Los cambios éticos y espirituales van junto con otros logros, como dar herramientas a las personas para que comprendan tanto su nueva fe como estén mejor preparadas para enfrentar la vida cotidiana. De ahí que Miguel
Caxlán desarrollara un programa de alfabetización, en el que participaban por igual mujeres y hombres.
Consciente de los costos que podrían pagarse a causa de un contexto sumamente hostil, Miguel Caxlán tuvo el cuidado responsable de dar enseñanza sobre los peligros latentes que rodeaban a los conversos. Es decir, les habló con la verdad, puso ante ellos y ellas un panorama posible pero al mismo tiempo enfatizaba que el Dios en que creían les fortalecería en todas las circunstancias.
Las palabras del líder y pastor reconfortaban a la congregación y la animaban a continuar con las tareas de evangelización por parte de cada creyente. En la práctica estaba diciéndoles que la obra es responsabilidad de todos y no solamente de unos cuantos que controlan a los demás.
A la lectura de la Biblia los líderes indígenas, Miguel Caxlán uno de ellos en forma destacada, le agregaron el estudio de la Constitución mexicana. De ahí que él haya decidido llevar a Pashcu para que presentara una denuncia penal por los ataques recibidos.
Ante la cerrazón de las autoridades tradicionales (y la complicidad con éstas de las mestizas y/o criollas estatales y federales), los indio(a)s evangélicos reivindicaron sus derechos humanos y constitucionales, que les garantizaban la libertad de creencias y su ejercicio. Dieron la batalla por la legalidad, una y otra vez denunciaron la opresión de que eran víctimas y evidenciaron la inoperancia de un sistema judicial que se negaba a hacerles justicia.
Antes que nadie en tierras de población predominantemente indígenas los evangélicos fundaron una organización que los defendiera de la persecución y sus agresores. En 1984 un grupo de indígenas y mestizos protestantes crearon el Centro Estatal de Defensa Evangélica de Chiapas, con el objetivo de “asesorar jurídicamente a los evangélicos del estado de Chiapas que desde hace 30 años han sido reprimidos y hasta expulsados de sus comunidades por su fe”. Diez años después el mundo conoció la ominosa realidad indígena mexicana por el levantamiento del Ejército Zapatista de Libración Nacional.
La historia de Miguel Caxlán se sigue contando en las iglesias tzotziles, su recuerdo y obra son resguardados y transmitidos a las nuevas generaciones de líderes que se preparan en el Seminario Bíblico que lleva su nombre, el cual se localiza en la colonia Nueva Esperanza, en San Cristóbal de Las Casas. En esa colonia, la primera creada por los expulsados de Chamula, saben que uno de sus principales fundadores murió martirizado, como enfáticamente dicen, “por causa del Evangelio”.
Hasta en su muerte Miguel dio testimonio de sus creencias, las que siguió y defendió sin reservas. La prensa de San Cristóbal de aquellos días reportó un hecho inusual, el caminar de un cortejo fúnebre nunca antes visto por las calles de la orgullosa ciudad: “La noticia del asesinato de
Jmol Miquel impactó a la Iglesia evangélica y a la comunidad coleta, los medios de comunicación hablaban del salvajismo con que se había cometido el asesinato y se unieron al clamor de justicia. El día del sepelio, el cortejo causó asombro a la gente porque se calcula que más de 5 mil personas acompañaron el féretro. A pesar de todo lo sucedido, el autor intelectual del asesinato, el cacique Javier López, no fue detenido y quedó impune. Las iglesias evangélicas de la ciudad, de diferentes denominaciones, se unieron en el dolor por la pérdida de un siervo de Dios distinguido por su fe, su lucha incansable y su valor”.
Las expulsiones de protestantes en Chamula tienen sus antecedentes a mediados de la década de los sesentas, como ya vimos antes. Las mismas arreciaron a partir de 1970, y a mitad de esa década se transformaron en un fenómeno constante.
Los indígenas evangélicos no olvidan que tuvieron que salir de sus poblados por la violencia ejercida contra ellos. Una muestra reciente de ello fue el acto masivo del domingo 31 de julio de 2005. Varios de los colonos originales de Betania y sus numerosos descendientes recordaron con un gran acto público los 25 años de fundación del lugar. La ceremonia al aire libre tuvo entre tres y cuatro mil asistentes, hubo varios estilos de música y el programa inició con la entrada al lugar de un contingente acompañado por una banda que interpretaba el himno
Firmes y adelante huestes de la fe, en una versión que le posibilita reconocer a uno la melodía original pero con adiciones propias de la sensibilidad tzotzil.
Hubo un recuento histórico y pasaron al estrado algunos de los que dirigieron dos décadas y media atrás el asentamiento de las primeras familias. Hubo varias menciones especiales a Miguel
Caxlán, se hizo un recuento detallado de su violento asesinato, y las lágrimas asomaron en los ojos de quienes le conocieron y tuvieron como líder en los años de las agresivas persecuciones. La memoria del mártir está viva. Hoy, de acuerdo con el propio censo de las autoridades del lugar, Betania cuenta con 628 jefes de familia, más o menos unos cuatro mil pobladores, diez veces más que el número original.
Al comparar las condiciones de Betania con las de otros asentamientos tzotziles donde domina la religión tradicional, diversos indicadores señalan que en la colonia de expulsados sus habitantes tienen más escolaridad, mejor salud, las mujeres son más respetadas y tienen funciones de liderazgo tanto en las iglesias evangélicas como en la vida del poblado, el alcoholismo ya no es el flagelo que representa todavía hoy en Chamula. Las casas y los espacios públicos dan muestra de que personal y comunitariamente sus habitantes invierten recursos para que mejoren constantemente.
En la Nueva Esperanza, el primer asentamiento definitivo a donde llegaron tras su forzado exilio de San Juan Chamula, los indígenas evangélicos
no olvidan los sacrificios y vidas que debieron pagar para alcanzar la libertad. Víctimas de la intolerancia más atroz, hoy dan testimonio de que ellos y ellas que fueron perseguidos saben respetar a quienes deciden tener una creencia religiosa diferente a la mayoritaria. Frente a la entrada principal de la Nueva Esperanza desde hace unos años existe una propiedad en la que vive un pequeño grupo de musulmanes. Entre la entrada mencionada y el asentamiento de seguidores indígenas del Islam, median más o menos unos cien metros. Es de subrayar que
no hay reportes de agresiones por parte de los indígenas evangélicos, que son miles, hacia sus coterráneos tzotziles musulmanes. Quienes iniciaron la misión islámica fueron unos españoles llegados a San Cristóbal de Las Casas hace una década. La variante que del Islam se está desarrollando pasa por las necesarias adaptaciones que hacen los indígenas de toda propuesta externa que deciden hacer suya.
Como en otras diásporas forzosas en la historia, obligadas por sus perseguidores, las que resultaron en las fundaciones de la Nueva Esperanza y de Betania –en ambas jugó un destacado rol Miguel Caxlán- son un recordatorio tanto de los costos de la intolerancia, como de la lucha de quienes defendieron su derecho a la diferencia y el respeto a sus derechos humanos, y al hacerlo ganaron espacios no solamente para sí mismos sino también hicieron avanzar el proceso democratizador de la sociedad en general.
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