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Ciencia. herejía y diseño inteligente

Alrededor del debate abierto en España sobre Darwinismo, creacionismo y diseño inteligente, publicamos este domingo dos interesantes artículos que analizan el encuentro y desencuentro de ciencia y fe. Se trata de "La ciencia como herejía", de David Casado; y "Aclarando confusiones sobre el `diseño inteligente´, de Pablo de Felipe.
CIENCIA Y FE AUTOR D. Casado / P. de Felipe 02 DE FEBRERO DE 2008 23:00 h

LA CIENCIA COMO HEREJÍA
DAVID CASADO

Las líneas que siguen se entenderán mejor si aclaro desde el principio que tanto la evolución como la no-evolución dejaron de ser problema para mí hace ya tiempo. Creo en un Dios hacedor y sustentador del universo. El cómo lo hiciera me trae sin cuidado. Considero que su creador lo fue también de las leyes que rigen su funcionamiento, fueren éstas las que fueren. De ahí que mi reflexión no tome partido por una u otra postura, sino que, simplemente, se limita a analizar la controversia actual desde una perspectiva que me parece mucho más relevante y decisiva.

Fue en torno al siglo XIII cuando en el cristianismo tomó cuerpo la idea de que la teología era una ciencia equiparable a las demás, constituyendo su objeto el estudio de las cosas divinas o inmateriales. Dicha concepción se basaba en el pensamiento de Aristóteles, en ascenso por aquella época, que hacía de la metafísica una ciencia similar a las matemáticas o la física. Éste motivo, aunque no fuera el único, fue vital para la incorporación de la teología a la universidad o, lo que es lo mismo, al universo de las ciencias.

La realidad es que el modelo funcionó mientras que las ciencias se entendieron tal como Aristóteles las entendió: como un sistema de deducciones lógicas a partir de unos primeros principios. Pero dejó de funcionar cuando el concepto de ciencia cambió. Después de la aparición de los llamados maestros experimentadores y de la consolidación del método científico como modo de verificación inobjetable de la realidad, a la teología se le hizo bastante difícil seguir conservando su status científico. En la actualidad, nos guste o no, la teología carece de dicho status por la imposibilidad que tiene de verificar, como en el laboratorio, tanto sus presupuestos como sus deducciones.

Cierto que no todo el saber coincide exactamente con el patrón imperante de ciencia, motivo por el que ya en el siglo XIX empezó a distinguirse entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, pero cierto también que este saber tiende a equipararse a aquél mediante la adopción de criterios objetivos, al menos pretendidamente objetivos, entre los que se cuentan la inducción de principios universalmente válidos, mensurables, que cumplan la función de leyes, siendo ejemplo paradigmático de este proceder la sociología. Ahora bien, la teología no puede aplicar a la idea de Dios principios similares.

Con ser importante, éste no es el problema mayor con que se encuentra el cristianismo. El problema mayor es un sistema de pensamiento que ha excluido de su horizonte la metafísica, sea cual fuere ésta, lo cual constituye una auténtica novedad, pues ni los maestros experimentadores ni sus lejanos predecesores, los presocráticos, se vieron inmersos en dicho esquema. En su soberbia, el pensamiento actual ha devenido en una especie de Torre de Babel que apunta al cielo y reniega de cualquier otro criterio de verificación que no sea el propuesto por él mismo, criterio que, como ocurre en cualquier caso, siempre juega a favor de los propios intereses.

Éste es a mi modo de ver el punto débil del pensamiento actual, y el que me parece no se contradice. Y argumentos no creo que falten, toda vez que, tal cual demuestra la historia del pensamiento, todo saber es provisional. Máxime cuando del saber de los orígenes se trata. Por eso la física de Newton resultó insuficiente y por eso la teoría de la evolución es insuficiente y se encuentra sujeta a modificación. Aquélla sobrevive como parte de un complejo mayor y ésta, si resulta auténticamente verificada, terminará corriendo la misma suerte; de lo contrario dejará su lugar a otra explicación que no tenga en cuenta a Dios. Explicación que llegará, no lo dudemos. Pues pertenece a la ciencia el observar la naturaleza y sus fenómenos en sí mismos, al margen de la idea de Dios. Y quien no sea consciente de ello es que aún no se ha enterado que tal idea le es necesaria como presupuesto de trabajo y, además, no es tan negativa, pues de otro modo aún estaríamos sujetos a los principios mágicos tan caros a chamanes y hechiceros y a los teocráticos de un clero iluminado.

Si no somos capaces de compatibilizar nuestra fe con este hecho mal lo llevamos. El cristianismo no puede permitirse el lujo de presentarse como a-científico y menos como anti-científico, que es lo que está consiguiendo con la dinámica de oponerse a la ciencia con la teología. Este fue el pecado tanto de la iglesia católico-romana como de la protestante a partir del siglo XVI, cuando las ciencias de la naturaleza cambiaron la especulación filosófica por la observación rigurosa y la experimentación. Cierto que la actuación del protestantismo no fue tan sonora como la del catolicismo, pero eso se debió más bien a la carencia de una jerarquía unificada y al principio de la división de poderes, no a que los próceres protestantes de la época aceptasen de mejor grado que sus colegas católicos la tesis copernicana, por ejemplo.

Lutero, cuyo caso está bien documentado se pronunció de la siguiente guisa contra Copérnico y su teoría heliocentrista: “la gente presta oídos a un astrólogo advenedizo que se esfuerza por demostrar que la Tierra gira, no los cielos o el firmamento, el Sol y la Luna. Cualquiera que desee parecer inteligente tiene que idear algún nuevo sistema, el cual, de todos los sistemas, es, desde luego, el verdaderamente mejor. Este necio desea trastornar toda la ciencia de la astronomía; pero la Sagrada Escritura nos dice que Josué mandó parar el sol, y no la tierra” (J. Quesada, en Otra historia de la filosofía). Y, francamente, cuando oigo lo que oigo y leo lo que leo en relación con la teoría de la evolución, no puedo apartar de mí la pesadilla de que estamos repitiendo la película.


ACLARANDO CONFUSIONES SOBRE EL `DISEÑO INTELIGENTE´
PABLO DE FELIPE

En los últimos días he visto, oído y leído numerosos comentarios acerca del diseño inteligente con motivo de las conferencias tituladas “Lo que Darwin no sabía”. No voy a entrar en detalles sobre el fondo de la cuestión, de la que me ocuparé en otro lugar (en el próximo mes de mayo, en el Forum Apologética 2008).

Sin embargo, he querido adelantarme para aclarar una confusión que he encontrado con gran frecuencia sobre este tema.

El término “evolución” se aplica popularmente a varias ideas diferentes. Las más importantes son:
  • La idea de que la vida surgió espontáneamente a partir de la materia inorgánica.

  • La transformación de unas especies en otras a lo largo del tiempo.

  • El mecanismo para explicar la aparición de esas nuevas especies.
Generalmente se llama evolución a cualquiera de esas ideas o a todas juntas. Sin embargo, siendo un poco más preciso, el término evolución debería reservarse para la segunda: el hecho (o no, según su críticos) de la evolución de las especies. De lo que trata el punto tres es sobre cómo se produce ese hecho, una vez que se acepta que ha ocurrido. En cuanto al primer punto, es algo previo a la evolución de los seres vivos, se trata de interrogarse sobre cómo apareció el primer ser vivo.

Es importante comprender que estas tres ideas están relacionadas, pero es posible discutirlas por separado. Varias alternativas son, pues, posibles y han sido defendidas históricamente por científicos y teólogos en este debate.

Hay quienes niegan todos los puntos, quienes los aceptan todos, y también quienes aceptan unos puntos y niegan otros. Por ejemplo, se puede negar el origen espontáneo de la vida a partir de la materia inorgánica (primer punto), pero aceptar la posterior evolución de los seres vivos (segundo punto). Otros se centran en criticar un determinado mecanismo propuesto para explicar la evolución (por ejemplo, el darwinista – mutaciones y selección natural), sin negar por ello que la evolución haya ocurrido (de hecho, históricamente, se han propuesto varios mecanismos evolutivos).

¿A dónde quiero ir a parar con todo esto? Muy sencillo. Cuando se examinan las obras de los líderes del movimiento del diseño inteligente, en especial de su biólogo más conocido y posiblemente el más cualificado, Michael J. Behe, nos encontramos con algo sorprendente. Aunque se suele relacionar el diseño inteligente con una negación completa del evolucionismo, Behe acepta la evolución en el segundo sentido que hemos mencionado arriba y dice que “una hipótesis de Diseño Inteligente no está reñida con la evolución per se”.

Es más, Behe señala expresamente que lo que él cuestiona es el punto tercero de nuestra lista: “El énfasis del DI no está en la ascendencia común, sino en el mecanismo [cursiva en el original] de la evolución – ¿como ocurrió todo esto, por selección natural o por un Diseño Inteligente intencionado?” (M.J. Behe, Irreducible complexity: Obstacle to Darwinian evolution. En: W.A. Dembski y M. Ruse (eds.), Debating Design: From Darwin to DNA. Cambridge University Press, Cambridge, 2004, p. 356).

A la vista de todo esto, lo que Behe está proponiendo no es tanto el desmantelamiento de la evolución (como en el clásico “creacionismo científico”), sino un tipo muy particular de evolucionismo teísta. Lo que resulta característico de Behe es que imagina a Dios teniendo un papel muy activo a lo largo de la historia de la evolución. Esto contrasta con la visión de los evolucionistas teístas tradicionales, como el líder del Proyecto Genoma Humano, el evangélico Francis S. Collins, en su libro ¿Cómo habla Dios? La evidencia científica de la fe, Temas de Hoy, 2007, donde cita al bien conocido autor cristiano C. S. Lewis.

Este punto de vista centra la obra creadora de Dios principalmente en el momento inicial, a partir de donde todo se desenvuelve mediante las leyes que el mismo Dios ha puesto, sin que esto impida a Dios actuar posteriormente sobre su creación (por ejemplo, en la encarnación o la resurrección de Cristo).

En cualquier caso, lo que Behe y sus críticos están discutiendo no es evolución sí o no, sino qué tipo de evolución.

Este mensaje creo que no se está transmitiendo claramente al público, que suele ver esto, incorrectamente, como una reedición del “creacionismo científico” tradicional.

Es también interesante señalar que no se trata de un debate simplista entre ciencia y fe, ateísmo y cristianismo o sobre Dios sí o no.

Es cierto que algunos, como Richard Dawkins, usan la evolución (en los tres sentidos señalados) para eliminar a Dios; pero eso no es ya un razonamiento científico, sino una extrapolación filosófica. Si bien Phillip Johnson, Michael J. Behe y otros defensores del diseño inteligente son cristianos (evangélico y católico, respectivamente), también lo son algunos de sus principales críticos, como Francis S. Collins o Kenneth R. Miller (evangélico y católico, respectivamente).
 

 


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