Estas son cuestiones que a mi juicio requieren una reflexión seria y profunda, la cual nos debe de llevar a una renovación colectiva y personal que nos sirva para enfocar la evangelización actual de forma adecuada. Hablo de renovación porque me parece la clave que Dios nos ofrece en su Palabra para afrontar con poder y gozo la tarea evangelística que cada cristiano y cada iglesia tienen por delante (
Ro 12:2-3). Necesitamos cambiar nuestra mentalidad frente a los desafíos contemporáneos. Los cristianos podemos y debemos influenciar esta sociedad y no a la inversa. Disponemos de los recursos más revolucionarios que existen para lograrlo.
No existen formulas mágicas para que los perdidos se conviertan, son muchos los factores que debemos tener presentes para evangelizar como Dios nos muestra en su Palabra y lograr las metas que Él desea. Quizás tengamos que cambiar muchos conceptos erróneos y sustituirlos por otros más bíblicos y realistas. Por ejemplo, nuestra principal motivación para evangelizar no es en primer lugar hacer convertidos, lo cual a veces produce desánimo y frustración cuando no se ve el fruto, sino es el celo por anunciar al mundo el glorioso nombre de Dios (sus virtudes, su amor, su obra en el universo, su obra de redención), lo cual produce gozo y satisfacción (
Fil 1:14-18).
En la medida de mis posibilidades quisiera realizar algunas aportaciones basadas en varios años de estudio e investigación bíblica, en la investigación de otros libros de líderes experimentados y en mi propia experiencia personal como cristiano tras veinte años comprometido con el evangelismo y la obra de Dios. Mi idea es ayudar al lector a recobrar la visión y el ánimo para que juntos continuemos luchando para extender más y más el nombre de Dios en España.
LA METODOLOGÍA DE JESÚS.
Sin discusión, Jesús es el gran maestro por excelencia de la evangelización. Observando detenidamente sus métodos y estrategias podemos encontrar mucha luz para comprender mejor el tema que nos ocupa.
En primer lugar hay que decir que no puede haber evangelización eficaz sin un discipulado eficaz. Jesús no diseñó primeramente programas de evangelización sino que se dedicó a preparar y discipular a un grupo de creyentes. Se puede decir que sus discípulos eran su método para ganar almas:
“Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres” (
Mt 4:19).
El maestro dedicó gran parte de su ministerio a preparar a sus discípulos. Consagró mucho de su tiempo a ellos. Oró especialmente por ese grupo de discípulos que él escogió (
Jn 17:6-9). La fidelidad que ellos mostrasen hacia el discipulado era esencial para que el mundo creyera en el Señor (
Jn 17:20). La estrategia del discipulado de Jesús revela que es deber del liderazgo en la iglesia poner los fundamentos de la evangelización en cada creyente. Esto significa preparar a los miembros para que según su personalidad, dones y demás características espirituales puedan contribuir con la máxima eficacia a la tarea de edificación de la iglesia local y la evangelización. No podemos separar la evangelización de la edificación y viceversa; la evangelización es para ganar futuros discípulos que edifiquen la iglesia y den la gloria a Dios, y la edificación es para enseñar y capacitar a los discípulos ya ganados para ganar a su vez a otros y traer más gloria a Dios.
Este método empleado por Jesús de preparar a “pescadores de hombres” fue imitado, por ejemplo, por los comunistas, siempre dispuestos a adoptar todo aquello que produce resultados. En su día lo utilizaron para sus propios fines y obtuvieron éxito. Un puñado de fanáticos comenzó a extender la idea preparando a otros, y estos a su vez a otros más, hasta que progresivamente una parte de Europa se convirtió al comunismo.
Una vez que Jesús llamó a sus discípulos, tuvo la costumbre de permanecer con ellos y de permitir que lo siguieran y aprendieran de su vida y de su doctrina (
Mr 6:1) (
Lc 6:17). El maestro deseaba enviarlos a predicar, sanar, echar demonios y demás tareas; pero antes era prioritario que estuvieran con él (
Mr 3:14). Para que fueran pescadores de hombres debían primero cumplir la condición de ir en pos de él. El Señor intimó mucho con sus discípulos, comió con ellos, lloró delante de ellos, habló profundamente a sus corazones, los reprendió, caminó muchos kilómetros junto a ellos, oraron juntos en los campos y montañas y juntos también dieron culto a Dios. Jesús era su padre espiritual (
Mr 10:24) (
Jn 13:33) y era condición imprescindible estar con sus hijos (así como un padre de familia permanece con los suyos para proporcionarles guía y seguridad) a fin de prepararlos para la importante misión que se les iba a encomendar.
“Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (
Jn 15:27).
Jesús exigió, por otro parte, una consagración total al discipulado. Sus discípulos debían entregarse sin reservas a él, tomar la cruz, negarse a sí mismos, renunciar a los valores mundanos, amarle más a él que al trabajo, la familia, el dinero, etc. En resumidas cuentas, la prueba de que uno era un verdadero discípulo de Cristo era la obediencia a él. Jesús les dijo a los suyos que el guardar sus mandamientos era señal inequívoca del amor hacia él.(
Jn 14:15). Desde el punto de vista evangelístico la obediencia de los discípulos fue vital para que el maestro pudiese trasformar sus vidas y hacer de ellos unos ganadores de almas. Un padre espiritual debe enseñar obediencia a sus hijos espirituales si desea que éstos sean imitadores de él y de lo bueno (
Flm 21) (
Fil 4:9).
Jesús demandó obediencia a sus seguidores, pero junto con este requerimiento él también puso su parte: se entregó en amor por ellos, les sirvió de forma desinteresada, les fortaleció, les soporto en sus debilidades y pecados, y finalmente dio su vida por ellos. Si un padre pretende que sus hijos le imiten tiene que ser un ejemplo permanente de entrega, amor y servicio hacia ellos. Somos discípulos en la medida en que nos amamos y servimos los unos a los otros como Cristo lo hizo. Y la gente creerá en nosotros cuando observen la realidad de nuestro amor fraternal (
Jn 13:34-35).
El Señor también hizo demostraciones prácticas de cómo había de actuar un creyente ante las diversas situaciones de la vida. Jesús oraba delante de sus discípulos y éstos observaban como él se fortalecía delante de su Padre celestial en los momentos de crisis. De forma continuada les citaba las Escrituras para que supieran conducirse en la vida. También se servía de las leyes de la naturaleza y de la realidad cotidiana (pájaros, flores, campos, edificios, siervos, gobernantes, etc.) para instruirles en la sabiduría práctica. Los discípulos asimismo observaban como Jesús ministraba a los necesitados; debatía con sus adversarios; practicaba obras de caridad; se enfadaba ante el pecado y la injusticia; se acercaba a los pecadores; trataba con sus enemigos... Parte de su estrategia consistía en ir mostrando a los discípulos como actuaba él mismo para que luego ellos pudieran tomar el ejemplo (
Jn 13:14). Obviamente existían excepciones, Jesús nunca prohibió a los recién convertidos dar espontáneamente testimonio de su fe.
El Señor preparaba a sus discípulos para que fueran asumiendo algunas tareas. El conocía la importancia de delegar ciertas responsabilidades a los suyos: enviarles de dos en dos a predicar, sanar enfermos, repartir entre los necesitados, etc. Trabajando y sirviendo iban a crecer y desarrollarse como discípulos.
Importante fue también la supervisión que Jesús realizó sobre sus discípulos; él procuraba reunirse con ellos después de las labores que les encomendaba para poder escuchar sus experiencias, contestar a sus dudas y preguntas, compartir sus bendiciones, alentarlos y corregirlos... Después de haber enviado a los doce a predicar, todos se juntaron de nuevo para compartir con el maestro todo lo que habían hecho y enseñado (
Mr 6:30).
Finalmente hay que decir que Jesús siempre tuvo presente el principio de la multiplicación; él deseaba que sus discípulos se reprodujeran. Por la palabra de ellos esperaba que otros creyeran en él (
Jn 17:20). La Gran Comisión dada a la iglesia de hacer discípulos a todas las naciones sólo se puede llevar a cabo bajo el principio de la reproducción. Esto significa que el mandato no es solo ir hasta lo último de la tierra predicando el evangelio, sino ”hacer discípulos,” preparando a hombres y mujeres para que sean a su vez “pescadores” de otros hombres y mujeres. Solo cuando una persona se convierte en discípulo con todas las connotaciones que esto implica puede cumplir eficazmente la Gran Comisión. De ahí que Jesús orase con urgencia para que los discípulos pidiesen al padre que enviara obreros a la mies, porque sabía que la única esperanza que tiene el mundo para su salvación es que existan creyentes dispuestos a darlo todo por Su causa y la causa del evangelio.
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