Descanso de hormigón

Nada queda de esos hombres que hace tan sólo unos días jugaban al fútbol, en la orilla de una isla mejicana de arena pálida. El mar, aunque sólo sea cuestión de un pequeño viaje, y más si ha resultado tan complicado como el nuestro, desgasta y deforma al individuo, como esos cristales o fragmentos de ladrillo que caen en sus fauces para ser devueltos con nuevos cantos redondeados, o con apagados tonos traslúcidos. Puede salir una bonita metáfora de todo esto, pero sigo bastante cansado y desgastado… mi cuerpo me pide descanso en muchos aspectos.

Nuestro viaje en el pequeño barco suena distinto cuando es relatado por alguien de la reducida tripulación. Es como si lo contase otra persona, y no pudieras dar crédito de lo que oyes, y sin embargo, lo único que logras hacer con cierta seguridad es asentir con tímidos gestos con la cabeza ante los detalles sin importancia, esos que todos quieren oír, que a ti te da un ardite, pero son inevitables.

La cosa parecía sencilla: una noche de viaje por aguas despejadas, a buena velocidad, sin sobresaltos… todo calculado a la perfección, excepto la edad del motor. El barco nos deja en alguna parte del Caribe bajo un sol de justicia, y nos obliga a pasar dos días largos y tediosos hasta que el milagro ocurre: una patrulla marítima nos remolca y nos llama afortunados, pues la deriva nos ha llevado en la dirección que queríamos. Pero yo sé que no es la fortuna.

Compruebo dos de las características que convierten a Cuba en un lugar maravilloso: hospitalidad, e inventiva: nos aclaman como a héroes en un pequeño puerto de Nueva Gerona, donde se reúnen pescadores, curiosos y unos cuantos lugareños del centro de la isla. “Aquello de allí es San Cristóbal”, dice alguien señalando a una porción de tierra brillante al otro lado del mar en este día especialmente claro y de aire limpio. Nos envuelven en toallas ásperas y nos llevan casi en volandas al centro de la ciudad, un lugar no muy distinto a una ciudad mediana de Méjico, aunque menos poblado.

La inventiva aparece primero en un par de detalles gastronómicos: el fongo (arroz y otras viandas que sacan de una olla de hierro, con un sabor vaporoso), al que le han añadido plátano frito, que en realidad es ingrediente de otro plato. El café hirviendo que me dan sin preguntar se propaga con rapidez hacia los lados de mi boca, reconfortando las pequeñas llagas que he ido coleccionando estos días de sed. La otra parte de la inventiva la veo cuando nos señalan el sitio donde dormiremos: un suelo de hormigón liso como nunca lo ha sido el hormigón, cubierto con una especie de lonas hechas con redes y unas hojas que no logro distinguir. Todo sucede a una velocidad desconcertante, que contrasta con la vida relajada que uno suele asociar a los atardeceres caribeños, entre arenas y palmeras.

Uno de los patrulleros que nos ha recogido asiente al ponerse a mi altura y pronto detecta en mi rostro la perplejidad. Bebe de un vaso con agua de arroz.

- Esa es la church… esa es la primera iglesia de aquí(1) – dice, satisfecho.

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1) En español, en el original.