En el campo protestante español, tan dividido en política como en otros asuntos, no hay una posición unánime. Estamos convencidos de que en muchos lugares existen posiciones loables, establecidas al amparo de la Palabra de Dios y mantenidas desde la fe y el amor cristiano, pero quisiera subrayar aquellas que no me parecen adecuadas:
En primer lugar está la de aquellos que consideran que la política es algo tan sucio y pecaminoso que no se debe nombrar entre los cristianos. Quienes así piensan dejan a los cristianos bajo su tutela sin la orientación bíblica adecuada que les permita cumplir de forma sabia y responsable con sus deberes cívicos.
En segundo lugar están lo que no quieren “entrar en política” de forma declarada y abierta, porque consideran que es indecoroso hacerlo así. Las posiciones políticas previas de estos evangélicos, que las tienen sin ningún tipo de duda, se presentan revestidas de una inexistente neutralidad política y de un lenguaje religioso espiritualista que termina influyendo en el voto del electorado dando la falsa imagen de que éste ha ejercido sus obligaciones cívicas mediante su propio discernimiento y responsabilidad cristiana.
En tercer lugar existen, en menor proporción, gracias a Dios, líderes evangélicos que están convencidos de que tienen que indicar a su grey cuál es el partido político al que han de votar si quieren ser buenos y fieles cristianos. Los púlpitos de estos ministros evangélicos se convierten durante las elecciones en espacios de captación de votos para un determinado partido político, y las congregaciones en votantes potenciales de los mismos.
Ante este panorama hemos de preguntarnos si la generalidad de los evangélicos españoles están debidamente informados por las Escrituras de cuáles son sus deberes políticos; y si a la hora de votar buscan la influencia de Dios, o si, por el contrario, actúan siguiendo los mismos criterios de adhesión política que tienen aquellos que no son creyentes. Tengo la sensación de que muchos evangélicos siguen en lo político la posición de aquellos aficionados de fútbol que exclamaban: “Viva er Betis manque pierda”. Con ello quiero decir que da la impresión de que algunos evangélicos apoyan una opción política de forma incondicional, sin ejercer ningún tipo de discernimiento sobre la conducta moral individual y colectiva de sus líderes o de las políticas seguidas por éstos y las consecuencias sociales de las mismas. Todo lo que “su partido” hace les parece bien, no importa que se blasfeme el nombre de Dios o se haga una oposición a su pueblo o a los principios fundamentales de su santa Ley.
Creo que es necesario que estos evangélicos tomen en cuenta urgentemente cuáles son los principios bíblicos generales que debe orientar la participación política individual y colectiva de los cristianos.
Es necesario recordar en este momento del discurso que la Biblia orienta al cristiano en todos los asuntos de la vida incluyendo el de sus derechos y deberes con las instituciones políticas y sociales. El apóstol Pedro se dirige al pueblo de Dios como aquel “linaje escogido” que ha “alcanzado misericordia” para ser una “nación santa”, por lo que sus integrantes son “extranjeros y peregrinos” en esta tierra que deben abstenerse de los “deseos carnales que batallan contra el alma” (1 P 2.9-11). La principal y prioritaria ocupación de un cristiano es procurar la santidad (He 12.14) cf (Mt 6.33) (1 Tes 5.17-24) llegando a ser “sal” y “luz” para salvación de otras personas (Mt 5.13-16). Pero el que un cristiano deba ocuparse prioritariamente de estas cosas eminentemente espirituales no significa que pueda olvidarse de que está en un mundo del cual el Señor no ha querido quitarle (Jn 17.15), y del cual forma parte como ciudadano y en el que tiene los siguientes derechos y deberes cívicos: 1) el cristiano deben vivir junto a los no cristianos manteniendo una conducta ejemplar, 2) el cristiano dispone de instituciones humanas que gestionan y ordenan la vida en comunidad a las que debe someterse y honrar, y, 3) el cristiano forman parte de una sociedad con normas sociales que regulan el trabajo y la buena convivencia que debe aceptar y guardar (1 P 2.12-21).
Así pues las instituciones públicas no son ajenas a los propósitos de Dios para este mundo (Dn 2.21; 4.32) (Pr 8.15a) (Ro 13.1b) y son imprescindibles para regular y ordenar la vida de los pueblos, posibilitando una convivencia humana regulada por leyes que establezcan y garanticen los derechos y deberes de los ciudadanos (Hch 22.25-29; 25.10-12) (Ro 13.6), y para crear un sistema penalizador que refrene o castigue las conductas incívicas derivadas del pecado que intentan alterar la normal convivencia ciudadana (1 P 2.14) (Ro 13.4). No son los buenos sino los malos ciudadanos quienes tienen que temer a la ley y a sus consecuencias sancionadoras (Ro 13.2-5).
Los ministros del Evangelio deben comunicar “todo el consejo de Dios” (Hch 20.27), esto incluye hablar de una visión cristiana de la política, entendida ésta como todo lo que Dios ha tenido a bien decirnos con respecto a la naturaleza y propósito de las “instituciones humanas” que gestionan y ordenan todo lo concerniente a la convivencia de las personas en la vida terrena. Esto quiere decir que el tema político debe formar parte de la enseñanza a transmitir tanto al pueblo de Dios como a la sociedad. Ésta y sus instituciones no pueden pretender que los ministros del evangelio permanezcan amordazados en este asunto pretextando que éste no es tema de su incumbencia. Elías entendió que tenía que condenar la infame política religiosa de Acab y Jezabel (1 R 18-19), Micaías se opuso a la errada política militar también de Acab (1 R 22), y Juan el Bautista reprendió la incestuosa relación de Herodes el tetrarca con la mujer de su hermano (Lc 3.19-20).
Por lo tanto, la Iglesia, como colectivo cristiano, y los creyentes, a nivel individual, deben participar en las instituciones humanas que gestionan lo público en los países donde convivan con otras personas. Jesús dijo: “Dad, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22.21). Esto quiere decir que no es incompatible atender las cosas de Dios y las cosas terrenas. No es incompatible atender los servicios eclesiásticos y formar parte de la comunidad de vecinos o del APA del colegio de nuestros hijos, ni predicar la Palabra y ser alcalde o votar para que otro lo sea. Sabemos por la Biblia que los creyentes de la antigüedad no vieron contradicción en servir a Dios y a su causa (Gn 41.16,28,32) (Dn 1.8; 3.14-18; 9.1-19) (Hch 10.2) y en gestionar y ordenar la convivencia humana temporal (Gn 39.23; 41.40-43) (Dn 2.48-49) (Hch 10.1).
Si los cristianos no se ocupan de la política serán administrados inevitablemente por personas no creyentes que podrían ordenarles hacer cosas contrarias a su fe (Hch 4.18-19). Si “pasan” de consideraciones políticas no podrán quejarse de las leyes o medidas que les perjudiquen como cristianos o como ciudadanos (Hch 22.25-29).
Eso quiere decir que los cristianos deberían procurar formar parte de las instituciones públicas de las siguientes formas: 1) mediante acciones individuales que les permitan ocupar cargos en la administración de justicia o en el funcionariado público, y, 2) mediante participación en partidos políticos que les permitan acceder a cargos de gobierno y de gestión o administración pública.
En cuanto a la participación en partidos políticos, lo ideal sería que los cristianos formasen partidos propios con políticas que contemplasen proyectos económicos y sociales basados en principios bíblicos de justicia y de equidad. Esto no significa que de llegar a gobernar o de participar en el gobierno un partido político cristiano deba formar un Estado confesional. Esto no es conveniente para ninguna sociedad civil en la que siempre los cristianos serán una minoría y en la que los gobiernos deben gobernar para todos. Pero cuando un partido cristiano gobierna produce leyes justas y ejerce un gobierno honesto en el que promueve el bien público (Ro 13.4a), la paz social (1 Ti 2.1-2) y el castigo de los malhechores (1 P 2.14). Y en el caso de estar en la oposición nunca empleará la estrategia del “todo vale” para desgastar al gobierno y alcanzar el poder. Un partido cristiano debería oponerse a todo lo que considere mal hecho y mostrarse de acuerdo con todo lo que considere que está bien realizado.
La participación de un cristiano en un partido político no cristiano o formado por cristianos nominales no es necesariamente un imposible pero tiene escollos difíciles de salvar. De lo que sabemos por la Biblia José no tuvo trabas políticas o humanas en su función como gobernante de Egipto, de modo que pudo ser tan justo y honesto como entendió que debía ser desde su temor de Dios (Gn 42.18b). Sin embargo en el caso de Daniel sabemos que en muchas ocasiones tuvo problemas “políticos” como consecuencia de ser un hombre de fe, honrado e íntegro (Dn 6.1-5). ¿Qué haría un cristiano al que se le pide disciplina de partido en una votación en la que sabe que su partido no tiene la razón o en la que sabe que su partido defiende una ley injusta y contraria a los intereses generales o a los principios de Dios? Por lo general, y salvo raras excepciones, los políticos no cristianos o los cristianos nominales sólo denuncian los delitos de sus correligionarios cuando tienen algún rencor o algún interés material particular que les mueve a ello, pero un cristiano verdadero debería denunciar el mal y no participar de él sencillamente por el deseo de hacer la voluntad de Dios (Ef 5.11).
Por último la forma más frecuente y habitual en la que los cristianos pueden y deben participar en política es ejerciendo su derecho al voto y contribuyendo con ello a que un partido político determinado llegue al poder. El principio de reconocimiento de los más capaces y preparados para liderar y presidir a la comunidad cristiana (Hch 6.1-7) (1 Tes 5.12-13) es igualmente válido para aplicarlo en la elección de aquellos que han de gestionar y administrar a la comunidad civil. Según este principio el cristiano debe elegir con su voto a aquellos que: 1) sean más capaces y estén mejor preparados para ejercer como gobernantes, y, 2) que tengan unas propuestas políticas más justas y solidarias que las de sus oponentes.
Obviamente desde el punto de vista cristiano cuando hablamos de capacidad y preparación no queremos que esto se confunda con criterios tecnocráticos. El Estado no es una empresa que emplea sus recursos y esfuerzos sólo para generar beneficios. El Estado es más semejante a una familia en la que hay gastos que no son rentables pero que son necesarios. Cuando hablamos de elegir a los gobernantes atendiendo a criterios de capacidad y de preparación queremos decir lo siguiente: 1) Que los candidatos al gobierno civil deben cumplir un mínimo de requisitos morales al igual que deben hacerlo los candidatos a liderar la comunidad eclesial (Hch 6.1-7) (1 Ti 3.1-13) (Tit 1.6-8). Esto significa que un candidato a ocupar cualquier cargo político debe ser una persona integra, honesta y veraz. Un candidato sorprendido en probadas mentiras, fraudes, inmoralidad, etc., no puede ser votado por un cristiano. Otra cosa es que el cristiano no tenga mucho donde escoger y tenga que elegir al candidato menos malo. 2) Que los candidatos al gobierno tengan la preparación académica y/o profesional necesaria para ejercitar el cargo que les corresponda (1 Ti 3.6). Ambas cosas son importantes, no es suficiente ser “buena persona”, humanamente hablando, para ser un buen gobernante. El buen gobernante debe ser al mismo tiempo una “buena persona” y un buen gestor de la parcela social que le toca administrar. Esto último debe acreditarlo de alguna manera, no es suficiente la propia declaración de intenciones.
La manera de determinar cuáles son las propuestas políticas más justas y solidarias no debe hacerse atendiendo a criterios trasnochados. Una posición maniquea errónea sería afirmar que la derecha es mala y la izquierda buena o que la derecha es buena y la izquierda mala. En la actualidad la mayor parte de los partidos políticos han dejado de lado la ideología de sus raíces políticas, hablan en el fondo y en la forma los que sus votantes incondicionales quieren oír y sólo están preocupados por alcanzar el poder para después aferrarse a él. Para conseguir esto último entran en una desenfrenada carrera por ofrecer más que sus oponentes, prometiendo en vísperas de las elecciones todo lo que no fueron capaces de hacer desde el gobierno o proponer desde la oposición durante la anterior legislatura. Por lo tanto, los criterios a tomar en cuenta por los cristianos deben ser diferentes a los de aquellos que no tienen la luz de la Biblia.
Veamos algunos criterios que nos ayudan a identificar el grado de honestidad y de justicia de los políticos y de sus propuestas de manera que nosotros podamos cumplir con nuestros deberes cívicos en la mayor sintonía posible con la voluntad de Dios:
1) No debemos esperar encontrar propuestas políticas de orientación cristiana ni propuestas políticas perfectas en políticos que no son cristianos.
2) Debemos leer y comparar todas las propuestas de todos los partidos buscando aquellas que en general propongan mejores cosas intentando discernir las oportunistas y engañosas de las sinceras y con viso de ser cumplidas.
3) En las propuestas de un mismo partido debemos valorar las que suponen beneficios económicos con otras que pueden recortar libertades o ir en contra de nuestras creencias fundamentales. ¡Que no nos compren por un plato de lentejas!
4) Debemos valorar la calidad humana de los políticos y la gestión de sus partidos en la anterior legislatura contrastando la información que sobre ellos se ofrece en los diferentes medios de comunicación.
5) Debemos distinguir en los medios de comunicación aquellos espacios que ofrecen información, sin más, de aquellos otros que son artículos de opinión. Cuidado con los titulares de los primeros que pueden condicionar nuestra valoración final de la información presentada.
6) No debemos dejar que los medios de comunicación con una marcada tendencia política nos adoctrinen y nos conviertan en fanáticos y sectarios adeptos de un determinado partido político. Un cristiano es alguien que debe “examinarlo todo” para después “retener lo bueno” (1 Tes 5.21), por lo que debe contrastar cualquier información antes de tomar una opinión. Por ejemplo para un mismo asunto de controversia entre el PP y el PSOE sería conveniente leer los periódicos el Mundo y el País, oír las radios la COPE y la SER o ver las cadenas de televisión de TV 4 y TV 3.
7) Por honestidad intelectual debemos conversar con personas que tengas diferentes ideologías políticas para contrastar opiniones vigilando el tono y sentimientos posteriores a las mismas.
8) Por último debemos orar a Dios para que nos ayude a discernir lo mejor y guíe nuestro voto y el del resto de la nación. No olvidemos que lo que suceda finalmente será la voluntad de Dios (Lam 3.37) y que como cristianos tendremos que aceptar y someternos al gobierno entrante aunque no le hayamos votado (Ro 13.1-5).
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