Aquella vetusta moralidad que le hacía decir al poeta griego Eurípides: “una mujer debiera ser buena para todo dentro de casa e inútil para todo fuera de ella”, se ha vuelto hoy anticuada frente al comportamiento de la mujer moderna que ha sabido entrar en los reductos tradicionalmente masculinos, como la dirección de empresas, la enseñanza superior o el liderazgo político, entre otros. El siglo XX ha sido testigo de esta rápida mutación de la emancipación femenina que puede ser considerada como la más importante transformación social de los últimos tiempos.
Sin embargo,
la incorporación de la mujer al trabajo remunerado fuera del hogar ha influido decisivamente en el debilitamiento del modelo de familia tradicional, al poner en entredicho la autoridad del varón y provocar la actual crisis de identidad de la figura paterna. La mayoría de las sociedades de los países desarrollados han visto, durante la última década, cómo la familia patriarcal se ha empezado a erosionar y muchos hogares se han deshecho como consecuencia de la rivalidad creada entre hombres y mujeres a causa de los diferentes intereses económicos, domésticos o profesionales.
El incremento de separaciones y divorcios constituye un buen indicador de esta crisis de la familia basada en la autoridad exclusiva del varón. Suele ocurrir con bastante frecuencia que, después de tales disoluciones matrimoniales, se crean nuevos hogares formados por un solo progenitor, generalmente la madre, que convive con sus hijos y asume la autoridad familiar.
Este creciente desafecto social por el matrimonio se evidencia también en el retraso en la formación de nuevas parejas. En España los muchachos no se emancipan de los padres hasta que cumplen los veintinueve años por término medio, mientras que las chicas lo hacen a los veintisiete. Aunque aquí conviene tener en cuenta también el desempleo de la población juvenil y los elevados precios de la vivienda. Muchos jóvenes optan por la práctica común de vivir juntos sin estar casados, ya que de esta manera -según se afirma- si la relación no prospera, siempre se estará a tiempo de abandonarla sin que nadie resulte demasiado perjudicado. La permisividad legal y social de tal comportamiento influye negativamente, a su vez, sobre la autoridad patriarcal de la familia clásica.
Asimismo, aumenta el número de niños nacidos fuera del matrimonio pero, a la vez, las parejas heterosexuales limitan el número de hijos o retrasan todo lo que pueden el nacimiento del primero. En países con una fuerte tradición de familias patriarcales, como España e Italia, las mujeres reaccionan dejando de tener hijos y se alcanzan así las tasas de fecundidad más bajas del mundo (1,2 para Italia y 1,3 para España). O sea, por debajo de la tasa necesaria para el reemplazo generacional. Lo que contrasta, en cambio, con la población inmigrante en la cual la tasa de fecundidad tiende a ascender.
No obstante, otras mujeres deciden ser madres a pesar de no poseer una pareja estable o prefieren adoptar niños ellas solas para crear así una familia monoparental. Esto hace que la proporción de hogares en los que conviven normalmente ambos progenitores con los hijos, haya descendido de forma considerable durante la década de los noventa. En la mayoría de los países desarrollados la familia patriarcal está convirtiéndose en un modo de vida minoritario, mientras que de forma simultánea surgen nuevas estructuras de hogares. Familias recombinadas integradas por los niños de matrimonios previos y sus padres divorciados que inician una nueva relación; familias formadas sólo por los abuelos y sus nietos a quienes los padres biológicos han abandonado o simplemente no pueden mantener; hogares en los que viven personas del mismo sexo -gays o lesbianas- con o sin niños; viviendas habitadas por una sola persona y, en fin, incluso hogares sin familia. Es decir, aquellos en los que habitan amigos o individuos que no tienen ningún parentesco entre sí.
La existencia de estas tendencias actuales diferentes a la familia patriarcal lleva a ciertos sociólogos a pronosticar el fin de la institución familiar tal y como se ha conocido hasta ahora. La sociedad postmoderna estaría ante el ocaso de la asociación tradicional basada en el dominio y la autoridad del padre. Como augura Manuel Castells: “Si las tendencias actuales continúan expandiéndose por todo el mundo, y mi hipótesis es que así será, las familias, según las hemos conocido, se convertirán, en diversas sociedades, en una reliquia histórica no demasiado lejos en el horizonte temporal. Y el tejido de nuestras vidas se habrá transformado, puesto que ya sentimos, a veces dolorosamente, las palpitaciones de este cambio” (M. Castells, 2000,
La era de la información, v. 2, p. 182).
Veremos el próximo domingo algunos de los principales acontecimientos que han confluido para dar lugar a la situación actual.
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