Mensaje hacia alta mar

Los pescadores, gente que sabe como nadie el verdadero significado de la palabra sacrificio, empujan sus barcas coloridas hacia el plato líquido y transparente del mar.

Me tambaleo, pero no por el contenido de la botella, sino por la arena, muy blanda y dispersa, llena de huellas de pájaro y otros animales, una arena que no estoy acostumbrado a pisar. El calor se filtra entre los dedos de mis pies descubiertos, pero templados y surcados por la sombra de los rayos más madrugadores del día.

Eilena, que así se llama la guía con la que he pasado estos últimos días de dormir poco, caminar mucho, y pensar demasiado, me espera a unos cincuenta metros detrás de mí. Sabe que necesito estar solo ahora mismo, aunque en verdad me apetece mucho más su compañía. Sin embargo, no puedo dejar que vea lo que voy a hacer a continuación.

Resulta que en esta playa hay una ceremonia de esas de las que nadie conoce su origen. Turistas y lugareños arrojan al agua en una botella aquello que quieren olvidar. Esa botella queda atrapada en la corriente que arrastra hacia el justo e imparcial océano eso que cada uno quiere alejar de su vida. Puede ser un hábito, una actitud, o algo que se dijo en un mal momento. Puede ser una promesa, o una carga excesivamente pesada. O un nombre.

Unas botellas acaban perdidas por el golfo de México. Otras naufragan en islas inhabitadas, o engarzadas en arrecifes de coral. Otras se rompen contra las rocas y hunden las penas y dolores que contienen. Pocas, muy pocas, regresan a esta playa. La idea consiste en olvidar ciertamente aquello que viaja en la botella. Alguien calculó que existen más probabilidades de ser fulminado por un rayo que de encontrarse con la botella recién extraviada.

Con toda la tristeza que logro reunir para el momento, escribo EILENA en una página de mi cuaderno; arranco su nombre de él, lo enrollo, y lo introduzco en la botella por su largo cuello. Tras vacilar unos momentos, pues siempre puedo equivocarme, lanzo la botella con fuerza hacia el horizonte. Oigo el ruido del objeto impactando contra el agua que empieza a transformarse en furiosa, y su contorno traslúcido se encoge hasta que no es más que un punto brillante entre los otros puntos brillantes de los amaneceres en una playa.

Hay cosas importantes, no siempre dañinas o beneficiosas, sino sólo importantes, que deben llevarse a lugares donde nadie las podrá encontrar. No queda otro remedio para continuar mi viaje que la soledad.