Para las conciencias acendradamente católicas, intolerantes y negadas al debate que reconoce los derechos de sus interlocutores, los adversarios son indeseables que ponen en peligro la siempre anhelada uniformidad de pensamiento. En México, dentro del conservadurismo que va desde la Colonia hasta nuestros días,
hay consumados ejemplos de pensamiento reaccionario, oscurantista, negado a la diversidad de criterios.
En la disputa por la dirigencia del Partido Acción Nacional (PAN), un enfrentamiento entre católicos preconciliares contra católicos que les incomoda la diversidad religiosa (los primeros nostálgicos del siglo XVI, antes de la ruptura luterana; y los segundos que aceptan a regañadientes el Estado laico pero que lo debilitan a la menor oportunidad a su alcance), han salido a relucir argumentos ideológicos, políticos, morales y teológicos.
Los, por así llamarlos, católicos moderados, la corriente menos oscurantista, en voz de Germán Martínez Cázares, señaló que en el PAN se han enquistado “
meones de agua bendita”. No especificó nombres, pero los analistas y conocedores de los grupos ideológicos al interior del panismo, pronto señalaron como destinatarios de la frase a los militantes del
Yunque (sociedad secreta, ultraconservadora), y, sobre todo a Carlos Abascal (secretario general adjunto del PAN) y Manuel Espino (presidente del Comité Ejecutivo Nacional). Como yo
no soy inspector de las micciones de nadie, me atengo a que Germán Martínez algunas evidencias tendrá para aseverar lo que con tanta seguridad dijo sobre la actual dirigencia de su partido.
La más acabada réplica a eso de la naturaleza de los líquidos que desalojan Espino y el ala panista que lo apoya, quedó impresa en un artículo publicado por
El Universal (diario que se publica en la capital mexicana y es de circulación nacional) la semana pasada. En su colaboración “PAN: conciencia contra apariencia”,
Manuel Espino recurre para ejemplificar lo malévolo de sus antagonistas que le disputan la dirección del PAN, a cuya reelección declinó participar hace unos días, a una comparación que lo revela de cuerpo entero. En plena línea con la ortodoxia de la Contrarreforma vilipendia y lanza epítetos ofensivos contra Lutero: “La actitud sicopatológica de quienes han traicionado al PAN en nombre de su historia y de su doctrina recuerda el comportamiento acomodaticio de Martín Lutero, que lo llevó a justificar su defección. Ya desviado, su soberbia se hizo diatriba contra el rey Enrique a quien, sin escrúpulo, describió como un cerdo, un imbécil y un mentiroso que merecía, entre otras cosas, estar cubierto de excremento”.
Para saldar lo que considera una afrenta propinada por Germán Martínez, casi seguro próximo presidente del PAN, Espino le endilga un símil que le ha de haber dolido en extremo porque aquel es un personaje formado en centros bien identificados con el conservadurismo católico. Estudió en la Universidad La Salle y dio clases en la Universidad Anáhuac (institución fundada por el sacerdote Marcial Maciel, iniciador de los “Legionarios de Cristo”, que tienen ramificaciones en España). Por cierto que Espino sigue una tradición que puede ser documentada con nitidez desde la Colonia, sigue con la Independencia, se opone a Juárez, se manifiesta en la Revolución y contra la Constitución de 1917, resurge en la Guerra Cristera y sigue añorante de la unción del Estado a la Iglesia católica hasta el México de hoy. Nos referimos a eso de ver luteranismo donde
no lo hay, como en el caso de la excomunión al padre de la Independencia de México, el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla, a quien la Inquisición condenó en 1811, entre otros cargos, por hereje luterano.
Manuel Espino tiene una clara opinión de Martín Lutero. Para él es sicópata, traidor, acomodaticio, desleal, desviado, soberbio, violento, injuriador y lépero. Todos estos calificativos los encontramos nada más en el primer párrafo del artículo de un iracundo presidente del PAN.
Uno se pregunta por qué involucra en su querella contra Martínez Cázares a Martín Lutero. El de Espino es un caso, en este asunto de evocación antiluterana, más para sicólogos y sicoanalistas que para politólogos. Si los anteriores epítetos arrojados por Espino Barrientos, y muchos otros que lanza contra Germán Martínez, a quien nunca se refiere por nombre en su escrito, son ciertos o no, es una cuestión que le toca responder a quien fuera fugaz secretario de la Función Pública en este primer año del sexenio de Felipe Calderón.
Lo que a mí me inquieta es la fobia que Espino le tiene a Lutero, y por ende al enfrentamiento del reformador alemán, y sus resultados religiosos y culturales, contra la Iglesia católica.
En su lucha contra los que consideraba desmanes del papado romano, sus tergiversaciones de las enseñanzas bíblicas y su autoritarismo; Lutero enarboló el principio del libre examen y la libertad de conciencia. En la Dieta de Worms (abril de 1521), Martín Lutero compareció ante las autoridades católicas y el emperador Carlos V. Sus enjuiciadores buscaban que se retractara de las herejías en las que, según ellos, Lutero había incurrido al criticar la corrupción de Roma y todo su sistema de dominio político y religioso.
En un corto, pero históricamente significativo discurso, el disidente concluyó su exposición: “A menos que se me convenza mediante el testimonio de las Escrituras o mediante clara razón –puesto que no confío ni en el Papa ni en Concilios únicamente, pues bien sabido es que a menudo han errado y se han contradicho-, estoy obligado por las Escrituras que he citado, y mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. No puedo y no quiero retractarme de nada, ya que no es seguro ni correcto contrariar la conciencia. No puedo proceder de otro modo; aquí estoy firme; que Dios me ayude, amén”. Al inquisidor Manuel Espino le molesta en extremo lo que Lutero hizo y por eso, para él, es sinónimo máximo de perversidad.
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