Hasta entonces se creía que las plantas y los animales no cambiaban significativamente a lo largo del tiempo. La sardina siempre había sido sardina, el perro, perro y el caballo, caballo desde que salieron de las manos del Creador. Las especies eran consideradas como entidades estables, fijas o inmutables porque así habían sido diseñadas para funcionar de forma adecuada en el entorno en el que vivían.
No obstante, Darwin se interesó siempre por los resultados que obtenían los agricultores y ganaderos con los cruces realizados entre plantas y animales domésticos respectivamente. Cuando se tomaban los granos de las mayores espigas de una cosecha y se plantaban para obtener la siguiente, el trigo mejoraba con cada generación. Lo mismo ocurría al cruzar entre sí los mejores ejemplares de cualquier rebaño. Esta selección artificial llevada a cabo de manera inteligente por el hombre le hizo reflexionar y preguntarse por qué no podría darse también en la naturaleza un proceso parecido pero sin la intervención humana.
El concepto principal de su teoría, la selección natural, se gestó así a partir de la observación de quienes mejoraban los cultivos y el ganado.
La cuestión era determinar qué podría sustituir a la acción humana y guiar todo este proceso en el mundo salvaje. Darwin se imaginó que tal fuerza invisible era ni más ni menos que la falta de alimento. El hambre era el secreto de la selección natural. Como los recursos ofrecidos por la naturaleza son limitados y las especies biológicas se reproducen desenfrenadamente, muchos individuos mueren de inanición mientras algunos consiguen sobrevivir y reproducirse, transmitiendo así sus cualidades a la siguiente generación.
Por tanto, los ingredientes de su teoría estaban ya disponibles. Cada especie cambiaba gradualmente hasta dividirse en dos o más especies nuevas y el motor de tal cambio era la selección natural creada por el hambre. ¡El hombre se sustituye por el hambre! La selección natural es a la artificial lo que el hambre es al hombre. La escasez de alimento sería como el ganadero que selecciona a sus mejores ovejas. ¡Que notable descubrimiento! ¡Por qué no se le habría ocurrido antes!
Las admirables adaptaciones de los seres vivos a su medio ambiente quedaban así explicadas sin necesidad de apelar al diseño de un Creador inteligente. Las alas que vuelan, las aletas nadadoras, los pulmones capaces de respirar aire y hasta los cerebros pensantes o las conciencias humanas eran sólo el fruto de la pobreza y escasez de alimento. Darwin creía acabar así de un plumazo con la necesidad de Dios. Como algunos reconocieron en su momento y otros intentan sostener de manera absurda e inconsecuente todavía hoy, parecía que Darwin hubiera matado a Dios.
No cabe duda de que las revolucionarias ideas del naturalista del siglo XIX cambiaron las creencias de millones de criaturas, originaron divisiones en el mundo científico que perduran hasta hoy y provocaron rupturas en el seno de la Iglesia cristiana. La trayectoria personal de Darwin le llevó de ser un simple naturalista aficionado, a convertirse en investigador meticuloso y observador, que pudo dedicarse plenamente a esta ocupación gracias a poseer el dinero suficiente para no tener que depender de un trabajo remunerado. Sus intereses científicos fueron tan amplios que se ocupó desde asuntos particulares, como el estudio de las plantas carnívoras, las lombrices de tierra o los fósiles de ciertos crustáceos, a temas mucho más generales y abstractos, como la herencia biológica, las variaciones geográficas que experimentaban los seres vivos, el dimorfismo sexual o la selección artificial de los animales domésticos. Puede afirmarse que su pensamiento acerca de la evolución de las especies constituye la síntesis de todas las ideas transformistas que se conocían en la época, pero una síntesis que las interpretaba a través del filtro de la lucha por la existencia y de la supervivencia del más apto.
¿Por qué tardó tanto tiempo en hacer públicas sus conclusiones evolucionistas, a las que había llegado desde hacía más de veinte años? ¿Cómo es que se decidió a publicar su polémico libro sólo después de recibir el breve manuscrito que le envió Wallace? Algunos biógrafos han señalado que la resistencia de Darwin a publicar su teoría tuvo una base claramente psicopática (Huxley & Kettlewel,
Darwin, Salvat, Barcelona, 1984: 121). Al parecer, la causa de tal tardanza habría sido el conflicto emocional existente entre él y su padre, Robert, al que reverenciaba, pero por quién sentía también un cierto resentimiento inconsciente.
El padre de Darwin nunca aceptó la idea de la evolución que proponía su hijo. Tampoco su esposa, Emma, comulgó jamás con la teoría de su marido, tan opuesta a los planteamientos creacionistas del Génesis bíblico. El reparo casi patológico de Charles a publicar la obra que le había llevado tantos años, se debió probablemente a esta negativa de sus propios familiares y amigos. El profesor de astronomía de la Universidad de California, Timothy Ferris, opina lo siguiente: “Es mucho más probable que Darwin temiese la tormenta que provocarían, como bien sabía, sus ideas. Era un hombre afable, abierto y sencillo casi como un niño, habitualmente respetuoso de los puntos de vista de los demás y en absoluto inclinado a la disputa. Sabía que su teoría encendería los ánimos, no sólo del clero, sino también de muchos de sus colegas científicos.” (Ferris,
La aventura del Universo, Grijalbo, Barcelona, 1995: 195).
Es posible también que, además de estas razones, la dificultad para dar una explicación convincente de la herencia biológica, frenase la publicación de su libro. En la época de Darwin se desconocía en que consistía el gen, ni cómo actuaban los mecanismos de la herencia. Cuando años después la genética descubrió la estructura de los genes y su influencia sobre las características de los individuos, así como las mutaciones o los cambios bruscos que éstos pueden sufrir, los neodarwinistas reelaboraron la teoría de la evolución en base a ciertas suposiciones que en otros trabajos comentaremos.
Darwin no fue nunca amante de la polémica ni de la controversia y prefirió retirarse para trabajar aislado de los demás. Sin embargo, sus más fervientes partidarios, el biólogo inglés Thomas Huxley y el alemán Ernst Haeckel, fueron en realidad quienes se encargaron de polemizar y difundir estas ideas evolucionistas.
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