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La otra cara de la moneda

Ahora, la otra cara de la moneda. Escribo como fundador e instigador de lo que unos pocos conocen como ALEC, Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos. Y como quien reconoce y acepta que toda moneda tiene dos caras. Una de estas caras quedó expuesta en mi artículo anterior, titulado: «Un adiós al bueno de 2007». Y como quien expuso, en un artículo trasanterior lo injusto que resulta cuando algún medio serio y respetable pública o se hace eco de versiones que muestran solo un lado de la
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 15 DE DICIEMBRE DE 2007 23:00 h

Ni yo soy tan feliz dirigiendo este movimiento. Que más feliz me habría sentido acogido a retiro, dueño de mi tiempo (aunque siempre aceptando que eso de «dueño de mi tiempo» es apenas un decir porque nosotros no somos dueños de nada) que tratando de hacer caminar este animal sin más recursos que la buena voluntad y la buena intención.

La verdad es que no entiendo por qué Dios me escogió a mí para esto habiendo miles más capacitados que yo. Ha habido gente que se pregunta lo mismo. Y como no quieren oír la respuesta de Dios que les dice «Yo escojo a quien quiero y dejo de escoger también a quien quiero; si no, ¿qué me dices de ese analfabeto llamado Amós cuyo trabajo era andar metido entre los bueyes del campo? ¿O ese patasvueltas de Pedro con el que mi Hijo tuvo que tener más paciencia que la que yo tengo contigo?», me miran de arriba abajo como queriéndome decir «¿y a ti quién te puso ahí?» Quisiera decirles: «Dios» pero digo para qué pues si no escuchan su voz menos van a escuchar la mía. Y prefiero hacerme como el que no me doy cuenta y dejo que me atropellen, que me tiren encima sus grados académicos o sus pretendidos grados académicos y que difundan, entre «mi gente» dudas y sospechas. Y eso no me preocupa porque yo sé que estoy aquí no porque lo haya buscado ni porque lo haya comprado como algunos compran doctorados, sino porque Dios lo quiso así. Que habría estado mucho mejor... bueno, eso ya lo dije más arriba, así es que prosigo.

Al comienzo, cuando empezaron a oír de ALEC y de mí, algunos (no todos) sospecharon. Y se dijeron: «¡Qué se traerá este! ¡Habrá que observarlo porque así no más no...!» Y pensaron que andaba tras el dinero; o de la fama o valiéndome de la ingenuidad de aquellos que acudían al son de mi flauta montar una empresa y hacerme millonario. Y cuando se dieron cuenta que no era la plata (muchas de las cuentas tengo que pagarlas de mi bolsillo), ni la fama (a la que respetuosamente le hago cuatro nudos ciegos y me la ponga en el bolsillo de atrás del pantalón, ese que se encuentra al otro lado del que uso para llevar la billetera) se dijeron: «¡Pero este tipo está loco! ¿serapiosilva? ¡No anda en busca de nada de esas cosas! ¡Y parece que en verdad lo que quiere es producir escritores cristianos!» Algunos se convencieron. Y otros, todavía no. Los que se convencieron y creyeron, son los que llevan adelante junto conmigo esta ilusión. Y entre ellos están aquellos que ya han visto sus obras publicadas. ¡Y no pueden creerlo! ¿Que alguien haga lo que estamos haciendo nosotros sin buscar nada a cambio? ¡No puede ser! De los otros, los incrédulos, algunos se han ido. Y los que aún quedan, tratan de aparentar algo que no sienten. Yo me doy cuenta y los dejo hasta que terminen convenciéndose. O jalen. Adoro el trigo; la paja, arde.

He pensado muchas veces en la mujer sorprendida «en el acto mismo»(1) del adulterio de Juan 8. Y tengo un cuento medio esbozado donde la mujer, de todos modos, es apedreada y muerta por aquellos hipócritas que no pudieron resistir la presencia de Jesús y huyeron como ratas. Esos mismos, ya lejos de la mirada del Maestro, le salieron al paso a la mujer que iba tranquilamente con su perdón en los brazos como quien acuna a un bebé, y se abalanzaron sobre ella desnudándola, violándola y despedazándola. Veo, en mi propio entorno, a muchos de esos fariseos que por el frente te saludan con una sonrisa pero que por la espalda tratan de clavarte su puñal: puñal de desprecio, de chismes, de autosuficiencia. Y que si no te destruyen, por lo menos intentan desalentarte y hacerte fracasar. Verte fracasado sería su mayor placer, placer que me temo que el Pulento(2) no se los va a dar.

En estos ocho años que ALEC tiene de vida, he venido tratando de convencer a todo el mundo de algo que ni yo mismo me lo creo: que vamos a terminar cambiando el rostro de Hispanoamérica a través de producir una avalancha de buena literatura. Y que la gente acudirá entusiasmada a las librerías a comprar nuestros libros. Y que quienes tienen en estos días en sus manos todos los medios para envilecer a nuestra niñez y a nuestra juventud y a nuestras mujeres mayores e incluso a algunos de nuestros hombres (incluyendo a muchos pastores) con sus shows y sus telenovelas que exaltan la violencia, las malas costumbres, los vicios y delitos van a ir perdiendo poco a poco ese control gracias a que nosotros se lo iremos quitando y traspasándolo a medios inspirados en las enseñanzas de Jesús, y que... ¡Pero, qué va! Si ni los pastores, ni nuestros profesores, menos nuestros alumnos leen lo que estamos produciendo. ¿Sabéis una cosa? Casi podría aseguraros que ni nosotros hemos leído los libros que publicamos. Sé de algunos de nuestros profesores, léase bien: ¡algunos de nuestros profesores! que no han comprado ni siquiera uno.

Mi cantaleta a los miembros de ALEC ha sido y sigue siendo: «Ustedes tienen que tener los libros que estamos produciendo. Vayan formando, dentro de su biblioteca (supongo que la tendrán) la biblioteca de ALEC porque año a año, con la ayuda de Dios, irá creciendo y en algún momento las obras que ustedes mismos escriban estarán entre los libros que se vayan sumando a los que ya están», pero ni aun así. Prefieren ir a gastarse en una comida el dinero con el que habrían podido adquirir la colección completa.

Tratando de vender nos hemos tropezado con una gélida indiferencia proveniente de pastores, de ejecutivos editoriales, de intelectuales; de los teólogos, ni se diga. Ni para quedar bien nos dan una palabra de apoyo. En una iglesia de Chile (a donde viajamos llevando varios cientos de ejemplares) vimos que el pastor no se interesaba ni siquiera en mirarles las cubiertas. Nos acercamos a él y le preguntamos si no pensaba adquirir la colección. Nos miró con una cara como si estuviéramos ofreciéndole un cigarrillo de marihuana antes de comenzar el sermón. Yo le dije: «¿Ni siquiera uno?» Y me contestó: «¡No, porque mi hijo se casa la próxima semana!» Si usted creía que los caradura solo estaban en la mente de Jesús (léase la parábola de Mateo 14:15-24), se equivoca. Hoy día no solo existen sino que abundan.

Sin dinero, en este mundo de hoy no se puede hacer nada. Y nosotros en ALEC no tenemos ni para hacer cantar a un ciego. Mientras otros ministerios se llenan de plata hasta el punto que no saben qué hacer con ella, nosotros tenemos que sobrevivir rasguñando el fondo del chanchito. ¿Cómo se puede ser feliz sin dinero? Le he pedido hasta el cansancio al Señor que nos ayude un poco en esto pero seguimos en las mismas. Un pastor que le pedía ayuda económica a Dios, le decía: «Yo sé, Dios mío, que para ti un día es como mil años, pero para mí no; así es que, por favor, apúrate en darme lo que te pido que me estoy poniendo viejo».

Sin plata somos como el pariente pobre de la familia. Nadie le hace caso. Su presencia pasa desapercibida. Su palabra no tiene peso. Y por eso tenemos que aparentar cuando no somos sino unos desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos. No nos gusta la figuración, por lo tanto, nadie nos presta atención. No buscamos la gloria humana y, en consecuencia, para los demás no existimos. Somos anti-éxito por lo que los exitosos nos miran con lástima y, moviendo la cabeza, dicen: «¡Qué va!»

Confesamos, sin una pizca de orgullo o vanidad, que en la historia de la iglesia cristiana hispanoamericana no ha habido otro movimiento como ALEC. Y que después de tanto cacareo haya puesto siete huevos (léase libros) a través de formar siete escritores. Y que, Dios mediante, después de unos cuantos cacareos más, publicará en 2008 otras siete novelas cristianas; novelas que lejos de avergonzarnos nos llenan de satisfacción. Pero ¿creéis que alguien ha pestañeado? A alguien con plata ya le habrían levantado un monumento frente al de Washington, en la capital estadounidense ¿pero a ALEC? Mueven la cabeza y dicen: «¡Qué va!»

Para publicar los libros que lanzamos el año pasado tuvimos que pedir plata prestada. Endeudarnos, poniendo de garantía nuestro salario mensual. Menos mal que pudimos devolver el préstamo dentro del plazo que nos puso nuestro acreedor. De nuevo, para publicar los próximos no tenemos con qué. Habrá que salir otra vez a ver quién nos tiende la mano. Un día visité la oficina de un ejecutivo de una empresa dizque poderosísima. Es cierto. Iba a pedirle ayuda. No para mí sino para ALEC. Y me recibió con estas palabras llenas de cariño(?): «¡A ver a qué vienes ahora porque siempre andas pidiendo algo!» Hice como que no lo había oído –-porque eso hay que hacer en estos casos— y le dije a qué iba. Me prometió ayuda que nunca llegó.

Pude haber titulado este artículo «Confesiones» pero preferí lo de la otra cara de la moneda. Decía en mi artículo de la semana pasada que diciembre se presta para pensar, para hablar, para deprimirse, para escribir en el tono en que está escrito este artículo. Las estadísticas dicen, además, que diciembre es el mes donde regularmente más suicidios hay. Yo no pienso llegar a este extremo así es que espero que ninguno de mis ocho lectores habituales, mis fans, se preocupen. Solo he querido ser consecuente con lo que predico: la verdad ante todo. Aunque duela. ¡Feliz Navidad, mis queridos lectores!



1) Pongo esto entrecomillado porque la verdad es que, conociendo a los de su misma calaña del día presente, dudo mucho de la palabra de aquellos que hicieron tal afirmación. ¿No sería la palabra mentirosos lo que Jesús escribía mientras ellos hablaban? ¿O sinvergüenzas?
2) Pulento: Nombre de Dios en la terminología popular metopentecostal chilena.
 

 


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