Quienes han leído u oído mis reflexiones en torno al quehacer de la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos, ALEC, nacida en 1999 y boyante hasta hoy, ya posiblemente estén cansados de oírme decir lo mismo. Pero no se preocupen que lo seguiré diciendo todas las veces que sea necesario.
¿Por qué se trabaja con tanta pasión preparando teólogos, predicadores, pastores, evangelistas, maestros, visitadores, directores de música, administradores y no escritores? Yo no tengo la respuesta, a menos que los hechos muestren que los escritores nacen y no se hacen. Y que, al revés, los pastores y evangelistas y teólogos y biblistas no nacen sino que se hacen. Así como se hacen pianistas, médicos, ingenieros, arquitectos, sociólogos, psicólogos, trapecistas, kinesiólogos, enfermeras, contadores y economistas. Pero aunque llegásemos a aceptar que los escritores nacen, insistiríamos preguntando: Si es que los escritores nacen ¿cómo es que no hay ni una guardería infantil, ni una casa-cuna, ni un kindergarten, ni una escuela primaria, ni una secundaria, ni una academia ni menos una universidad para que el escritor que ha nacido escritor pueda desarrollar su don y llegar cuanto antes a producir aquello para lo cual Dios lo mandó a este mundo? Suponiendo que los médicos, en lugar de hacerse, nacieran ¿esperaríamos que Pedrito, que nació médico, llegue a ser un gran neurocirujano solo porque nació médico sin que sus padres, el Estado, la Academia, nadie, se preocupe porque cultive lo que trae dentro de su cabecita desde antes de nacer?
En torno a la reflexión de más arriba, pareciera que lo que ALEC ha venido intentando no es más que una tarea destinada al fracaso. Y aunque bien pudiera serlo (los resultados, como los matrimonios unidos por Dios, se ven con el tiempo), hasta ahora las evidencias no son tan contundentes como para que abandonemos y nos dediquemos a otra cosa. Y concluyamos que lo que hemos venido interpretando desde 1999 como el llamado de Dios no es más que una quimera, producto de nuestras frustraciones existenciales. O una respuesta más o menos fácil al prurito de querer mantenernos haciendo algo en lugar de dedicarnos a la santa vagancia.
Lo que ALEC pretende con la máxima seriedad y responsabilidad es, ni más ni menos, que formar escritores cristianos profesionales. O, como también decimos, escritores permanentes. ¿Qué significa esto? ¿Cuáles son las implicaciones de este empeño al que le hemos dedicado ya ocho años de nuestra vida?
A finales del año pasado (de esto hace solo unos días, escribo este artículo el 4 de enero de 2008), Mario Cardona, miembro del Capítulo ALEC-Miami me invitó a un restaurante a tomar desayuno y a charlar. No me dijo sobre qué quería hablar, pero lo sospeché por una frase que me deslizó cuando hablamos por teléfono. Nos reunimos el 31 de diciembre a las nueve y media de la mañana. Y hablamos. Mario es cubano, casado, padre, abuelo, trabajador activo en un hospital de la ciudad y, además, tiene una carga excepcionalmente pesada en la iglesia de la que es miembro. Es diácono, pastor laico, profesor de un curso sobre Antiguo y Nuevo Testamento, maestro de Escuela Dominical. Consciente de las presiones a que someto a los miembros de ALEC que se comprometen a escribir su novela, quería decirme que veía difícil poder terminar la suya para la fecha señalada. Y, por ende, que no estaría lista para EXPOLIT 2008. Casi a borbotones fue tirando sobre la mesa todas las razones que le hacían pensar así. Básicamente, son las enumeradas arriba: la atención a su familia, la imposibilidad de disponer de no más de dos noches en la semana para escribir (el resto del tiempo se lo absorbe la iglesia), de manera que «lo siento mucho, mi hermano, pero creo que no me va a ser posible».
Yo, mientras lo escuchaba atentamente y en silencio, iba pensando: «Mario todavía no entiende en el lío en que se metió cuando se incorporó a ALEC y se propuso llegar a ser un escritor». Mientras él se desplazaba por el terreno suave de las justificaciones amables, yo programaba mi propia arremetida. Cuando me correspondió atacar, usé los argumentos que invoco aquí y que tantas veces he esgrimido antes. Y entramos a tocar el asunto medular de la visión de ALEC: formar escritores permanentes. O profesionales.
Le dije: «No se sienta mal, Mario. A los demás miembros de ALEC, incluyendo los que ya han visto una obra publicada, les ha costado tanto como a usted hacerse a la idea de llegar a ser escritores profesionales. Es más, yo mismo he tenido que luchar y esforzarme por aceptar esta realidad. Porque ninguno de nosotros hemos estado preparados para tal cosa».
Mario me miraba y me escuchaba en silencio. «No es fácil», seguí diciendo, «aceptar de buenas a primeras un cambio tan radical en nuestras vidas. No es fácil. Las implicaciones pasan por reconocer que a partir de ahora, su área de servicio en la obra del Señor se traslada de la iglesia al campo de la producción literaria. ¿Está listo para eso?»
Dadas las características organizacionales de nuestras iglesias, hemos estado acostumbrados a aceptar que nuestro servicio a Dios es a través de ellas: enseñar en la Escuela Dominical, dirigir un grupo de estudio bíblico, cantar en el coro, ser diácono, ser pastor laico o predicador emergente (de emergencia, no de emerger). Asistir a todos los cultos. Visitar, aconsejar, ostentar uno que otro cargo en los diferentes departamentos. Y eso está bien. Y así debe ser con la mayoría de los feligreses. Pero no con aquellos que reciben un llamado especial de parte de Dios para transformarse en escritores. Y aquí tocamos un nervio bastante sensible en el Cuerpo de Cristo. Se nos ha enseñado –y así lo hemos aceptado– que la iglesia, más que un cuerpo ubicuo que se disemina por todas partes pasando por sobre los límites congregacionales, es el lugar donde nos reunimos para servir con nuestros dones y talentos. Y que todo lo que hagamos en cumplimiento de la Gran Comisión debe tener como centro el grupo del que somos miembros.
Quizás ALEC, sin proponérselo, esté afectando radicalmente este concepto. Porque si la iglesia local no tiene un lugar donde el escritor cristiano pueda desarrollarse y proyectarse, este tampoco encontrará en ella su lugar de servicio, más allá de que sea donde acuda regularmente para adorar y convivir con los demás fieles.
«Déjeme decirle algo, mi hermano», proseguí. «Algunos de los miembros de ALEC que han visto sus primeras obras publicadas, apenas recién están aceptando la idea de que posiblemente lleguen a ser escritores; pero que puedan transformarse en guerreros de la pluma me temo que aun está muy lejos de sus mentes. Y hasta sospecho que, de ellos, habrá quienes declinen esta posibilidad. Que terminen diciéndole a Dios: «Lo siento mucho, Señor, pero esto no es para mí. ¿Dedicarme a tiempo completo a ser escritor? No. No lo creo. No estoy dispuesto a tanto». (
Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?, Juan 6.66-67).
Aquí, el problema radica en que a ser escritores permanentes o de tiempo completo es a lo que Dios está llamando a los que está llamando en ALEC. Y cuando Dios llama, sus demandan las más de las veces obligan a reorganizar agendas, a abandonar actividades y compromisos que quizás nos agradan y cumplimos con gusto, a alterar esquemas, tradiciones y costumbres.
«Usted, Mario», le dije, «tendrá que pensar seriamente en abandonar sus compromisos en la iglesia y usar ese tiempo para escribir esta novela (está trabajando en
El guardián de las delicias) y todas las que habrán de venir en el futuro, después de ésta. Yo no veo otra forma en que pueda responder a las demandas que Dios le hace en el sentido que sea un soldado que luche desde la trinchera de las letras cristianas».
Esta ha sido nuestra prédica desde siempre en ALEC. No estamos formando escritores esporádicos ni genéricos sino que estamos formando escritores permanentes con una visión y con una misión: ser agentes del Evangelio usando como vehículo la novela, el cuento, el relato, escritos en primer lugar pensando en alcanzar a quienes viven lejos de Dios, sin mayor interés en las cosas del espíritu. ¿Es este un concepto fácil de asimilar? Absolutamente no. Ni yo, ni los miembros de ALEC, ni los pastores, ni las iglesias, ni los ejecutivos eclesiásticos o paraeclesiásticos, ni los encargados de misiones, estamos preparados para adherir a algo así. Quizás sea por eso que actualmente casi nos sobran dedos de las manos para contar a quienes en el mundo cristiano de habla hispana podríamos calificar de escritores permanentes.
Por otra parte, ser un escritor cristiano profesional implica vivir de esta profesión. Y claro, hoy por hoy difícilmente alguien podría vivir de lo que le produce escribir libros. Pero ¡cuidado! ¡No nos apresuremos a sacar conclusiones que podemos equivocarnos! Porque ALEC está cambiando los esquemas. Y los está cambiando en múltiples aspectos, uno de los cuales es, precisamente, hacer de la literatura cristiana de ficción un producto en creciente demanda. A nosotros nos corresponde producir buenos escritores que den a luz novelas y cuentos realmente atractivos. A las casas editoriales les corresponderá publicar, promocionar y distribuir estas obras a través de un plan publicitario y de mercadeo que convenza a nuestro público no solo que las obras que se le ofrecen son de primera calidad sino, más que eso, que se les convenza que leer libros es bueno para la salud emocional, cultural, espiritual.
Queremos hacer de estas y las nuevas generaciones de niños y jóvenes hispanoamericanos gente que lea, que ame los libros, que prefiera una hora de lectura a tres frente al televisor.
A través de una estrategia ordenada, racional y gradual, ALEC terminará por imponer una nueva era en la producción, publicación, promoción y lectura de las obras que cada año en mayor número estarán escribiendo sus asociados. Y de esta manera, casi sin darse cuenta, Mario Cardona se verá convertido en un escritor profesional que, además de ser el medio elegido por Dios para alcanzar a miles y quizás millones, llegue a vivir de lo que escriba. Y cuando decimos Mario, decimos Miguel, decimos Luis, decimos Angèlica y Verónica y Ana y Olinda y Melsy y Febe y Raúl y María y Sonia y... agréguele usted todos los nombres que quiera.
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