Por tal razón, desde mediados de la década de los 60´s del siglo pasado, los cristianos evangélicos tuvieron la necesidad de organizar sus reuniones en el exilio. Desde distintos parajes del municipio de Chamula se concentraban en San Cristóbal de Las Casas, en lugares que solidariamente les facilitaban los evangélicos criollos y mestizos.
Una adolescente tzotzil, Pashcu (Pascuala) López Hernández, por invitación de su hermana llegó a una de las reuniones en la que fuera la antigua capital de Chiapas, ciudad erigida por los colonizadores españoles. Su testimonio nos da pistas muy importantes para adentrarnos en cómo desarrolló su pastorado Miguel
Caxlán: “”Desde el primer día que asistí a la reunión ¡me gustó mucho! Todo lo que hacían me parecía muy bonito; los cantos, el mensaje, la comunión, los consejos, todo me gustó mucho. El hermano que explicaba la Biblia era Miguel
Caxlán, originario del paraje Yalhuacash, municipio de San Juan Chamula. Él hablaba el mismo idioma que nosotros (tzotzil), por lo que podíamos entender claramente el mensaje que él impartía. Me gustó tanto el Evangelio que a partir de la primera ocasión que lo escuché seguí asistiendo a las reuniones cada domingo, aunque mi paraje estaba a tres horas de camino de la ciudad. En la iglesia aprendimos que Jesús había muerto en la cruz por nuestros pecados, porque nos amaba mucho. Yo experimenté un cambio en mi vida, sentía que todo lo que me rodeaba era nuevo y veía todas las cosas de diferente manera. Dejé de tomar
posh (bebida embriagante) aprendí que no debería tener temor del
Ac´chamel (brujo) y dejé de consultar al
J´ilol (curandero) porque Jesús podía sanar todas nuestras enfermedades… los sábados el hermano Miguel nos enseñaba a leer y me quedaba en la ciudad para estar en la reunión del domingo”.
Como Miguel Caxlán ya había experimentado represalias en Chamula por su conversión al cristianismo evangélico, tuvo cuidado de preparar a sus congregantes sobre la posibilidad de que lo mismo les sucediera a ellos y ellas. Así lo recuerda Pashcu: “El hermano Miguel nos decía que era posible que la gente de Chamula no nos quisiera por ser evangélicos y que posiblemente se desataría persecución en nuestra contra e intentarían matarnos o hasta quemarnos. También nos enseñó que si Dios no lo permitía, la gente no nos podría hacer daño. A pesar de la advertencia, sentía un gran deseo de contarle a la gente lo que Cristo había hecho en mi vida y siempre que tenía la oportunidad lo hacía sin temor”.
No pasó mucho tiempo para que Pashcu comprobara por sí misma lo anunciado por el pastor indígena. El 2 de agosto de 1967, cuando se encontraba en su casa, en el paraje Zactzú, cuidando a cuatro de sus pequeños sobrinos, la propiedad fue incendiada por indígenas anti evangélicos. En el despiadado ataque murió quemada una niña, otra más junto con un niño perdieron la vida a machetazos. Quedaron mal heridas Pashcu y su sobrina Angelina, de siete años.
Paschcu se salvó porque pudo huir en la oscuridad de la noche y ante la confusión que se desató en el lugar mientras la casa ardía en llamas. Huyó para recibir ayuda de otros creyentes y tras una penosa travesía logró llegar a la ciudad coleta. Ella así lo recuerda. “Como a las cinco de la mañana decidieron llevarme a San Cristóbal cargándome con mecapal; pero no quise que me cargaran y les dije que iría caminando. Caminamos por tres horas. A las 8 de la mañana llegamos a San Cristóbal a la casa del hermano Miguel
Caxlán, quien ya vivía en esa ciudad. Cuando llegamos ya me sentía muy mal, se me había hinchado la cara y casi no podía ver y me seguía saliendo sangre. El hermano Miguel
Caxlán me llevó primero al Ministerio Público, para hacer la denuncia porque también estábamos preocupados por los cuatro niños que habían quedado dentro de la casa. En el Ministerio me hicieron muchas preguntas y después de haberme tomado mi declaración me internaron en el hospital, como a las 4 de la tarde. Al revisarme los doctores encontraron que tenía 21 municiones alojadas en mi cara, cuello y brazos”.
Del testimonio de Pashcu se desprenden varias lecciones acerca del trabajo evangelístico y pastoral de Miguel Caxlán. Las reuniones por él dirigidas eran atractivas para los asistentes, de ahí que desearan regresar para participar de los cantos, testimonios y exposición de la Biblia. La comunión entre los congregantes era parte importante de la liturgia. Los indígenas vieron cómo uno de ellos, y no un “fuereño”, era quien tenía a cargo la predicación bíblica y lo hacía en su propia lengua, en tzotzil.
Para quienes todavía hoy sostienen que la obra evangélica es obra de misioneros blancos y occidentales, testimonios como los de Pashcu, uno de los miles que podríamos citar (que conocemos por investigaciones propias y de otros), muestran fehacientemente que la expansión protestante entre los indígenas es mayormente resultado del trabajo de creyentes indígenas.
En contraste con lo antes escuchado por los chamulas, La cristología de Miguel Caxlán enfatizaba la causa de la crucifixión y muerte de Jesús, por amor y redención de pecado. Comprender este énfasis es muy importante para explicar la expansión evangélica entre los pueblos indios. La cosmovisión de éstos es animista, con gran dosis de fatalismo. Para tener el favor de las deidades, es necesario hacer constantes ofrendas de todo tipo. Los seres divinos están permanentemente molestos y enojados, por lo cual hay que llevarles presentes y hacerles fiestas. En esta concepción no tiene lugar la imagen de un Dios que les ama y reconcilia con él. Por lo tanto la predicación que enfatiza la encarnación amorosa de Jesús causó un impacto tremendo en los indio(a)s. Esto responden cuando uno les pregunta sobre las razones de tantas conversiones en unas cuantas décadas.
El domingo que viene seguiremos reflexionando sobre el trabajo pastoral de Miguel Caxlán, sus enseñanzas y su testimonio.
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