Sin duda, que cuando Dios lo estime oportuno derramará su poder y seremos testigos de ello, pero mientras tanto es peligroso pretender vivir como si siempre fuesen épocas de milagros. Si en la iglesia enseñamos un evangelio que enfatiza lo sobrenatural por encima de lo natural, a la larga vamos a dejar confundidos y desorientados a muchos creyentes, sobre todo cuando sobrevengan pruebas y sufrimiento. Hay iglesias que ignoran la clara teología del sufrimiento, y proponen teologías poco equilibradas bíblicamente para enfrentar el problema del dolor.
Se buscan, en exceso, esas experiencias sobrenaturales que llevan a tener encuentros poderosos con Dios. Se persigue al Señor para que realice multitud de milagros, sane a cientos de enfermos, convierta a miles de almas, envíe a ejércitos de ángeles y carros de fuego para protegernos de los enemigos, nos visite en sueños, nos derribe en el suelo, nos conceda multitud de profecías y revelaciones en la iglesia, nos provea milagrosamente de un coche, de un piso, de un trabajo, etc.
Lejos esté de nosotros despreciar todas estos fenómenos si Dios los envía a la iglesia, así como perder la fe en lo sobrenatural. Pero es necesario decir que lo milagroso no suele ser lo normal en la vida de la iglesia. Cuando a un creyente se le enseña a esperar siempre lo sobrenatural, llegaran momentos en que su fe se tambaleará porque la realidad de las cosas que está observando no corresponde con lo que sus líderes le han enseñado. Sucede, muy a menudo, que las profecías no se cumplen porque han sido dadas bajo un mero sentir humano; se ora y se ayuna por un hermano y se transmite la idea de que Dios lo va a sanar y luego muere; un creyente se queda en paro y sin medios económicos y acaba hundido porque siempre ha oído que Dios nunca va a permitir que sea pobre... Sucesos de este tipo provocan muchas crisis de fe por no tener una enseñanza sana, integral y equilibrada de las Escrituras sobre el tema de lo sobrenatural y el sufrimiento.
Un profundo estudio bíblico al respecto nos va a confrontar con la realidad de las cosas.
Que Dios trabaja con lo sobrenatural es innegable; pero que Dios se sirve más frecuentemente de lo natural es un hecho demostrado tanto en la Biblia como en la historia.
Comparemos los miles de años que han transcurrido desde Adán y Eva hasta nuestros días y nos daremos cuenta que las intervenciones milagrosas de Dios han sido efectuadas en pequeños periodos de la historia y de forma intermitente. Según los historiadores cristianos, desde la época de Jesús y los apóstoles hasta nuestros días no ha habido una continuidad de milagros, dones y experiencias sobrenaturales. Algunos dicen que la verdadera iglesia debe de asemejarse a la del N.T., no solo en calidad espiritual, sino en manifestaciones sobrenaturales.
Con lo primero todos estamos de acuerdo, con lo segundo, no tendríamos inconveniente en querer presenciar tantas señales como en aquel entonces; pero no podemos engañarnos; Dios, en su soberanía, no ha previsto que en cuestiones de milagros todas las iglesias en todas las edades sean como la iglesia primitiva. Alguno puede alegar que todo es cuestión de la fe que se tenga, y que si la iglesia actual no se parece a la primitiva es porque se ha perdido la fe en el poder de Dios. Bueno, este argumento queda totalmente derrumbado por aquellos creyentes e iglesias de fe firme y robusta que se han entregado por completo a la causa del evangelio y que durante años han sido fieles a la Palabra y no han visto grandes señales de Dios. Reconozcamos, pues, que Dios es soberano, y aunque es el mismo ayer, hoy y por los siglos, esto no significa que su programa sea el mismo en todas las edades: Dios decide liberar a los israelitas de la esclavitud de los egipcios enviando grandes milagros a través de Moisés, pero no decide lo mismo siglos más tarde cuando decide sacar del exilio babilónico a su pueblo por medios más naturales a través de Nehemias. En ambos casos se reflejó el poder y soberanía de Dios, pero de formas diferentes.
Asimismo, el Dios que saca de la cárcel por medio de un ángel al apóstol Pedro o por medio de un terremoto al apóstol Pablo, es el mismo Dios que permite morir decapitado a Juan el Bautista en la cárcel. Es el mismo Dios que hace algunos milagros para librar de atentados y de la pena de muerte a creyentes en países islámicos y permite que otros sean encarcelados, torturados y asesinados. Es el mismo Dios que sana de cáncer a un creyente y permite que otro muera de un ataque cardíaco. Podemos y debemos orar para que Dios efectúe milagros, pero recordando que en último término, lo que más debemos desear es que se haga su voluntad. Si pensamos que podemos decirle a Dios como y cuando tiene que hacer sus maravillas, entonces quedaremos decepcionados en muchas ocasiones. Sus pensamientos son más altos que los nuestros.
Como hemos señalado antes, aunque debemos esperar que, a veces, sucedan ciertos milagros, también debemos entender que Dios frecuentemente respeta lo natural. Por poner algunos ejemplos bíblicos podemos mencionar los siguientes: Jesús mismo, podía utilizar su poder, para evitar que los cuerpos físicos de la muchedumbre que le seguía se fatigasen, pero él ordena a sus discípulos que les den de comer no vaya ser que se desmayen en el camino (
Mt 15:32). Pablo zarpa en un barco rumbo a Roma (
Hch 27) para presentar su defensa ante Cesar; en su viaje tiene que sufrir todo tipo de inclemencias meteorológicas que afectan al estado de la mar y ponen en serio peligro a toda la tripulación y pasajeros de la nave. El apóstol podía haber orado con fervor a fin de que Dios calmase al instante la tempestad, pero no sucede así, él más bien, comprende cabalmente los peligros que implican la navegación en invierno y decide tomar las medidas pertinentes para ayudar a impedir males mayores: contribuir a aligerar la carga de la nave, mantener la calma entre los pasajeros, levantarles el ánimo, tener fe en Dios y exhortarles a comer para no desfallecer. Después de partirse el barco, todos se agarran a tablas y demás objetos útiles para salvarse. En todo el viaje, la providencia de Dios estuvo presente, pero no anuló los riesgos naturales que un viaje de este tipo implica.
Dios ha creado desde el principio un mundo que se rige por principios naturales y que ha sido afectado por las consecuencias del Pecado (catástrofes, enfermedad, guerras). Si lo sobrenatural es lo normal, entonces Dios se está contradiciendo y saltándose sus propios principios y las propias consecuencias del pecado. Pero como observamos cotidianamente, el sufrimiento no cesa, y por poner un caso, muchos son los cristianos que mueren por el SIDA contraído en sus vidas pasadas. Personalmente he sido testigo de ello al ver morir consecutivamente a cuatro creyentes que tenían el virus aunque en sus respectivas iglesias se oró y ayunó por ellos.
Esto no significa que tengamos que caer en el derrotismo renunciando a seguir orando y pidiendo sanidades; más bien el sufrimiento nos debe llevar a reevaluar nuestra teología para ver si se ciñe a la realidad de la vida. Si nuestra teología no coincide con esta realidad conviene abandonarla. De esta manera evitaremos muchas crisis y decepciones con el cristianismo.
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