El volcán lo domina todo, es el señor de la tierra. Cualquier otra imagen que le rodea se ve eclipsada, inmediatamente desplazada por su fuerza. Te olvidas de la gloriosa Cuernavaca, de los sinuosos afluentes del Mixteco, de la Civilización hacinada en D.F… Toluca es aún más diminuta, sólo un punto redondo y al que hay que prestar más atención de lo normal para no perderlo para siempre… Sierra Madre es un simple escollo en el camino… tomas conciencia de lo enorme que puede resultar el resto del planeta si ese gigante no es más que un simple grano de arroz.
Estoy al pie de uno de esos lugares que uno sólo alcanza a intuir como claves para que este mundo, este enorme y a la vez insignificante mundo donde habitamos, pueda seguir su curso hasta que Dios diga. Estoy en la base de la montaña, junto al peligro, y la tierra es fértil a pesar de todo, y los cafetales crecen a la sombra de ramas prodigiosas que esperan la lluvia siempre imprevista, siempre cayendo a ráfagas, como sábanas tupidas que empapan lo que haya a su paso, sin remedio, sin dejar a nadie a salvo, transformándonos a los mortales en helechos, en ignorantes… de un modo implacable.
Al otro lado del país, allí por Guadalajara y Colima, los campos brillan, pues son de plata. Aún queda pasar el Istmo de Tehuantepec, y llegar a la entrada verdadera a la selva, que es otro mundo. Pero es aquí donde el corazón palpita, aunque no estoy muy seguro de si se trata del mío propio, o el del planeta. No subiré al volcán. Es demasiado impresionante.
De todos modos, me quedo mudo al mirar el Popo. No puedo subir, es así de sencillo. Los que no entienden qué significa de verdad observar la naturaleza, mirarla a los ojos, hablan de reconciliación con el ambiente, con el mundo, y consigo mismos. Eso es una tontería. Yo no siento un vínculo emocional así al mirar el volcán. Siento miedo y sobrecogimiento. Siento que no soy nada, ni crearé nada, digno de ser respetado si lo pongo ante la Creación, y empiezo a comparar. No me siento parte de la tierra. No me reconcilio conmigo mismo, pues sería una estupidez soberana mirar hacia uno mismo cuando se tiene una imagen viva de la eternidad justo enfrente.
Me acuerdo de la “Canción de la Ballena”, que todavía conservo levemente en el
seri original: “el viento brama en su cola / el viento envuelve su ser”. Es precisamente lo que sucede a los pies del volcán: el viento brama, e incluso esquiva, o evita, acercarse demasiado por allí. ¿Cómo voy yo, que sólo he subido unas cuantas peñas al alcance de la mayoría, a pretender este desafío semejante de subir? Dios puso esto aquí para recordarme que tengo que dejar de mirarme el ombligo. La sola tarea de tratar de resumir todo esto me ha llevado una noche de ensueño, de niebla, de vanidad.
Apuro el aroma de la heredad que nos queda, de color oscuro, de textura impracticable. Va a volver a llover. Ahora el cielo es azul, limpio como nunca antes, pero enseguida se volverá ceniciento, y descargará su llanto. Cada paso que doy me debilita un poco más. Dios descargará su llanto.
El amigo del guía que conocí en Distrito Federal me agarra por el codo y asiente. Sabe lo que es. Soy pequeño. Amar la naturaleza no me llevará a entenderme como persona. Si no me entiendo antes, si no comprendo de verdad mi papel ante ella, ni soy lo suficientemente honesto para reconocer dónde debo estar… si nunca me planteo qué es la eternidad, si no admito que hay cosas que no comprendo ni puedo explicar del todo, pero aún así están, existen… si me niego a elegir entre la fe o la no fe, jamás podré amar esa naturaleza que me rodea. Ni podré amar nada.
Al contemplar el Popo, parece que la vida se desinfla; pero no es así, es que suspira. Se relaja. Su pecho se expande.
Tengo que dejar el bolígrafo a un lado. Ahora estoy un poco cansado. Ya llueve.
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