Las represalias llegaron en 1965, cuando un grupo de indígenas evangélicos fue violentamente expulsado de Chamula. Desde aquel año y hasta finales de 1993, organizaciones de los creyentes protestantes contabilizaron más de treinta mil expulsados. Los de súbito desarraigados de sus tierras y hogares se refugiaron en iglesias evangélicas de San Cristóbal de Lasa Casas. Tras arduas negociaciones, a veces las autoridades tradicionales permitían el retorno de algunos expulsados, pero se mostraban implacables con los líderes, particularmente con Miguel
Caxlán, sobre quien cayó la sentencia de no regresar a Chamula, so pena de perder la vida. Miguel se las arregló para visitar a los creyentes, lo hacía en las noches, al amparo de la oscuridad, y con la protección de sus hermanos y hermanas en la fe.
Al confrontar la religión tradicional de Chamula, inevitablemente Caxlán y su grupo de creyentes evangélicos se convirtieron en disidentes políticos. Esto fue así porque el sistema cívico/político/religioso reinante en el municipio indígena era un todo, en el que estaban fusionadas las autoridades políticas y religiosas que frecuentemente eran las mismas. En la disidencia concurrieron indígenas protestantes, católicos y militantes de organizaciones sociales y políticas que buscaban abrir el cerrado sistema construido por el cacicazgo local con la complicidad de las autoridades estatales y federales. La unión de los modos de dominación local y su apuntalamiento por los gobiernos de la entidad y la federación forjaron un peculiar tipo de sociedad político/religiosa.(1)
La situación se polarizó en 1974. Grupos ya previamente confrontados acuden con sus candidatos a las elecciones por la presidencia municipal para el período 1974-1975. El bando caciquil postuló a un profesor de Chamula, Agustín Hernández. Por su parte los opositores se aglutinaron tras de Domingo Díaz. Lo novedoso fue que el candidato disidente logró levantar tres mil firmas de veinte parajes que lo apoyaban para presidir el municipio. Agustín Hernández hizo campaña con la promesa que de ganar expulsaría a todos los creyentes protestantes y católicos de la Diócesis de San Cristóbal. Se jactaba de tener a su lado “a los que venden trago, a los que toman cargo, a los que respetan la fiesta y hacen gasto”(2).
Tras dos elecciones fraudulentas, el 30 de diciembre de 1973 tomó posesión quien fue declarado ganador por las autoridades locales y estatales: el favorecido por el cacicazgo chamula, Agustín Hernández. Los descontentos padecen hostigamientos y algunos de sus dirigentes son encarcelados. El movimiento opositor busca apoyos externos, es así que en mayo de 1974 una delegación contacta al presidente del Partido Acción Nacional, José Ángel Conchillo, para crear un comité panista en Chamula. No es que los disidentes compartieran la ideología del PAN, sino que acudir a él fue una forma de oponerse al PRI, partido que respaldaba incondicionalmente al autoritario sistema chamula.
Los opositores resolvieron tomar el edificio de la presidencia municipal, acción que llevan a cabo el 13 de octubre de 1974. A la cabeza iban Checheb, el sacerdote católico llamado padre Polo, Miguel Caxlán, entre otros, apoyados por un grupo de estudiantes de la Escuela Normal de Mactumatzá. De inmediato son desalojados violentamente por el presidente municipal, Ángel Robles, del Departamento de Asuntos Indígenas y soldados que les acompañaban. Aunque en el movimiento opositor, y específicamente la toma de la presidencia, habían participado personas de distintas creencias religiosas y militancias políticas, Agustín Hernández usó como pretexto para movilizar a la población en contra de los opositores el argumento de que se trataba de “evangelistas” que tenían el plan de destruir el templo de San Juan, centro de la religiosidad tradicional chamula. Entonces se desató una campaña de expulsión de los identificados como protestantes, y católicos no tradicionalistas. Las acciones emprendidas contra los disidentes fueron extremadamente violentas.
En el movimiento coincidieron dos líderes evangélicos chamulas, el presbiteriano Miguel
Caxlán, dirigente reconocido tras una década de realizar trabajo pastoral bajo amenazas y ataques de los tradicionalistas; y Domingo López Ángel, inicialmente pentecostal, identificado con la Iglesia adventista. A partir de los acontecimientos de 1974 cada uno siguió estrategias distintas para defender a los indígenas evangélicos.
Caxlán continuó con sus tareas como pastor y creando espacios de refugio para los expulsados. López Ángel se fue más por el lado de las movilizaciones sociales, donde coincidió con agrupaciones políticas opuestas a los caciques chamulas.
En 1977 las expulsiones de Chamula alcanzaron tal dimensión, que Miguel Caxlán y otros líderes indígenas, junto con la solidaridad de misioneros nacionales y extranjeros, tuvieron que movilizarse para encontrar un lugar donde definitivamente se instalaran las familias que se encontraban refugiadas en templos y terrenos que no cubrían las condiciones para vivir de forma estable. Después de un tiempo de búsqueda hallaron un terreno de cuatro hectáreas en la salida norte de San Cristóbal. Con mucho esfuerzo de 185 familias expulsadas se juntó el dinero para comprar la propiedad, a la que nombraron La Nueva Esperanza. Esta fue la primera colonia fundada por los evangélicos chamulas. La segunda, Betania, vio la luz en 1980 y la conformaron expulsados que no querían estar tan cerca de la ciudad coleta, por lo que eligieron asentarse en un valle localizado en el municipio de Teopisca, como a 30-45 minutos de San Cristóbal por carretera.
Por su papel de líder, pastor y defensor de los evangélicos indígenas, Miguel Caxlán padeció muchos ataques por parte de los chamulas tradicionalistas. Él denunció esas acciones ante las autoridades estatales y federales cuyas sedes estaban en San Cristóbal. Las denuncias de la violencia sufrida por él y los miles de creyentes chamulas, fueron una y otra vez desestimadas, lo que fortaleció a sus perseguidores ya que se sabían impunes
. La historia de las persecuciones, y el correspondiente desinterés cómplice por tantas décadas de las autoridades mestizas y blancas, debe ser contada escrupulosa y detalladamente. Los evangélicos tzotziles así lo consideran, y por esta razón nombraron a una comisión para que documente minuciosamente esa historia. Las autoridades permitieron la barbarie porque en la práctica consideraron que los creyentes evangélicos carecían de derechos humanos, o por su apatía que explicaba todo como “cosas de indios” en las que es mejor no meterse.
Así como el líder martirizado se ganó el sobrenombre de
Caxlán por la razón que ya mencionamos, es necesario anotar que con más méritos se hizo de un título que le fue reconocido por los creyentes a los que pastoreó y defendió. Ellos, desde los primeros años de su ministerio lo comenzaron a llamar respetuosamente, en tzotzil,
Jmol Miquel, anciano Miguel.
Con amor y paciencia, de acuerdo con los testimonios de quienes él pastoreó, consolaba y daba palabras de esperanza a los tan cruelmente perseguidos. Hoy quedan algunos ancianos que lo conocieron y fueron ministrados por él, cuando uno les escucha hablar de quien fuera su líder no tardan en acompañar a sus palabras las lágrimas, pero son lágrimas de agradecimiento y gozo porque, como dicen ellos y ellas, la Iglesia sufriente salió victoriosa.
1) Al respecto consultar Jan Rus, “La Comunidad Revolucionaria Institucional: la subversión del gobierno indígena en Los Altos de Chiapas, 1936-1968”, en Juan Pedro Viqueira y Mario Humberto Ruz, Op. cit., pp. 251-277.
2) Gabriela Robledo Hernández, Op. cit., p. 61.
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