Vivimos en una época en que los vicios más groseros que uno pueda imaginar empalidecen frente al de la mentira, que sin duda ocupa el número uno, tanto en el mundo secular como en el religioso.
Se miente a todo nivel y con una liviandad pasmosa. Estadistas del mundo mienten a diario apoyados por una prensa que les es proclive y por sectores políticos que les son afines y que justifican de las más diversas maneras tales mentiras intentando a veces hacerlas pasar por verdades aunque, en la mayoría de los casos, esto se consigue solo a medias.
La máxima de que el fin justifica los medios está en boga hoy día más que nunca. No importa cómo, la cosa es alcanzar lo que se pretende trátese de invadir un país matando a sus dirigentes, ya sea propalando una falsedad por los medios publicitarios o ya sea mandando al hijo de la casa a decir, cuando alguien llama por teléfono: «Mi papá dice que le diga que no está».
A propósito, y para ponerle un poco de humor a esta reflexión, se cuenta que llegó alguien a la casa de Pepito, produciéndose el siguiente diálogo: Visitante: «¿Está tu papá?» Pepito: «No, no está». Visitante: «¿Y tu mamá, está?» Pepito: «Tampoco está». Visitante: «¿Que no hay nadie en casa?» Pepito: «Está mi hermana». Visitante: «¿Puedo hablar con ella?» Pepito: «Espérese un momento». Y entra a la casa. Después de unos minutos de espera, aparece Pepito. Viene solo. Visitante: «¿Y tu hermana?» Pepito: ¡Lo siento, pero no la pude sacar de su cunita!»
Como ocurre con muchos otros pasajes bíblicos, los que condenan la mentira poniéndola junto a los pecados susceptibles de mandar al mentiroso al infierno, los hemos acomodado a nuestro gusto y medida. Y a aquel versículo de
Apocalipsis 21:8 que dice:
«Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda» le hemos buscado el acomodo diciendo que se puede pecar de vez en cuando sin ser un mentiroso; por lo tanto, la sentencia tan horrible que encierra el versículo citado no se aplica a nosotros. Y al mandamiento de
Éxodo 20:16 (
«No hablarás contra tu prójimo falso testimonio») le aplicamos el mismo criterio. Cuando mentimos o hablamos falso testimonio no estamos haciendo sino dando nuestra humilde opinión. Y dar la opinión en ninguna parte de la Biblia se dice que sea pecado. O transmitiendo la opinión de alguien que nos merece la más absoluta fe, aunque en el fondo sepamos que esa persona, ese medio o esa autoridad representa solo un lado de la moneda. Y las monedas siempre han tenido dos lados. Mostrar uno solo y no darle la misma oportunidad al otro... póngale usted el nombre que quiera.
Hay mentiras directas que cualquiera pensaría que son las más comunes. Pero no. Hay otras, como la media verdad, que es mucho más usada. Una respuesta evasiva es también una mentira. Se cuenta que una cierta noche hubo un choque de trenes en un punto en que había un cruce de líneas. Los investigadores llegaron al lugar e interrogaron al funcionario encargado de manejar una lámpara de mano cuando pasaban los trenes. Le preguntaron si había estado en su puesto en el momento del accidente. Dijo que sí. Le preguntaron si tenía la lámpara de mano con él. Dijo que sí. Y si la había movido convenientemente de izquierda a derecha como era la costumbre. Dijo que sí. Lo dejaron ir. Cuando se retiraba, el hombre se dijo por lo bajo: «Menos mal que no me preguntaron si la lámpara estaba encendida». Un silencio puede ser una mentira. O toda una vida engañosa (copio del Diccionario Bíblico de Caribe):
«Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad» (
1 Juan 1:6).
El hombre de hoy ha perdido de tal manera de vista los valores eternos, concentrándose en lo temporal y pasajero, que con ello ha intensificado el uso de la mentira hasta grados superlativos. Nos interesa que tal proyecto de gobierno fracase; que este o aquel líder desaparezca del escenario político con sus ideas y planes; que nuestros intereses económicos prevalezcan aun por sobre el de millones de personas. Entonces, para conseguir nuestro objetivo, echamos mano de la mentira.
Como alguien dijo, mentir o hablar falsedades es como subirse a una torre y volcar en el aire un saco con plumas de aves. Eso se puede hacer. Lo que resulta prácticamente imposible es recoger las plumas después que se han esparcido por efecto del viento. Lo mismo pasa con la mentira.
Yo no sé si los pasajes de la Escritura citados preanuncian castigo tan grave para los mentirosos. A lo mejor la Biblia exagera y no es tanta la cosa. Habría que preguntarle a los teólogos que son los que saben nadar en estas aguas un tanto procelosas. Lo que sí sé es que Cristo, el líder a quien sigo voluntariamente, nunca mintió ni hubo engaño en su boca. Y, como dice 1 Juan 2:6 si decimos que permanecemos en él, debemos andar como él anduvo.
Period. Punto.
Hacerse eco de mentiras y propalarlas es hacernos co-partícipes de esas mentiras; en otras palabras, somos tan mentirosos como el que echó a rodar falsedades. Podemos tener mil y una explicación; mil y una justificación, pero en el fondo, sabemos que estamos prohijando algo que la Biblia condena sin excepción. Los mentirosos irán al lago de fuego y azufre.
La Biblia llama a Satanás el padre de la mentira (
Juan 8:44). Jesús, dirigiéndose a unos judíos que habían creído en él, les dijo:
«Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira». Ni más ni menos. ¿Cómo podemos acomodarnos a esta palabra? Que cada uno vea cómo lo hace porque, al fin y al cabo, cada uno dará a Dios razón de sí.
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