El aire huele a añejo, a huesos. Entonces empieza la historia, sobre el revolucionario que llevaba una Biblia en una mano, y una pistola en la otra.
Al mediodía, después de almorzar, se reunió con dos muchachos del Movimiento. Le traían el libro que había pedido: Entre la libertad y el miedo, de Germán Arciniegas. Una de las mujeres se percató de que la policía batistiana venía registrando unas cuadras más abajo, casa por casa, subiendo por la santiaguera calle San Germán.
Hijo de un misionero en Cuba. Vivió en blanco y negro. Perdió a su hermano Josué, muy joven, conociendo de cerca la injusticia de la muerte temprana. Conoció a Ernesto Guevara, y pasaron juntos por estas sendas. Considerado clandestino, pasó desapercibido bajo la estela de David. Entró y salió de muros y rejas. Integró el movimiento 26 de julio contra Batista.
Él tomó una decisión: ordenó a los dos jóvenes que se marcharan en el carro. Alegó que le sería mucho más fácil alejarse a pie. A las mujeres les entregó unos documentos. "No pueden caer en manos de la tiranía", dijo. Salió con el dueño de la casa, el combatiente Raúl Pujol, San Germán arriba. "Eh, detengan a esos dos", gritó un esbirro. Les rodearon los uniformados.
En un lugar yermo como este tuvo que esconderse, apretar los dientes. Rechinar las cadenas. Pensar en las palabras de gente como José Martí. Se acordó en las largas horas de soledad, viendo las lluvias tropicales, traicioneras, intensas, de su padre muerto unos meses atrás, de sus palabras sobre el Libro, ese que dejaba en la mesita de noche, ese que llevaba siempre a cuestas para desgranarlo, pues no había viajado desde Galicia, España, confín del mundo celta, para nada.
"Pero, ¿no sabe quién es este, coronel? –un connotado chivato sonreía cínicamente–. Es Frank País."
Francisco inculcó en Frank muchas de las enseñanzas del Libro. Muchas de las convicciones. Gran parte de la ansia de libertad, de paz, del precio de la redención. Esta puede ser una historia como otra cualquiera, de la que sólo he oído un pequeño arañazo, pero lo que la hace distinta es la presencia del Libro, y sobre todo de su Autor, en la vida del joven revolucionario. Esa presencia invisible, pero poderosa. Aún en los momentos más difíciles que vuelven la historia complicada, dolorosa, inquietante.
Comenzaron a golpearlos. Cuando finalmente ametrallaron a Pujol, ya el joven estaba sin conocimiento. A Frank lo empujaron hasta el callejón del Muro y allí le acribillaron a balazos. "Aquí todo el mundo tiene que tirar, delante de todo Santiago", vociferaba el coronel. Los esbirros vaciaron sus armas sobre los cadáveres.
Fue maestro, e intentó llevar a la práctica en el Colegio el Salvador el peligroso pensamiento cristiano y democrático. Hizo nacer la Flor Martiana. Murió en Santiago de Cuba. Todo el mundo lo oyó. Todo el mundo de entonces, que cabía en un espacio chico, fue a su funeral. El eco de los disparos sigue aún hoy. Algunos dirán que Frank jamás debió involucrarse, de acuerdo a su cristianismo. Otros lo defenderán. Es la misma dicotomía de siempre. Pero lo que de verdad importa no es la revolución política en la que participó. Lo que cuenta es la revolución espiritual, que permanece por encima de los defectos y las virtudes.
Arrojaron cerca del de Frank una pistola 45 con dos peines; luego se vio que eran de un calibre distinto. Era el 30 de julio de 1957*.
*) NOTA DEL TR.: Para reforzar la intensidad del presente texto, he insertado fragmentos del artículo Frank País: Combatiente extraordinario, por Pedro Antonio García, aparecido en la Revista Bohemia, el 13 de julio de 2006
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