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Jean Zumstein: `Escritura y Palabra´y `El Padre Nuestro´

Una feliz coincidencia ha permitido que aparezcan en español, simultáneamente, dos volúmenes breves del profesor Jean Zumstein, quien era conocido en este idioma únicamente debido a su cuaderno bíblico sobre el evangelio de Mateo, en donde expone brillantemente las líneas generales de su teología. Teníamos noticia de que dirige, pulcramente, la colección del comentario del Nuevo Testamento de la prestigiada editorial Labor et Fides, adonde también ha publicado algunos títulos muy llamativos, por
2 NUEVOS LIBROS AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 29 DE FEBRERO DE 2008 23:00 h

Sobra decir que lamentamos profundamente que este tipo de obras, producidas en el espectro del protestantismo francófono suizo, sigan tan lejos de los lectores hispanoamericanos, debido a la escasa visión de algunos editores que no quitan la mirada del mundo anglosajón, poniéndonos a resguardo de una producción exegético-teológica que nos debería resultar más familiar. De ahí que saludemos que ahora la Mesa México-Suiza se plasme por segundo año consecutivo en un volumen que recoja lo más representativo del autor que nos visite. Ojalá se siga por ese camino con constancia y puntualidad.

ESCRITURA Y PALABRA
Escritura y Palabra (aunque su título original parecía más provocador: Salvar la Biblia, cuya primera edición se remonta a 1985) es un valiente alegato en contra del mal uso de las Escrituras en los espacios eclesiásticos. Comenzando con la siempre urgente denuncia del fundamentalismo, Zumstein no teme llamar a las cosas por su nombre y se refiere al riesgo extremo de dicha tendencia, el integrismo, no como algo lejano, sino como una realidad que nos acecha permanentemente. Con todo, habría que matizar que el fundamentalismo en México y el resto del continente se ha contaminado de chamanismo y, con ello, se ha alejado de la Biblia. Ella no es más que un pretexto para inventarse recursos semimágicos como ciertos preparados o pócimas que se regalan en los santuarios de algunas empresas religiosas transnacionales. Pero, no obstante ello, el fundamentalismo sigue presente y muy vivo porque adolece precisamente de lo que dice promover: la falta de lectura atenta de los textos. Y si a ello se agrega la crónica deficiencia que vemos en nuestros países en este sentido, la mezcla es una bomba de tiempo.

Hay que recordar cómo se condenó a la muerte a Salman Rushdie sin que los ayatolas se hubieran tomado la molestia de hojear los Versículos satánicos. Al fundamentalismo, entonces, le ha sucedido un fenómeno cultural muy contradictorio, porque ante la ausencia de contacto con el libro, los sustitutos ya no requieren lo que antes pomposamente se llamaba base escritural, aunque todavía se subraye, fanáticamente, que cualquier cosa bautizada como bíblica puede pasar las más duras pruebas.

Las razones del olvido de la Biblia entre nosotros, mezclan varios elementos que alude Zumstein, porque así como tuvimos una modernidad tardía o atípica, para decirlo amablemente, ahora también los aires de la posmodernidad nos golpean de manera diferente y ser protestante ya no es sinónimo de conocer la Biblia como antaño, así fuera solamente para ganar concursos de búsqueda de citas. Porque, como dice Zumstein: “Nuestra convicción es que esta borradura [o eclipse] de la Biblia, en el protestantismo, es perjudicial no sólo para las iglesias emanadas de la Reforma —cuya identidad está en juego—, sino para todo el conjunto de las confesiones cristianas”.

Algo similar sucede con los demás excesos trabajados en el librito: el psicologismo (que hace de la Biblia un manual de recetas subjetivas); los documentos eclesiásticos (aunque Zumstein se refiere más a los ecuménicos, aquí podría hablarse especialmente de aquellos que intentan responder a coyunturas específicas y problemáticas: léase aborto, homosexualidad, matrimonios del mismo sexo, en donde el fundamentalismo, otra vez, y la falta de respeto por el contexto literario, histórico y cultural llegan a niveles difícilmente tolerables). Acerca de los exegetas profesionales o universitarios, la situación es bastante distinta entre nosotros (con todo y que en América Latina existe una ya sólida tradición hermenéutica), debido al abismo existente entre los seminarios y las comunidades, el cual sigue pareciendo infranqueable a estas alturas del siglo XXI.

La exhortación de Zumstein no deja de ser pertinente, no sólo para el ambiente de donde procede su trabajo:
¡Que se nos comprenda bien! Partiendo de la connivencia histórica, que liga el protestantismo a la Biblia, no queremos convertirnos en abogados tradicionalistas de una renovación protestante, ni reactivar una polémica dirigida contra el catolicismo romano. Nuestro proyecto es diferente. Nosotros abogamos por la Biblia, por su lectura renovada, porque estamos persuadidos de que es solamente allí donde la Biblia se vuelve Palabra de Dios, que la fe es auténticamente vivida, y la comunidad, fuertemente edificada.

De ahí proceden los cuatro corajes o valores por los que pelea, literalmente, el libro: asumir la diferencia; ser honestos intelectualmente; buscar la pertinencia a toda costa; y trabajar adecuadamente la universalidad del lenguaje. Por eso, entre las palabras finales del volumen, destacan las siguientes:
La Biblia reclama un lector activo, atento y presto al esfuerzo. Ella solicita tal lector en virtud incluso de su concepción de la fe que ella defiende.
La fe cristiana no es, en efecto, primeramente una iluminación sutil, contemplación inexplicable de lo indecible, o éxtasis reservado a algunos elegidos. La fe cristiana nace y se alimenta de la escucha de una palabra inteligible. Esta palabra, que la Biblia permite de descubrir, demanda ser leída, ser meditada, ser explicada, ser compartida, antes de ser asimilada. Como el apóstol Pablo lo escribía a los Corintios, la Palabra es un alimento sólido que debe ser largamente masticado y que reclama estómagos robustos para ser digerida.
La fe cristiana es, pues, indisociable de un compromiso, de un esfuerzo de atención y de escucha, de un lento y perseverante trabajo de lectura. Es por esta disciplina libremente consentida, por este ejercicio sin cesar retomado, que el creyente puede entrar en relación con la Palabra que alimenta y aclara, que amplía y renueva su existencia.

EL PADRE NUESTRO
El libro dedicado a El Padre Nuestro es un sumario teológico-espiritual fruto de una atenta mirada y relectura de uno de los textos más importantes de la piedad cristiana. Luego de pasar revista a los aspectos textuales y literarios básicos (la comparación entre las diferencias de Mateo y Lucas, y su filiación dentro del judaísmo tradicional), Zumstein bucea en una espiritualidad respetuosa de los contextos humanos más elementales: el hambre, el lugar social, la necesidad de ser escuchados, que le permite revisar, con unos ojos auténticamente dispuestos a dejarse tocar por el impacto de la Palabra divina, el menaje profundo de Jesús a partir de esta oración singular.

Las salvedades que el autor introduce en cada petición y la forma en que encuentra el núcleo de a plegaria, centrada en el anuncio y praxis del Reino de Dios por parte de Jesús de Nazaret, articulan un conjunto de observaciones que reciclan con sólida pertinencia cada palabra. Acerca de la venida del Reino, afirma:
Pero, ¿de un reino se puede decir que él viene? El carácter anormal de esta formulación, sin duda, fue querido por Jesús. Él llama nuestra atención hacia un elemento esencial de nuestra predicación. Ciertamente, el pleno establecimiento del Reino de Dios pertenece al futuro; es objeto de esperanza. Es la firme convicción que Jesús comparte con sus correligionarios. Pero por esta segunda demanda en tú, se invita a los discípulos a no construir una distancia insuperable entre el Reino esperado y el presente deseado. Les sugiere no oponerse al mantenimiento de la fe con el Reino por venir.
Al contrario, el acento es puesto sobre una dinámica, la dinámica del futuro que viene a penetrar el presente para habitarlo y transformarlo. El Reino de Dios no está encerrado en un futuro místico, sino que está en movimiento, viene e invade el hoy de la fe. Jesús pone el acento sobre esta única venida y no proporciona detalles sobre la naturaleza de este Reino que surge en la vida de sus escuchas. [...] No se trata, pues, de infestar prematuramente este Reino con los deseos humanos, demasiado humanos. El Reino de Dios no se identifica, de entrada, con las aspiraciones nacionales o personales. Si el Reino de Dios se acerca, es a Dios a retomar el poder y no al hombre. El creyente que dice: “Que tu Reino venga”, renuncia a sus reinos y a sus deseos de poder, él hace sitio a otro reino que el suyo, el Reino de Dios.

Así, luego de las primeras cuatro secciones dedicadas a peticiones relacionadas con el propio Dios, Zumstein trabaja con especial sensibilidad el resto de la oración, consagrada a exponer la precariedad humana (no lo olvidemos, plegaria viene de precario: “De hecho, las tres demandas expresadas con la forma nosotros formulan lo que más necesita el ser humano: el pan cotidiano que asegura el mañana, el perdón que libera y la preservación del mal destructor. Estos tres dones, el creyente los espera con confianza en Dios”, porque no hay que olvidarlo: “qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”, y en la forma de pedir está la forma de dar, porque Dios no cumple caprichos, etcétera), en especial, la relacionada con el pan cotidiano (aunque en México podríamos decir más bien: el maíz nuestro de cada día, dánoslo hoy(1)), más allá de cualquier sacramentalización posible. Zumstein se expresa como un teólogo de la liberación:
La demanda del pan no es una demanda individual. Se trata de “nuestro” pan y es la comunidad en oración —“danos”— quien solicita lo más necesario para vivir. La demanda del pan tiene, pues, de entrada, una dimensión comunitaria y social. Cada creyente sabe que es únicamente de Dios de quien recibe el pan del que tiene necesidad para vivir, pero descubre que no se trata sólo de su pan personal. La búsqueda del pan, incluso si y precisamente ella es entendida como un don de Dios, supone la existencia de la realidad social donde el pan es producido, distribuido y consumido.
El pan que es recibido es un pan para compartir, un pan que pertenece a la comunidad social, si se trata del pan material; a la comunidad eclesial, si se trata del pan espiritual. El pan nunca es la propiedad o la herencia de un individuo en detrimento de los demás. La demanda de pan implica una ética del compartir.

Y así sucesivamente, porque el autor, primermundista como el que más, ¡logra entender lo que significa vivir al día! ¡La oración de Jesús se lo hizo entender! ¡A él, que viene del mundo de la abundancia! Y eso que no creo que se haya paseado un día por algunas calles de la Ciudad de México o del interior del país:
Vivir al día
La palabra hoy tiene toda su importancia. Es decisiva en la demanda del pan. El creyente se maravilla de la lucidez de Jesús enseñando esta oración a sus discípulos. El alimento es una necesidad cotidiana. Si falta, al cabo de unas horas, el hambre se manifiesta. La palabra hoy le recuerda al creyente la precariedad de su existencia, aunque también le permite descubrir el rostro de Dios a quien se dirige. Jesús no considera que Dios ha dado de una vez por todas, en un pasado lejano, lo que el ser humano necesita para vivir y que éste último puede arreglárselas solo. No piensa en que Dios proporcionará lo que es verdaderamente necesario para subsistir únicamente en un futuro lejano, cuando se produzca el establecimiento definitivo de su Reino en la tierra.
El Dios de Jesús viene al ser humano en su vida cotidiana, en su presente vivido. El pan no es una cuestión que se pueda olvidar o posponerla para más tarde. El pan es una cuestión que se plantea en el presente y que debe ser tomada en cuenta en el presente. Es por eso que Jesús dice: “Danos hoy…”. La firme convicción de quien expresa esta primera demanda en nosotros es que Dios viene en el presente vivido para darle a cada quien todo lo necesario para vivir.

De manera parecida se expresa sobre la necesidad del perdón (“el acreedor renuncia a sus derechos”), la huida de la tentación (“cuando la fe podría zozobrar”, “porque nosotros no somos héroes”):
Enseguida —y esta es la íntima convicción que habita en la petición—, mientras que el mal devasta e incluso seduce al ámbito humano, Dios sigue siendo el Señor, el maestro del mal y del bien. Quien ora el Padre Nuestro sabe que el mundo no está entregado sin remedio a la potencia del mal y al caos, sino que Dios, contra toda evidencia, sigue siendo el Señor compasivo. Es, en fin, la razón por la que el discípulo puede volverse con confianza hacia Dios para solicitarle que lo sustraiga a este peligro que amenaza su vida y su fe. El rostro de Dios que aparece en esta demanda no es el rostro del Dios tentador, sino del Dios que, en el seno mismo de la tentación, no abandona a los suyos y está presente.

Y la petición ante el peligro (“Dios no nos abandona a lo peor”):
Dios no se confina, así, a un papel preventivo: permite al creyente anticipar la amenaza que pone en peligro su fe. Se hace un llamado a su acción. Es un gran gesto liberador que le es solicitado, un gesto que arranca al hombre el poder del mal y restaura su vida en plenitud. El Dios que se perfila en esta última demanda es verdaderamente el Dios del Evangelio: el que cura a los enfermos, el que echa a los demonios, que ofrece su comunión a los excluidos, que perdona y otorga la vida.

En suma, la oración de Jesús mantiene una pertinencia a toda prueba cuyas consecuencias son accesibles desde un análisis técnicamente minucioso y espiritualmente sensible. Notable resulta, en este sentido, el énfasis de Zumstein en la libertad que tuvieron las comunidades cristianas ante el final abierto con que concluye el Padre Nuestro, porque precisamente en la manera de concluir se expresa también la conexión que los hablantes logren con esta palabra de Jesús, corazón de la fe de los discípulos. Por eso afirma:
El creyente puede llamar a Dios e implorar su liberación porque la última palabra no pertenece al mal, sino al Creador y Señor. Es Dios quien reina y no el mal; es Dios quien posee la potencia decisiva y no el mal. Es a Dios a quien es debido el reconocimiento último, la gloria y no al mal. Así, el creyente puede, en toda confianza, invocar y glorificar a Dios: el mal pasa y Dios viene.
Con esta fórmula final, la tradición de la Iglesia completó el Padre Nuestro de manera adecuada. Ella respetó perfectamente el espíritu. Después de haber enumerado lo que hay de más necesario a la vida, el creyente vuelve a lo esencial: a este Dios que dominaba la primera parte del Padre Nuestro. El creyente recibirá todo lo que necesita en la exacta medida en que acepte dejarle el campo libre a Dios, donde él acepta que Dios es Dios y que Él establezca su Reino sobre el mundo. En este sentido, el "amén" final es una forma de aprobación — “es verdad”— pronunciada sobre la buena nueva de Dios que viene y que es el Dios de Jesús.

De esta manera, si en el primer volumen Zumstein observa, critica y teoriza acerca de una lectura renovada de la Biblia, en el segundo pone en el ejemplo de cómo puede y debe hacerse eso, sin renunciar a la fe que demanda explicaciones científicas (léase, de las ciencias bíblicas con todo su desarrollo hasta la actualidad) ni tampoco a la búsqueda de una justa palabra divina para el exigente presente que nos toca vivir, como dice el subtítulo, en el corazón de nuestra vida. Por ello, “las primeras comunidades cristianas pudieron recitar el Padre Nuestro sin dobles pensamientos y sin dejar de considerar la realidad vivida. Ellas sabían, en efecto, que la fragilidad que afecta la vida de cada ser humano no es borrada por la mañana de Pascua. Esta fragilidad continúa, pero ella ya no es una maldición. Es, sin embargo, el espacio de la presencia liberadora de Dios”.



1) Cf. Gabriela Miranda, “Danos hoy el maíz nuestro de cada día”, en Signos de Vida, núm. 46, diciembre de 2007, pp. 24-27.
 

 


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