Si tomamos el ejemplo del perro, vemos que pertenece al género llamado
Canis, pero este género agrupa a otras especies distintas de los perros, como chacales (
Canis aureus) y coyotes (
Canis latrans) todas muy parecidas entre sí, pero que en estado natural no suelen cruzarse, y si se les cruza artificialmente, sus descendientes híbridos son estériles. En Europa, hay otros géneros equivalentes a
Canis como
Vulpes al que pertenece el zorro común (
Vulpes vulpes). Estos dos géneros, a su vez, se agrupan bajo la familia Canidae. Las familias se agrupan en órdenes. El que abarca a todas las familias sería el orden Carnívoros. Los órdenes se unen en clases. La clase Mamíferos incluye a todos los seres que amamantan a sus crías y tienen generalmente el cuerpo cubierto de pelo. Las clases se agruparían en
phylum, en éste caso el de los Vertebrados y los
phyla (plural de
phylum en latín) en un Reino, que es el Reino Animal.
Esta forma de clasificación es la que todavía utilizan los taxónomos de todo el mundo. Se trata de un sistema teórico basado en las semejanzas morfológicas entre los individuos. Con este criterio lo creó Linné. Sin embargo, cuando Darwin publicó
El origen de las especies asumió la clasificación linneana, pero dándole un nuevo enfoque con el fin de que concordase mejor con su teoría de la evolución. Para él, las clasificaciones debían ser verdaderas genealogías de los seres vivos, que reflejasen las relaciones evolutivas postuladas por su teoría. Los diferentes taxones no eran concebidos sólo como conjuntos que agrupaban a organismos parecidos, sino que debían considerarse como antepasados comunes a estos organismos. Y aquí es donde surge el problema. El modo de clasificar animales y plantas sigue siendo motivo de controversia entre los científicos.
La macroevolución se concibe como la evolución de los grupos con mayor categoría taxonómica. ¿Cómo han evolucionado, si es que lo han hecho, los phyla, las clases, los órdenes y las familias? ¿Puede la microevolución explicar las enormes diferencias que existen entre una sardina y un hombre? ¿Es capaz la selección natural de dar cuenta de la perfección del ojo del águila, del oído del murciélago, o del cerebro humano? ¿Hay algún hecho en la naturaleza que demuestre, sin lugar a dudas, que la evolución se ha producido realmente? Estas cuestiones nos conducen al terreno de la polémica y de la especulación.
Los seguidores de los principios de Darwin o neodarwinistas empezaron a afirmar, a partir de 1930, que la macroevolución era sólo un efecto de perspectiva de la microevolución. Según ellos, tanto dentro del nivel de la especie como por encima de él, la evolución se debió a la acumulación de pequeños cambios genéticos graduales dirigidos por la selección natural. Los mecanismos de la microevolución podían explicar también los de la macroevolución. Estas ideas han llegado hasta nuestros días celosamente defendidas por los evolucionistas ortodoxos.
Sin embargo, no todos los evolucionistas están de acuerdo con esta explicación. El profesor de investigación del CSIC, (Consejo Superior de Investigaciones Científicas en España) Joaquín Templado, comenta que “... las dudas surgen cuando se trata de los fenómenos evolutivos “por encima” del nivel de especies o de géneros. He aquí donde radica actualmente el problema: en el origen de las categorías taxonómicas más elevadas. ¿Cómo surgieron, por ejemplo, los distintos órdenes de insectos? ¿Cómo se originaron las alas que tan prodigioso desarrollo y funcionamiento han alcanzado en esta clase de animales? Problemas de este tipo que implican la aparición y desarrollo de nuevos órganos resulta muy difícil explicarlos por extrapolación de lo que sucede al nivel de la especie. [...] Pese a las afirmaciones de los neodarwinistas “más avanzados” que consideran dicho problema como resuelto, la realidad es que sigue constituyendo una gran incógnita en el presente estado de nuestros conocimientos sobre el mecanismo de la evolución”. (Templado,
Historia de las teorías evolucionistas, 1974: 130)
La teoría darwiniana es incapaz de resolver el problema de la macroevolución. Los pequeños cambios graduales no pueden explicar las diferencias que existen entre un hombre y un ratón. En tales circunstancias, el razonamiento que se sigue es el de creer que si estamos aquí es porque la macroevolución realmente se ha dado, es decir, si existimos en este planeta, es porque hemos evolucionado a partir de la materia inerte. Por lo tanto hay que seguir buscando algún mecanismo evolutivo que resulte satisfactorio. Pero nunca se tiene en cuenta otra posibilidad: que los mecanismos de la macroevolución no se descubran, porque ésta nunca se haya producido.
¿Cómo aparecieron entonces todos los tipos básicos de organización de los seres vivos, las clases, los órdenes, las familias que por consiguiente no estarían emparentadas entre si? Parece que la única alternativa clara sería la creación especial de estos tipos básicos. Pero esta alternativa no quiere ser tomada en serio porque no se le puede aplicar el estudio científico. La ciencia es reacia al milagro. No puede decir nada sobre él. ¿Y sobre la macroevolución? ¿Puede realmente la ciencia decir algo sobre los hipotéticos cambios evolutivos que ocurrieron en un pasado remoto, cuando, según se cree, no existía todavía el ser humano? Los científicos evolucionistas parecen creer que sí.
Se confía en que algún día la ciencia desvelará el misterio. Si el neodarwinismo no ha logrado explicar satisfactoriamente el mecanismo de la macroevolución, ¿qué otra alternativa queda? En 1940, el genético alemán Richard Goldschmidt, desafió a los defensores del darwinismo a que trataran de explicar, por medio de pequeños cambios graduales, toda una lista de diferentes órganos de los seres vivos, entre los que figuraban el pelo de los mamíferos, las plumas de las aves, los dientes, y hasta el aparato venenoso de las serpientes. Por supuesto nadie se atrevió a aceptar tal reto. Lo que Goldschmidt pretendía era manifestar su disconformidad con el mecanismo evolutivo, propuesto por el neodarwinismo, y propugnar su nueva idea. Según él, la macroevolución sólo podía funcionar mediante grandes cambios genéticos. Estos cambios o “macromutaciones” debían ser el factor principal en el origen de los animales y plantas de categoría taxonómica más elevada.
Fue él quien acuñó el término “monstruo prometedor o viable” para referirse a los mutantes que darían origen a nuevas especies (o taxones). No tardaron mucho sus adversarios en rechazar estas ideas. Si la evolución hubiera tenido lugar mediante macromutaciones y monstruos prometedores ¿cómo se habrían reproducido estos seres? ¿Quién se hubiera apareado con un monstruo por muy prometedor que pareciera? ¿O acaso se produjeron macromutaciones dobles que originaran dos monstruos de distinto sexo? La teoría de Goldschmidt fue ignorada y ridiculizada por los neodarwinistas durante más de 30 años. Sin embargo, en 1972, un par de biólogos americanos, Niles Eldredge y Stephen J. Gould, publicaron un trabajo en el que se acariciaban prudentemente las antiguas ideas del incomprendido genético alemán. El trabajo se titulaba:
Punctuated Equilibria: an alternative to phyletic gradualisn y en él se proponía una nueva teoría para explicar la macroevolución. Parecía que la nueva teoría saltacionista, del equilibrio puntuado, venía a solucionar las grandes contradicciones del gradualismo neodarwinista.
Si la macroevolución se hubiera producido mediante la acumulación gradual de pequeños cambios en el seno de las poblaciones, como afirmaban los evolucionistas ortodoxos, ¿dónde están las múltiples formas intermedias que necesariamente se habrían producido en tal proceso? El registro fósil las ignora por completo. Lo que nos muestra la paleontología son las enormes lagunas sistemáticas que han venido preocupando a los estudiosos de los fósiles, desde los días de Darwin. Se han encontrado cientos de animales y vegetales fosilizados, pero casi todos, perfectamente clasificables dentro de los grupos que todavía hoy existen vivos. En cambio, los eslabones intermedios propuestos por el gradualismo, no han aparecido.
Stephen J. Gould lo explica así: “Si la evolución se produce normalmente por una especiación rápida en grupos pequeños –en lugar de hacerlo a través de cambios lentos en las grandes poblaciones- entonces, ¿qué aspecto deberían tener en el registro fósil? [...] la especie en si aparecerá “subitamente” en el registro fósil y se extinguirá más adelante con igual rapidez y escaso cambio perceptible en su forma” (Gould,
Desde Darwin, 1983: 65). En otras palabras, los fósiles de las formas intermedias no se han descubierto porque nunca habrían existido. El paso de una especie a otra habría sido tan rápido, desde el punto de vista de la geología, que ni siquiera habría dejado fósiles. Ya no deberíamos pensar en la evolución como si fuera una recta inclinada y ascendente, sino como una línea quebrada con aspecto de escalera.
El problema es que no se puede demostrar que esto haya ocurrido. Las especulaciones que los evolucionistas innovadores realizan actualmente sobre estas hipóteticas macromutaciones apuntan hacia la posible existencia de unos genes reguladores que poseerían la facultad de accionar o bloquear a otros grupos de genes productores de proteínas. El problema es que no conocemos nada en absoluto, sobre la existencia de estos genes. No se conocen, ni se han descrito y, sin embargo, se sigue suponiendo su existencia porque lo requiere la teoría. Mientras tanto, los evolucionistas ortodoxos continúan rechazando enérgicamente todas estas ideas que vienen de parte de los innovadores. De modo que la pregunta fundamental a la macroevolución sigue, todavía hoy sin respuesta.
El matemático y biólogo francés Georges Salet, que fuera alumno de François Jacob, el famoso premio Nobel de medicina en 1965, la plantea así: “¿De qué modo un mecánico de duplicación que está dispuesto para transmitir de una generación a otra “copias conformes” y que realiza esta transmisión con una perfección más o menos feliz que explica las mutaciones, ha podido originar textos enteramente nuevos? [...] Ninguna de las teorías propuestas hasta la fecha es capaz de aportar una explicación”. (Salet,
Azar y certeza, 1975: 117) Si la microevolución o los cambios producidos dentro de la especie biológica, constituye un hecho observable en la naturaleza, de la macroevolución no puede afirmarse que se trate de un hecho comprobado. Sigue siendo una teoría indemostrada que alberga numerosas dudas e incertidumbres. Aún cuando la mayoría de los investigadores científicos la tengan por cierta, esto no quiere decir que la teoría de la macroevolución sea, efectivamente, una auténtica teoría científica.
En este sentido, Karl Popper, el gran filósofo de la ciencia, afirma que la teoría evolucionista no es una teoría científica porque no se puede refutar ni tampoco demostrar. La evolución general se refiere a acontecimientos históricos únicos. Este tipo de eventos no pueden ser investigados porque son irrepetibles. Si en verdad ocurrieron, lo hicieron una sola vez y para siempre, por lo tanto no están sujetos a prueba. No se pueden repetir en laboratorio o experimentar con ellos. Popper dice que los biólogos evolucionistas no pueden explicar la evolución pasada, sino sólo producir interpretaciones o conjeturas al respecto. La conclusión a la que llega este filósofo sobre la teoría de la evolución es que se trata de un programa de investigación metafísico. (Popper, 1977).
Así pues, cabe plantearse la siguiente cuestión: cuando ciertos autores se refieren al “hecho de la evolución”, o cuando en los libros de texto leemos que “hay una gran cantidad de evidencias o pruebas demostrativas de que la evolución biológica es un hecho incuestionable” ¿qué es lo que se quiere afirmar? ¿Qué se entiende por evolución? ¿Se está hablando de macroevolución o de microevolución?
Como hemos visto, la microevolución es efectivamente un hecho que nadie pone en duda, pero si se dice que la macroevolución también lo es, se provoca una confusión de conceptos. Si por evolución se entienden los cambios biológicos por encima del nivel de la especie, entonces debe hablarse de hipótesis y no de hechos. Esto que parece obvio, no siempre se tiene en cuenta. A partir de ahora, siempre que se mencione la teoría de la evolución en estos trabajos, estaremos hablando de macroevolución.
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