Al llegar a la sección final de una novedad bibliográfica,
Introducción a la vida y teología de Juan Calvino (Abingdon Press-AETH, 2008), del doctor Salatiel Palomino, me encontré con una líneas que releí cuidadosamente. Debo decir que antes del párrafo que voy a citar, la obra del teólogo mexicano me había parecido un esfuerzo encomiable por su recorrido a la biografía y teología calviniana (
editor: favor de no cambiar por calvinista). Dejo para otra ocasión algunas observaciones, particularmente cuando se refiere al anabautismo y a los anabautistas, así como a la simbiosis Estado-Iglesia en Ginebra.
En el capítulo final del libro (“La reapropiación del pensamiento de Calvino en perspectiva latina”) el autor critica a un sector de “las comunidades evangélicas hispanas (que) en los Estados Unidos (al igual que sus hermanas en América Latina) sin estar conscientes de su estatus de protestantismos dependientes, han jugado un papel de legitimación religiosa del poder del imperio y las oligarquías que lo defienden localmente para provecho personal” (p. 250). Cita los casos de los dictadores Augusto Pinochet, Chile, y Efraín Ríos Montt, Guatemala, que contaron con respaldos para sus proyectos políticos por parte de ciertos liderazgos evangélicos.
Salatiel Palomino, se refiere, sin conceptualizarlo así, al escapismo (“huelga social” le llamó Lalive d´Epinay en los sesentas del siglo pasado en su
Refugio de las masas) y hasta complicidad del protestantismo latinoamericano con la injusticia social.
En líneas que a mi parecer debió iniciar con “algunos sectores evangélicos” o “una parte de los evangélicos”, el doctor Palomino decidió generalizar y escribió: “Los evangélicos han estado dispuestos a ignorar las masacres y etnocidios de regímenes ilegítimos que pretextan defender asuntos o valores preciados por creyentes conservadores. Las medidas represivas, las políticas económicas inhumanas y los conflictos bélicos de baja intensidad o contrainsurgencia patrocinados por el imperio no han sido importantes ni materia de reflexión para las iglesias latinas. Y de esta manera se logra mantener el libre imperio de la codicia, la violencia y la explotación de los pueblos” (p. 251). Más delante nos referiremos a la generalización, sin datos duros que la sustenten, como mala metodología y ejercicio ahistórico.
Sin venir al caso, y como metidas con calzador, el autor de la obra plasmó unas líneas que me retrotajeron a las afirmaciones ideológicas de hace tres o cuatro décadas acerca del protestantismo en América Latina: “…el celebrado y acelerado crecimiento del protestantismo latinoamericano de los años 1970 y 1980, no se hubiera logrado sin la coordinación evangelística del coronel Oliver North desde la Casa Blanca y la instrumentación de la CIA, y sin los abundantes recursos financieros, estratégicos y logísticos provistos por los beneficiarios del estamento imperial trasnacional. Por lo tanto, la función social e histórica de muchas iglesias evangélicas ha distado mucho de representar la enseñanza bíblica o el modelo ginebrino” (pp. 251-252).
La tajante afirmación del papel de la CIA en el crecimiento evangélico me hizo pensar que Salatiel Palomino aportaría evidencia masiva, estudios múltiples por nación, cifras contundentes o algo similar. Nada de eso encontré. Solamente notas bibliográficas al final del capítulo (p. 269), que remiten a las obras de David Stoll (
Fishers of Men or Founders of Empire?: The Bible Wycliffe Translators in Latin America, y
Is Latin America Turning Protestant?), la primera de 1982 y la segunda de 1990; y el libro de David Martin,
Tongues of Fire: The Explosion of Protestantism in Latin America, de 1990. Hace varios años leí la bibliografía anterior, la conozco y la he usado en distintos trabajos sobre el tema. Ni David Stoll, ni David Martin afirman que el crecimiento evangélico de los 70´s y los 80´s del siglo XX fue causado por las CIA y sus redes financieras.
Sentencias como la de que la CIA fue el factor principal de la expansión evangélica latinoamericana es una afirmación política e ideológicamente construida, fue pseudo verdad de un reduccionismo marxista, rechazado por los marxistas más lúcidos, ejemplificado en libros como el de Erwin Rodríguez,
Un Evangelio según la clase dominante (UNAM, 1982). Paulatinamente la realidad se fue imponiendo, y a ello contribuyó que antropólogos y sociólogos dejaron los cubículos académicos para hacer investigaciones de campo, con el consecuente resultado de que los datos arrojaban evidencias muy distintas a la generalizadora
teoría de la conspiración (la que reza, “Detrás de las iglesias protestantes está el oro de Washington”). Del recorrido metodológico, que va de la conspiración al entendimiento de lo endógeno en la implantación y crecimiento del cristianismo evangélico en México, da muy bien cuenta el investigador Rodolfo Casilla, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, en su ensayo “La pluralidad religiosa en México: descubriendo horizontes” (en Gilberto Jiménez [coord.],
Identidades religiosas y sociales en México, UNAM, 1996).
Del prejuicio de la
teoría de la conspiración quedan resquicios, pero hoy los investigadore(a)s sobre el enraizamiento y expansión del protestantismo en América, así como de sus repercusiones socioculturales, han dejado atrás –por ideologizada- la premisa del oro de Washington. El acercamiento prejuiciado lo caracteriza bien Rodolfo Casillas: “Ante la falta de explicación de las razones internas que estimulaban a la conversión,
sobraban las explicaciones simplistas que atribuían a causas externas el proceso de cambio en que los conversos resultaban víctimas de un complot imperialista (énfasis mío, CMG)…. El prejuicio creció con rapidez, con argumentos menores de hechos reales verificables. Pronto se presentaron varios mitos adicionales. Entre ellos, aceptar sin cuestionamiento alguno la existencia de una estrategia que privilegiaba la nueva evangelización entre los sectores más menesterosos de la sociedad mexicana (los pueblos indígenas en particular), entre las poblaciones en territorio que contaba con riqueza natural estratégica y en las localidades fronterizas del norte y sur de México. Los responsables de la puesta en práctica de la estrategia eran agentes de pastoral de origen extranjero –de Estados Unidos para mayores señas-, lo que casaba a la perfección con la animadversión hacia los nacionales de ese país, máxime si profesaban y difundían concepciones cristianas no católicas. Un dejo de xenofobia, pues, formó parte de esta concepción” (pp. 74-75).
Múltiples estudios de casos demuestran fehacientemente que son las cuestiones endógenas, y no los factores exógenos (por muy cuantiosos que fuesen los recursos financieros externos, en caso de existir) las que describen mejor las conversiones al protestantismo evangélico. Porque esas conversiones tienen explicaciones múltiples, y no una sola como la que sostiene la teoría de “bread and dollars”, criticada por Humberto Ruz, ya que es “insuficiente para explicar un fenómeno particularmente multivocal como es el de la conversión religiosa” (“De iglesias, conversos y religiosidades mayas”, en Humberto Ruz y Carlos Garma Navarro,
Protestantismo en el mundo maya contemporáneo, UNAM-UAM, 2005, p. 7.
De la abundante bibliografía que pone énfasis en el desarrollo endógeno del protestantismo en América Latina, que
no generaliza sino que presta atención a las evidencias de campo, solamente mencionamos dos: el libro de Rosalía Aída Hernández Castillo,
La otra frontera, identidades múltiples en el Chiapas poscolonial (CIESAS-Miguel Ángel Porrúa, 2001), donde queda claro que el presbiterianismo en la zona mam se enraizó por el involucramiento de los indígenas antes que por los esfuerzos misioneros exógenos. La obra coordinad por David Stoll y Virginia Garrard-Burnett,
Rethinking Protestantism in Latin America (Temple University Press, 1993), reúne investigaciones sobre distintos países y ensayos interpretativos de los coordinadores. En éste volumen tanto estudios de casos como interpretaciones se alejan contundentemente de la
Teoría de la conspiración.
La aseveración de Salatiel Palomino en el sentido de que “el celebrado y acelerado crecimiento del protestantismo latinoamericano de las décadas de los años 1970 y 1980, no se hubiera logrado sin la coordinación evangelística del coronel Oliver North desde la Casa Blanca y la instrumentación de la CIA…” (arriba cito las líneas que completan el párrafo), es reduccionista, ahistórica, generalizadora, metodológicamente endeble, y ofensiva para los evangelizadores endógenos y sus conversos. Reduccionista porque simplifica un fenómeno sociorreligioso complejo, con mucho más variantes que el “oro de Washington”. Es ahistórica porque nunca aterriza con datos que permitan concluir categóricamente que su afirmación tiene respaldo fáctico que
no deje lugar a dudas.
Además de reduccionista y ahistórica la afirmación del autor es generalizadora porque hizo para el conjunto del protestantismo latinoamericano una caracterización que no se sostiene con datos pero sí con prejuicios. No me cabe duda de que el instrumentador del escándalo Irán-contras, Oliver North, y los jefes para los que trabajaba desarrollaron estrategias para mediatizar, y usar, a las iglesias evangélicas en su lucha contra las revoluciones centroamericanas. Pero de ahí a afirmar que entre esas estrategias y el crecimiento protestante hay una relación mecánica, es simplemente desconocer cómo tiene lugar el cambio religioso en América Latina y sus derivaciones políticas y culturales. Al respecto vale la pena consultar el estudio de Kenneth M. Coleman, Edwin Eloy Aguilar,
et. al., “Protestantism in El Salvador: Conventional Wisdom versus the Survey Evidence”, en el libro coordinado por Stoll y Garrard-Burnett.
Lo sentenciado por Salatiel Palomino es, también, metodológicamente endeble porque recurrió a la falsa posibilidad conocida como “la historia en if”, en si condicional. Es un ejercicio estéril cuando el investigador se pone a hacer suposiciones sobre que habría pasado si hubiese sucedido una u otra cosa. Esto hace el autor cuando dice que la expansión protestante de las décadas de los 70´s y 80´s “no se hubiera logrado sin la coordinación evangelística del coronel Oliver North desde la Casa Blanca y la instrumentación de la CIA…” ¿Cómo sabe? ¿Replicó en su laboratorio social el experimento sin la variable North-CIA? Pero además la suposición es falsa, como ya hemos argumentado antes, porque, es necesario repetirlo, el crecimiento protestante latinoamericano tiene variables múltiples y ellas no se pueden encajonar nada más en una, la del tan llevado y traído “oro de Washington”. Lo metodológicamente correcto, si el doctor Palomino contaba con evidencias irrefutables, era escribir “el celebrado y acelerado crecimiento del protestantismo latinoamericano de las décadas de los años 1970 y 1980
se logró por la coordinación evangelística del coronel Oliver North desde la Casa Blanca y la instrumentación de la CIA…”. Y acto seguido brindar a los lectores las pruebas de su afirmación. Pero nunca las ofreció,
no sustento tan seria acusación.
Finalmente,
las líneas criticadas son una ofensa a tantos y tantos actores sociales endógenos latinoamericanos que sin apoyos financieros externos –ni intencionalidades políticas acordes con los intereses del más conservador evangelicalismo norteamericano y su clase política gobernante- se han esforzado en difundir un mensaje con el que vital e identitariamente se identifican. Está demostrado por distintas investigaciones, que conocemos bien y hemos citado en diversos artículos publicados en
Protestante Digital, que los recursos, personas y medios involucrados en la evangelización protestante son preponderantemente endógenos. Así mismo los conversos
no son recipientes vacíos, ni personas carentes de capacidad analítica, en las que se puede inocular lo que le venga en gana a personajes y recursos exógenos. Desde hace mucho tiempo el protestantismo latinoamericano es autosuficiente, y ahora tiene para enviar misioneros a lugares donde los misioneros anglosajones difícilmente pueden llegar.
Por lo anterior hago una formal solicitud al doctor Salatiel Palomino: que retire de la próxima edición de su libro las líneas acusatorias. Si no lo hace, que entonces aporte pruebas suficientes y contundentes de su señalamiento.
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