una tabla de salvación para millones de personas que, de otra manera, estarían inmersas en un horrible pozo de soledad. En la iglesia encontrarán personas que, como ustedes, están huyendo del mismo mal y que, por lo tanto, buscan desesperadas lo que ustedes también necesitan.
Tu esposo usó el dinero que recibió para dar ciertas comodidades a la familia. Y eso me parece bien. Tú usaste el tuyo para iniciar un pequeño negocio del que no me dices nada en tu carta. (Espero que la forma en que ha venido desarrollándose no sea otro factor que esté incidiendo en tus temores depresivos.) A poco de haberlo iniciado, me comentaste acerca del plan y te sentí muy animada. Sin embargo, en conversaciones telefónicas con tu esposo te mandé un recado en el sentido de que fueras cautelosa, que así como se estilan las cosas hoy día en el mundo empresarial y bajo la globalización que domina al mundo, ha quedado suficientemente claro que el gran capital tiende a absorber y a hacer desaparecer a los pequeños.
Si aún estoy a tiempo y mi consejo te resulta útil, procuren no endeudarse más allá de lo manejable. No caigan en el terreno peligroso de dejarse tentar por las ofertas de sus proveedores acumulando mercadería que no alcanzarán a vender antes de que empiecen a llegar los cobros. Mantengan el crédito en el mejor nivel posible. Procuren no distraer las ganancias en algo que no sea reabastecerse de mercadería, pagar las cuentas y capitalizarse. Hacer esto ayudará en forma significativa a derrotar el desánimo y la sensación de fracaso que acompaña a la depresión.
Alguna vez en el pasado, querida amiga, me escribiste para que orara por tu mamá a quien le habían diagnosticado cáncer. Me dijiste: «Como a ti te escucha Dios...». Y oramos por ella. Aunque ella ya no está con ustedes, Dios le prolongó la vida por un tiempo precioso que supieron disfrutar antes que se fuera. Ahora me escribes con el mismo ruego implícito. Hemos venido orando por ustedes en forma regular y lo seguiremos haciendo, más ahora que nunca. Pero déjame repetirte lo que te he dicho antes: Dios no tiene hijos predilectos, ni presta más atención a unos que a otros. Ustedes, es decir, tu esposo, tu hijo, tu hija, su esposo y tú nos admiran a nosotros por nuestra fe. Nosotros los admiramos también a ustedes. Y por la misma razón. Su fe. Y por la sinceridad con que procuran vivir la religión que han abrazado. Te cito un versículo de la Biblia que da base a esto que te digo:
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. Son palabras del salmista David, rey de Israel. Dios escucha, Anamaría, a mí tanto como a ti. No olvides, sin embargo, que lo que en realidad hace la diferencia es una relación personal con Jesucristo, quien fue quien murió para sernos una bendición permanente. Así lo entendió una mujer que en la Biblia nos deja una lección importantísima aunque no se provee de ella ni siquiera su nombre. Estaba enferma. Oyó que Jesús pasaría por su pueblo. Quiso salir a su encuentro y pedirle que la sanara pero cuando lo hizo, descubrió con desaliento que una gran multitud lo rodeaba. No había forma de llegar a él; sin embargo, entendió que no obtendría lo que buscaba con tanta ansiedad si solo se sumaba al grupo y se dejaba llevar por él. Entonces se abrió paso entre la gente hasta que llegó cerca del Señor. Estiró el brazo y tocó su manto. Estableció un contacto personal con Jesús quien en ese mismo momento detuvo su marcha. Hizo callar a la multitud y preguntó quién lo había tocado. La mujer confesó haber sido ella. Jesús la miró con gran compasión y le dijo que se fuera a casa, que estaba sana y también salva. Lo importante, querida Anamaría, es establecer una relación personal con Jesús. Entonces sentirás su consuelo, su cariño, su apoyo y verás cómo la enfermedad huye derrotada. Busca la Biblia que tienen en casa y empieza a leerla. Los Salmos del rey David podrían ser un buen comienzo.
Estás preocupada por tu hijo y por el mal que le aqueja. Deja de poner la vista en esa enfermedad y pónla en los tremendos valores que él tiene. Con esa desventaja cosmética (si es que podemos hablar de desventaja) o sin ella, llegará a ser lo que se propone. Tiene madera de triunfador. Cuando llegue a casa con su título bajo el brazo te sentirás infinitamente más orgullosa de él. Pero por ahora, necesita que su madre ponga su atención en lo que él es, no en lo que tiene o no tiene. Tu hijo se lo merece. Es un gran muchacho y será un gran hombre.
Y en cuanto a tu marido, sigue amándolo como él te ama a ti. Y todos juntos, amen al Señor. Y comuníquense con Él directamente. Ya te lo dije en una ocasión anterior: Jesús no requiere de intermediarios aunque se trate de la bendita y bienaventurada virgen María a la que todos amamos y respetamos. Él les escuchará también a ustedes y estará pronto a contestar sus ruegos cuando le hablen directamente, como el hijo que se dirige a su padre.
Tu amigo de siempre.
Si quieres comentar o