Se entienden por
homología las semejanzas debidas a un ancestro común, mientras que las otras semejanzas que no se deben a un antecesor común constituirían la
analogía, o los casos de convergencia. El problema es que
esta distinción, aparentemente tan simple, está basada sobre un gran enigma. ¿Dónde está el ancestro? ¿Quién lo ha visto? ¿Qué caracteres poseía? Generalmente todas estas respuestas son negativas o dudosas, ya que aunque dispongamos de unos cuantos huesos petrificados no podemos estar seguros de que realmente pertenecen al ancestro que buscamos y no a otro. Nadie está en condiciones de certificar que en efecto, ese es el fósil de la especie ancestral que dio origen a las especies vivas que hoy observamos.
El gran especialista en peces fósiles, Colin Patterson, comenta al respecto: “Los fósiles pueden decirnos muchas cosas, pero algo que jamás pueden revelarnos es si fueron los antepasados de otro”. (Patterson,
Evolución, la teoría de Darwin hoy, 1985) Para explicar el misterio de la semejanza nos sumergimos en el misterio de la evolución. Intentar descubrir el hipotético grado de parentesco existente entre los organismos actuales, basándose en una comparación morfológica, es una tarea científicamente peligrosa que recientemente está llevando a acalorados debates en la comunidad científica. Los abundantes ejemplos de organismos que presentan formas o adaptaciones semejantes pero que se clasifican en taxones diferentes suponen un auténtico problema para la evolución. ¿Cómo explicar de manera satisfactoria las convergencias mediante la evolución? ¿Pueden las mutaciones filtradas por la selección natural dar cuenta de los múltiples casos de la llamada evolución paralela?
La bioluminiscencia es la propiedad de emitir luz que poseen ciertos organismos. Se han descrito varios peces, camarones, bacterias, almejas y algas dinoflageladas que presentan esta característica y que les resulta útil en el medio en el que viven. Desde el punto de vista evolutivo, habría que admitir que esta singular propiedad debió surgir muchas veces durante la historia de su desarrollo. Si el hecho de que ocurriera una sola vez, es ya estadísticamente harto difícil, ¿cómo explicar que las mismas mutaciones ocurrieran tantas veces en grupos tan distintos, lo que implica que ocurran en genes distintos y que además fueran viables? Esto es algo que no se puede demostrar.
Las alas que permiten volar a las aves actuales no son exclusivas de estos animales. Las presentan también todas las especies de murciélagos y vampiros que pertenecen a la clase de los mamíferos. Incluso aquellos famosos reptiles, los pterodáctilos, que se extinguieron en el pasado también disfrutaban de ellas y las utilizaban para desplazarse y atrapar a sus presas. ¿Puede el mecanismo propuesto por el neodarwinismo, explicar la aparición de la misma adaptación al vuelo, tres veces, y en tres clases distintas de vertebrados? Nadie explica cómo han podido estos animales pertenecientes a grupos con costumbres tan diferentes, seguir cursos de evolución paralelos. No existe base científica para interpretar bien los fenómenos de la convergencia.
Otro curioso ejemplo de paralelismo, entre los muchos que se podrían citar, es el que se da entre los dos grandes reinos: el vegetal y el animal. ¿Por qué es tan semejante el mecanismo de la reproducción? Observemos que tanto los animales como las plantas dependen para perpetuarse de la existencia de un ovario, con un óvulo en su interior que debe ser fertilizado por la correspondiente célula masculina, sea ésta polen o espermatozoide. Si la evolución hubiera sido el sendero que originó a los animales y a las plantas ¿Cuántos intentos fueron necesarios por parte de la selección natural o las mutaciones para inventar la reproducción?
El famoso periodista científico inglés de la BBC, Gordon Rattray Taylor, comenta en relación a este problema: “ La selección natural es insuficiente para explicar todos los aspectos de la historia de la evolución [...] es necesario considerar muy en serio la posibilidad de que una fuerza o proceso directivo trabaje juntamente con ella. No quiero decir con eso una fuerza de un género místico, sino más bien alguna propiedad del mecanismo genético, cuya existencia no se sospecha en este momento”. (Taylor,
El gran misterioo de la evolución, 1983: 133)
De la misma manera se pronuncia el eminente profesor de zoología Pierre P. Grassé: “A pesar de sus éxitos entre algunos biólogos, filósofos y sociólogos, las doctrinas que explican la evolución biológica no resisten una crítica objetiva hecha en profundidad [...] Nadie puede asegurar que la evolución consista en la adquisición de caracteres debidos al uso o a una influencia directa del medio. Nadie puede probar que los tipos, clases, órdenes, familias tengan mutaciones aleatorias de la misma naturaleza que las que sufren las plantas y los animales vivientes en todo tiempo y lugar. Nadie puede afirmar que los planes de organización son la obra de la selección natural” (Grassé,
La evolución de lo viviente, 1977) y un poco más adelante, se refiere a las mutaciones en los siguientes términos: “No temamos repetirnos, las mutaciones no explican ni la naturaleza, ni la ordenación temporal de los hechos evolutivos; no son proveedores de novedades; el suministro preciso de partes que constituyen los órganos y el ajuste de los órganos entre sí, sobrepasa sus posibilidades”.
Ninguno de los mecanismos evolutivos propuestos hasta el momento es satisfactorio para explicar el problema de las convergencias. La mayoría de las obras del evolucionismo ortodoxo se refieren a este asunto de pasada o simplemente lo ignoran.
Es conveniente decir, que para muchos otros investigadores, la existencia de estos paralelismos biológicos constituye una prueba de que hay un plan en la naturaleza. Un plan que evidencia semejanza en las estructuras que están destinadas a realizar las mismas funciones. Da igual que se trate de un pato, una rana o una nutria, todos poseen patas con membranas interdigitales, que les permiten nadar mejor. Cada uno de estos animales tan diferentes entre sí presenta idéntico diseño en sus extremidades con el fin de que resulten eficaces en el medio acuático en que viven.
En resumen, hasta ahora el problema de la semejanza sólo poseía dos respuestas: o los seres vivos se parecen entre sí porque descienden evolutivamente de un antepasado común, o bien estas semejanzas se deben a la existencia de un plan y una función para cada órgano diseñada originalmente por un Creador inteligente. Los últimos descubrimientos científicos ponen de manifiesto que la segunda opción es la que mejor se ajusta a la realidad.
La elevada información que contienen los genes y las maquinarias proteicas de los seres vivos tuvo que ser necesariamente planificada desde el principio con la intención de que los organismos fueran como son y funcionaran como la hacen.
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