Ante esta perspectiva, permítannos amigos lectores, hacer las siguientes preguntas: ¿Qué significa amar la tierra de Euskadi? Los que dicen amar esta tierra, ¿la aman de verdad? ¿Qué clase de amor necesitaríamos para crear una Euskadi verdaderamente libre?
Ya hace tiempo que una persona de reconocida autoridad a escala mundial pudo dar respuesta a estas preguntas.
Él fue un hombre totalmente justo e imparcial, profundo conocedor de la vida y del sufrimiento humano, y toda una eminencia en el campo de las relaciones sociales. Judío de nacimiento, perteneciente a una de las culturas más peculiares y perseguidas de la historia. Durante toda su vida sufrió la opresión del régimen imperialista romano. Además de esto, fue incomprendido y marginado por muchos de los de su propio pueblo. Acabó su carrera siendo torturado y asesinado. Amó como nadie a su propia tierra. Vivió para servir a sus compatriotas y no para servirse de ellos. Denunció en varias ocasiones a los gobernantes políticos y religiosos de aquel entonces porque buscaban sus propios intereses en vez de los del pueblo. Su amor incomparable y su entrega por los demás llamaron poderosamente la atención. Luchó por conseguir la libertad y prosperidad de los suyos y derramó muchas lágrimas de dolor al comprobar que muchos caminaban hacia su autodestrucción por no aceptar su verdad.
En cierta ocasión le quisieron hacer líder político a fin de dirigir una sublevación contra los enemigos opresores de Roma, pero él rehusó a tal cargo porque entendía que ese no era el camino para obtener la libertad de su país. Para él, la solución de los males que aquejaban a su pueblo no pasaba, en primer lugar, por solventar el tema político, sino por atajar la decadencia moral del ser humano. Él aseguró ser la única alternativa para sanar a la sociedad enferma. Él opinaba que antes de efectuar reformas políticas y sociales había que reformar el corazón de los gobernantes y el de los ciudadanos. Para él urgía introducir un cambio radical en la mentalidad y conducta de la persona.
Jesucristo consiguió alcanzar la mayor de las reformas humanas y sociales que ha tenido lugar en la historia. La práctica de sus enseñanzas lograba traer paz y reconciliación entre bandos antagónicos.
Entre sus discípulos se hallaban juntos un ex revolucionario político y militar como Simón el Celote y un tal Mateo que sirvió al enemigo traicionando la causa nacional judía. Entre sus seguidores también figuraban soldados romanos y judíos ortodoxos; patronos y obreros; ricos y pobres; extranjeros y nacionales; hombres y mujeres; personas con un pasado de delincuencia, prostitución, inmoralidad... y también personas religiosas.
Actualmente, en muchas partes del mundo, Jesús está trayendo la misma paz y reconciliación de antaño entre las diferentes razas, culturas, ideologías, sexos y familias. Su Espíritu sigue vivo y está contagiando a aquellos que deciden amarle por encima de todo y que desean ser militantes activos de su causa y no simples creyentes que solo se acuerdan de él los domingos o para pedirle cualquier cosa como si de un mayordomo se tratara.
Si verdaderamente amamos nuestra tierra de Euskadi, arrepintámonos personalmente y lamentemos por nuestra degradación moral y la de los demás. La mayor libertad que necesita nuestro pueblo ahora y siempre es que, entre otras cosas, seamos libres del odio, del egoísmo, y del orgullo.
Hagámonos discípulos de la libertad que solo se encuentra en Cristo y sigamos su ejemplo amando al prójimo por encima de cualquier barrera de intolerancia que el hombre en su arrogancia impone. Si hacemos esto, las estructuras políticas, sociales y económicas mejoraran por añadidura.
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