Pocos días atrás, al andar saltando de canal a canal televisivo, me encontré que en una entrevista a quien fuera secretario de Gobernación en el tramo final del sexenio presidencial de Vicente Fox (2000-2006), Carlos Abascal, éste afirmase para respaldar su argumentación que el 90 por ciento de la población mexicana es católica. Por el alto puesto gubernamental que tuvo a su cargo por sus manos pasó información acerca de la diversificación religiosa existente en México, ya que la subsecretaría de Población, Migración y Asuntos Religiosos es una dependencia que forma parte de la secretaría de Gobernación, de la que fue titular. En ese carácter debió enterarse que de acuerdo con el Censo General de Población y Vivienda del año dos mil, 88 por ciento dijo identificarse con el catolicismo como su religión. Por lo tanto, si hace ocho años el porcentaje de católicos en el país ya era dos puntos porcentuales menor al 90 afirmado por Abascal, hoy su aseveración es fantasiosa porque la población católica de México está más cerca al 80 por ciento que al idealizado 90 por ciento.
En términos porcentuales la Iglesia católica en México tiene una clara, y constante, declinación en las preferencias religiosas desde hace casi seis décadas. Es a partir de los setentas del siglo pasado cuando el crecimiento de confesiones protestantes/evangélicas, sobre todo en su vertiente pentecostal, comienza a modificar el panorama religioso mexicano. Los ritmos de ese crecimiento han sido distintos en las regiones del país, pero siempre a la alza, incluso en zonas como el “cinturón del Rosario” (Guanajuato, Queretaro, Aguascalientes, Jalisco), así bautizada por Carlos Monsiváis.
En las entidades del sur-sureste del país la disminución de católicos alcanza niveles muy preocupantes para la jerarquía eclesiástica. Por tal razón es que uno de los obispos de esa región, Felipe Arizmendi, titular de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, ha llamado la atención sobre el tema en la reciente asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano, en el pasado mes de abril. En todos los estados que comprenden la República Mexicana el protestantismo ha crecido en las últimas cuatro décadas, como lo muestran los datos de los censos nacionales, pero en Chiapas el ascenso de la población evangélica/protestante entre 1970 y 2000 ha sido más que notable. En 1970 dicha entidad reporta 91.2 de católicos. Treinta años después las cifras son de 64 por ciento. En el mismo lapso los protestantes pasan de 4.8 a 23 por ciento.
Algunos consideran que el proceso de diversificación religiosa es una descatolización de México, y de ello, un dato sostenido con cifras, derivan distintas conclusiones que van desde la pérdida de identidad histórica, pasando por la vulnerabilidad cultural que eso representa, hasta culpabilizar a los conversos a credos
no católicos por enrolarse en religiosidades “contrarias a la idiosincrasia mexicana”, entelequia que nunca definen. Pero
cada vez tiene mayor peso la hermenéutica que concibe al crecimiento de confesiones distintas al catolicismo romano como resultado de la pluralización normal de las sociedades contemporáneas, en las que existe mayor intercambio de concepciones de la vida y la conducta. Por lo tanto, desde ésta perspectiva, el cambio sociorreligioso es una expresión del dinamismo social y de las transformaciones culturales en campos donde confluyen una diversidad de propuestas cognoscitivas y valorativas.
Es un hecho reconocido por la dirigencia del Episcopado Mexicano que el catolicismo de la gran mayoría de la población es superficial. Si se le pregunta a la gente acerca de su identidad religiosa, hoy alrededor de un 80 por ciento responde que nominalmente es católica. Sin embargo carece de compromiso cotidiano, o más o menos frecuente, con la fe que dice sostener. La situación la describe bien el antes citado obispo Felipe Arizmendi: “Un número importante de católicos lo son sólo porque fueron bautizados, participan ocasionalmente en celebraciones, y mantienen su devoción a Jesucristo, la Virgen María y los santos, pero desconocen su religión, son indiferentes y poco practicantes, no se acercan a las Sagradas Escrituras, no educan en la fe a sus hijos, no sacramentalizan su unión conyugal, y están a favor del aborto y la eutanasia”. Tal situación contrasta con los identificados con otras confesiones (por ejemplo la variada gama representada por los protestantes/evangélicos, testigos de Jehová, mormones, entre otras), quienes demuestran mayor involucramiento con las actividades de sus respectivas iglesias y grupos.
Una de las diferencias en la pertenencia a la Iglesia católica ó a las diversas iglesias de otras confesiones existentes en nuestro país, es que de la primera se es parte porque se nace en su seno, mientras que a las segundas se ingresa por conversión. Es una premisa de la sociología de la religión, demostrada en distintos lugares y circunstancias históricas, que los conversos tienen más interés y compromiso en la difusión de sus creencias que los evidenciados por quienes ingresan a una organización religiosa sin haber realizado conscientemente su elección.
Entre las distorsiones de sobredimensionar el porcentaje de católicos en México, que muy probablemente ahora ronde diez puntos menos que el mítico 90 por ciento, tenemos la proyección automática que gustan hacer varios clérigos de la Iglesia mayoritaria entre sus posiciones e intereses y los que ellos creen sostiene la mayor parte de, si no es que toda, la población católica mexicana. La verdad es que la cúpula clerical católica está lejos de representar los valores, esperanzas e intereses de ciudadanos que, identificándose como católicos, construyen sus opciones de vida sin los referentes doctrinales y éticos de quienes formalmente son sus líderes espirituales.
Todo apunta a que la sociedad mexicana continuará su proceso de acrecentamiento de la pluralidad religiosa. Un elemento a tener en cuenta en la reconfiguración de la nación, cuyo horizonte es de mayor diversidad por las opciones elegidas de sus habitantes.
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