Este parecido sólo podría explicarse, según se afirma, si se considera que todas estas especies proceden por evolución de un antepasado común que experimentó una evolución divergente y llegó a formar animales capaces de trepar, volar, nadar, galopar, excavar o tomar objetos respectivamente. Por tanto, estos órganos homólogos serían la prueba de un parentesco evolutivo con antepasados comunes. Esto es lo que todavía hoy se sigue enseñando en los libros de texto de enseñanza primaria, a nivel elemental, pero también en secundaria y en la universidad.
No obstante, cuando se examina el asunto con más detenimiento aparecen serios inconvenientes. Es verdad que tales órganos presentan una estructura interna parecida, pero su origen embrionario no es en absoluto el mismo. Por ejemplo, de los numerosos sectores o metámeros en que se divide el cuerpo de los embriones, las patas delanteras de las salamandras, se desarrollan a partir del segundo, tercero, cuarto y quinto; las del lagarto lo hacen a partir del sexto, séptimo, octavo y noveno metámeros, mientras que el embrión humano lo hace del trece al dieciocho, etc. (Chauvin,
Darwinismo, el fin de un mito, 2000: 219).
Muchos de tales órganos considerados homólogos se forman a través de procesos embrionarios que no tienen nada en común. Esto es lo que ocurre con el tubo digestivo de los vertebrados, con el riñón o con numerosos órganos de los insectos y de las plantas superiores. En contra de lo que escribió Darwin, la embriología actual demuestra que múltiples órganos considerados antiguamente como homólogos no derivan del desarrollo de las mismas partes embrionarias correspondientes. De esto puede deducirse que parecido no implica necesariamente un origen común o una filiación evolutiva y que, por lo tanto, el argumento de la homología queda muy debilitado o incluso eliminado.
LA EMBRIOLOGÍA DESCUBRE EL FRAUDE
Es lógico pensar que los órganos homólogos procedan siempre de las mismas zonas del embrión. Dicho de otra manera, órganos homólogos en los adultos, deben originarse a partir de las mismas regiones homólogas de sus correspondientes embriones. En la reproducción sexual un espermatozoide se une a un óvulo y da lugar a un huevo fecundado que se llama zigoto. Inmediatamente, esta célula inicia una segmentación que la divide, primero en dos células más pequeñas, después en cuatro, ocho, dieciséis, etc. Y así, hasta alcanzar el estado de
blástula. En este estado, numerosas células se disponen formando una esfera con una cavidad hueca central. La blástula se invagina sobre sí misma dando lugar a la
gástrula. Se trata de una bolsa especial formada por dos capas de células, el
ectodermo, la externa y el
endodermo, la interna. Por último, cuando la gastrulación ha terminado, aparece una tercera capa germinal, el
mesodermo que se interpone entre las dos anteriores.
Cada órgano y estructura del individuo adulto procede de las células de estas tres láminas. El sistema nervioso y la piel por ejemplo, se forman siempre a partir del ectodermo. El esqueleto y la musculatura proceden del mesodermo, mientras que el endodermo origina el tubo digestivo y las glándulas anexas. La explicación transformista al enigma de la semejanza entre los seres vivos de nuestro mundo no siempre satisface completamente. Aunque se intente presentar como la única respuesta científica, lo cierto es que dista mucho de serlo. Recurrir al hipotético antepasado común, no es científico. No es posible aplicar la metodología científica a un ser del que no se puede estar seguro, siquiera que haya existido. Y en los raros hallazgos de fósiles con posibilidades de ser considerados antecesores comunes. ¿Cómo estar plenamente seguros de que fueran ellos? Esa constante incertidumbre la vemos en la mayoría de las cuestiones que tienen que ver con los orígenes, se quiera o no reconocer.
Cuando se afirma que las homologías constituyen un argumento “de una rotundidad absoluta” a favor de la evolución, desde luego se está admitiendo como verdadero un principio indemostrable. No se puede comprobar que los seres vivos se parecen porque han evolucionado de un antepasado común. Podría haber sido así, pero la propuesta transformista no es la única posible. Si el origen de los seres vivos hubiera ocurrido de otra forma, seguramente ese otro proceso, tampoco sería accesible a nuestra metodología científica. Dando esto por supuesto podemos plantearnos la siguiente cuestión ¿Hay alguna explicación no evolucionista al problema de la semejanza? ¿Tienen sentido las homologías en el modelo creacionista?
La existencia de planes estructurales básicos en la naturaleza indica armonía y orden. Estas dos características coinciden con lo que cabría esperar en un mundo creado originalmente perfecto por Dios. Sería lógico, en tal concepción, que los animales y las plantas estuvieran correctamente adaptados a sus ambientes y que los que viven en hábitats similares presenten formas y estructuras parecidas. La homología no plantea problemas al modelo creacionista ya que lo lógico sería esperar semejanzas entre los organismos pertenecientes a los tipos básicos originalmente creados.
Si la hipótesis evolucionista propone la filiación, el planteamiento creacionista se refiere a la planificación por parte de un Creador inteligente. En la teoría de la evolución las homologías se consideran evidencias de un antecesor común; para la teoría de la creación, son evidencias de un único Diseñador.
Si los seres vivos de este planeta no tuvieran nada en común, si existieran cientos de miles de planes estructurales diferentes, si no se dieran las semejanzas y homologías entre los organismos, podría dudarse de la existencia de un Creador sabio. Viviríamos en un planeta caótico y discordante. Planes organizativos distintos requerirían, seguramente, ambientes muy diferentes. Es posible imaginar que ese sería un mundo de aislamiento e incomunicación.
Pero la biosfera en que habitamos hoy no refleja nada de eso. Se trata de un gran ecosistema abierto con innumerables interrelaciones entre los organismos y el medio ambiente. Disfrutamos de un mundo en el que imperan las comunicaciones y debemos relacionarnos para subsistir. Todo esto confirma la perspectiva de la fe, Dios, el Creador, diseñó el Universo con una finalidad de relación, de comunicación y convivencia entre todas sus criaturas.
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