Un corazón agitado

El pensamiento tiene voz y aspecto de mujer. Tiene pelo de mujer. Tiene aroma a circunstancia inconcebible, a buenas sensaciones, a respiración nerviosa. ¿Cómo es que funcionamos así, aquí, por dentro de nuestros pechos, donde deben alojarse sentimientos tantas veces encontrados? ¿Cómo explicarlo, sin ser cursi y remilgado? ¿Cómo definirlo? ¿Cabe hablar de ello en mi situación actual, cuando no sé si puedo siquiera permitirme pensar en el tema?

Realmente no sé en qué orden aparecieron los pensamientos, o mejor dicho, el pensamiento. Sólo que se suceden las imágenes, las ideas, las expectativas y los sueños despiertos fundidos con una incierta noche en vela; de forma atropellada, con el corazón perseguido y cazándose a sí mismo… del mismo modo que el humo de un tubo de escape se dispersa, o se precipita la masa en el transporte público, así se agita mi alma.

A ella le brillan los ojos más de lo que se imagina. Me he sorprendido mirándola fijamente un par de veces. Ella parece que me descubre, y yo me encojo de hombros, mientras mi interior se encoge de vergüenza, de exceso de respeto. Poco me atrevo a rozar sus movimientos abiertos, libres, más que los míos. Mi vida ya tiene los detalles de una novela de esas que tanto venden. Mi vida está llena de gestos contenidos, de temblores de labio y nerviosismo; de baja autoestima, y de peticiones al cielo encapotado; peticiones de señales inequívocas de que merece la pena sacrificar alguna noche en vela más, y de que puedo seguir con la fantasía de un corazón más que vivo.

Ella dejará de ser mi guía dentro de unos kilómetros. En Mérida se separan nuestros pasos.

Entonces dejaré de creer que la conozco desde siempre. Dejaré de pensar que he visto estas pirámides antiguas desde que era un niño de verdad. Todo esto no me alivia en absoluto. Quien ha sufrido los golpes de eso que llamamos amor, sabe lo difícil que es enfrentarse a sus sentimientos. Sé bien que vale más vencerme a mí mismo, más que lo que debe costar conquistar una ciudad como la que ahora pisamos (Prov. 16:32)… aunque ésta se encuentre extinta, como mis propias esperanzas.

No soy valiente.
No me atrevo a fracasar en esto.
Ahora no, por favor.
Creo que debería dejar que lo inevitable ocurra.
Puede que me equivoque.
Y no sería la primera vez.
Mejor que Dios hable como suele hacer conmigo: directamente, y sin concesión alguna.

En otro orden de cosas, pero siguiendo con los asuntos del corazón y de la voluntad, hoy reflexiono sobre lo siguiente: si vemos unas pocas dificultades en el camino, tendemos a creer que es el diablo tendiéndonos trampas para que nos caigamos; en cambio, si las dificultades se complican un poco más, pensamos que entonces la voluntad de Dios se está imponiendo.

(una hora más tarde)
El parte meteorológico nos obliga a quedarnos dos días más en Progreso. Curiosa forma de avanzar.

(dos horas después)
“Y el hombre estaba maravillado de ella, callando, para saber si Dios había hecho progresar su viaje, o no.” (Génesis 24:21)