Hace algunos años, junto con un grupo de amigos creamos un proyecto de investigación al que le denominamos
Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano (CENPROMEX). En las reuniones iniciales debimos intercambiar nuestros puntos de vista acerca de cuáles serían las líneas de nuestras investigaciones. Con el paso del tiempo, intercambios con otros investigadores de distintas universidades y de publicaciones realizadas por los integrantes del Centro, fuimos solidificando el entendimiento de nuestro objeto de estudio. Los siguientes son los ejes que consideramos sobresalientes en el apasionante ejercicio de investigar el origen, expansión y características del protestantismo evangélico mexicano.
Raíces históricas.
Ante la generalización sobre el origen del protestantismo en nuestro país, que iba por el lado de afirmar que sus inicios se debieron a los esfuerzos misioneros exógenos en el último tercio del siglo XIX; paulatinamente fuimos descubriendo que la afirmación carecía de sustento y reflejaba, más bien, un prejuicio que derivaba en acusaciones ideológicas. En el siglo XVI, en la Nueva España, por obvias razones inquisitoriales bien conocidas, no hubo protestantismo, pero sí, hay que subrayarlo, presencia de protestantes que fueron detectados por las autoridades novohispanas que se encargaban de vigilar y castigar. Las medidas de control evitaron cualquier posible germinación de una difusión, por mínima que fuera, de núcleos calificados de heréticos por la simbiosis Iglesia católica/gobierno colonial.
Entre la consumación de la Independencia de España (1821) y la Ley de Libertad de Cultos promulgada por el régimen liberal del presidente Benito Juárez (4 de diciembre de 1860), encontramos sólidos indicios de que un sector de la sociedad mexicana identificado con el liberalismo –escritores, políticos, sacerdotes católicos- se pronunciaron por la tolerancia de cultos como prerrequisito para que el país pudiese atraer colonos protestantes. También enarbolaron razones propiamente religiosas, se trataba, en su óptica, de dar espacios a un cristianismo libre de los lastres del catolicismo romano. Lenta, pero sostenidamente, en las casi cuatro décadas antes aludidas, se fueron conformando células que estaban en vías romper con el catolicismo y en busca de una religiosidad cristiana que podemos denominar pre protestante. Ahora sabemos sobre lugares de reunión y personas que ya se concentraban fuera del control católico romano para leer la Biblia, y que en ese ejercicio descubrieron lo mismo que el protestantismo histórico había sacado a la luz en el siglo XVI en su enfrentamiento con el poder de Roma. Fueron esos núcleos protoprotestantes mexicanos los que sirvieron de contactos iniciales a los misioneros extranjeros, llegados a México de manera individual o institucionalmente con el apoyo de agencias bautistas, metodistas, presbiterianas, principalmente.
Protestantismo de corte evangélico.
La vertiente protestante que se fue asentando en México fue la evangélica. Creyendo lo mismo que el protestantismo (sola fe, sola gracia, sola Escritura), el cariz evangélico se singulariza por su activismo evangelizador y búsqueda de conversos. De la misma manera establece un marcado contraste ético con el resto de la sociedad, con el mundo. Esto ha sido bien señalado por el historiador Rubén Ruiz Guerra, en su libro
Hombres nuevos: metodismo y modernización en México (1873 – 1930), México, CUPSA, 1992. En su carácter minoritario tal protestantismo evangélico fue anticlerical, identificado con la estricta separación Estado-Iglesia(s). Con sus transformaciones, el protestantismo mexicano mayoritario sigue marcado por su origen evangélico, pero se vislumbran mutaciones que, en cierta medida, son contradictorias con sus raíces.
Conversión y cambios culturales.
La adopción de una identidad religiosa distinta a la históricamente primero única y luego abrumadoramente mayoritaria (el catolicismo), conlleva elementos que deben ser bien comprendidos. La conversión tiene varios factores que la explican, es multicausal, y no se puede reducir a tipologías cerradas. En círculos atentos al cambio religioso se pone cada vez más atención a las circunstancias personales y contextuales en los que acontece la conversión. La
teoría de la conspiración (misioneros anglosajones que llegan a debilitar la cultura hispanoamericana con fines eminentemente políticos) subsiste pero se debilita progresivamente. Los conversos no son recipientes vacíos en los que se puede verter lo que al mensajero exógeno se le plazca. No, los conversos son personas activas en su decisión de identificarse con una nueva confesión religiosa. Además la conversión, cuando ya es socialmente significativa por su creciente número, tiene repercusiones culturales. La diversificación religiosa se refleja en éticas diferenciadas, que es necesario documentar para comprobar si a determinadas convicciones de fe les corresponde conductas singulares, o bien no hay diferenciación con el contexto valorativo secular en que viven los creyentes de uno y otro grupo confesional.
Expansión y crecimiento. Con ritmos distintos, el protestantismo se ha extendido por todo el país. En el sur-sureste tiene un crecimiento acelerado, vital en las entidades fronterizas con Estados Unidos y modesto en los estados del centro y occidente, en la zona que sarcásticamente Carlos Monsiváis llama “el cinturón del rosario”. Tratar de entender por qué en unas regiones el cristianismo evangélico crece mucho más que en otras, es una tarea compleja y que debe ser desarrollada en equipo. A fines del año pasado vio la luz pública una investigación coordinada por la doctora en ciencias sociales Renée de la Torre titulada
Atlas de la diversidad religiosa en México, donde se aportan datos sobre la diferenciación geográfica de las preferencias religiosas en el país. A la panorámica general hay que adicionarle estudios regionales, acercamientos locales e historias de vida, para ampliar nuestros horizontes comprensivos de la dinámica reproductiva del protestantismo, y también de la deserción que se da en el seno del mismo.
Comunidades indígenas.
Dado que es en los pueblos indios donde el protestantismo evangélico se multiplica con más celeridad, se hace necesario investigar tal hecho. En un sentido es paradójico que sea en las comunidades tradicionales en las que haya más receptividad a una propuesta religiosa que en distintos círculos ideológicos, políticos y académicos es vista como indeseable para los pueblos originarios. Los indígenas se están apropiando de un mensaje religioso relativamente novedoso para ellos, lo están recreando a sus propias condiciones e intereses, y lo diseminan vigorosamente. Con ello contradicen visiones ahístoricas, esencialistas, de lo que según algunos debieran ser los indios e indias. Los indígenas protestantes están demostrando que es perfectamente posible redefinir lo indígena con nuevos términos e identidades. Nadie tiene el derecho, ni debiera tener el poder, para definir quienes son indios verdaderos y quienes no. El cambio religioso en los pueblos originarios de México es una afirmación de que la pluralidad avanza, y no tiene que ser vista como peligrosa.
Hostilidad y persecución.
No en todas partes, pero históricamente en México se ha dado, y se sigue dando, la hostilidad y persecuciónes (simbólicas o físicas) en contra de los protestantes. Éste es un asunto de respeto a los derechos humanos, y por lo tanto no le atañe únicamente a los agraviados sino también a personajes y organismos identificados con defender los derechos de todos sin excepciones. Hay una larga historia de persecuciones violentas que dejan testimonio de la intolerancia enfrentada por los núcleos protestantes. Documentar tales ignominias ha sido una labor a la que he dedicado buena parte de mi oficio investigador. Una de las cuestiones que he corroborado en tal esfuerzo ha sido la “sordera cultural” en sectores de los que uno esperaría receptividad (intelectuales, medios de comunicación impresos y electrónicos, colectivos interesados en la vigencia de los derechos humanos), los que simplemente desoyen las denuncias de los atacados.
Adelanto que un proyecto que cuenta con el apoyo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el cual coordino, tiene por objetivo publicar el libro Intolerancia religiosa en México: estudios de casos. Creo que en él volumen se reflejara que los protestantes/evangélicos no son los únicos integrantes de una minoría religiosa en el país que han sufrido persecuciones, pero sí concentran el mayor número y tienen la más larga historia de agravios.
Protestantismo popular.
El pentecostalismo ha pasado de una expresión marginal dentro del cristianismo evangélico a ser la vertiente mayoritaria y que más crece no nada más en México, también es corroborable ello en toda América Latina y otras partes del mundo. Son los pobres quienes más decididamente abrazan al pentecostalismo, y al hacerlo entran en una relación de intercambio, de negociación cognoscitiva y valorativa, en la cual se refleja el dinamismo de una expresión religiosa maleable y cuyas fronteras son difíciles de delimitar. El árbol del pentecostalismo siempre está floreciendo, produce nuevos frutos, y lo hace de forma tan continua que dificulta su aprehensión por parte de quienes lo estudian con la aspiración de explicar su
ethos. Es en los sectores pentecostales que hasta hace una década se encontraban las mayores propuestas de “fuga del mundo”, en los que hoy existe más deseos, proyectos y experiencias de participación política electoral y/o concepciones de cambiar a la sociedad desde posiciones políticas gubernamentales. De ahí las crecientes propuesta de crear partidos políticos evangélicos.
Las anteriores líneas de investigación bosquejadas por supuesto no agotan el tópico del protestantismo mexicano. Son, apenas, los temas que más llaman nuestra atención y a los que habrán de agregarse otros emergentes, como, por ejemplo, el de las iglesias protestantes/evangélicas mexicanas que están enviando misioneros a otros países.
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