El calor es para ellos lo térmicamente agradable o lo térmicamente molesto, pero son incapaces de ir más allá y pensar, por ejemplo, que “aquella cosa está quemando por ser caliente”. No pueden retener el concepto de calor y emplearlo para su beneficio como hace el hombre, ni concebir una idea de lo real, o convertirla en un símbolo, ni realizar proyectos, ni comunicar a los demás el nuevo invento que se ha logrado y además continuar perfeccionándolo mediante el apoyo o las ideas de otros. Todo esto son actividades exclusivamente humanas. Por eso el hombre tiene historia, a diferencia del mono, porque es capaz de concebir proyectos y llevarlos a cabo.
El chimpancé recuerda, tiene memoria, ya que en su cerebro queda la huella de lo que experimentó. Sobre todo, si esa experiencia fue lo suficientemente intensa. Si, por ejemplo, probó una fruta apetitosa que le agradó, siempre que la encuentre y tenga hambre se la comerá. Por su parte, el hombre también recuerda el pasado, pero las nuevas condiciones del presente pueden llevarle a rechazar aquello que le apetece. Ante una comida suculenta que le gustaría probar, el ser humano es capaz de abstenerse por cualquier motivo, como puede ser el ayuno religioso, la dieta estricta para adelgazar, la solidaridad con el hambriento, etc. El mono siempre dice que sí a las cosas que le gustan, mientras que
el hombre sabe controlarse y decir que no.
Los simios son capaces de comunicarse entre sí o con animales de otra especie, mediante
signos o señales externas como gritos, posturas, peleas, cortejo, limpieza o desparasitado, etc. Sin embargo, en la comunicación de los humanos, además de signos hay también
símbolos, ya que las palabras son precisamente eso, símbolos o convenciones entre todos aquellos que hablan la misma lengua para expresar determinados significados con libertad. El hombre al hablar, nombra, llama, dice y conceptualiza. Hay un profundo abismo psicológico entre el chimpancé que grita y la persona que habla.
Algo similar ocurre con el aprendizaje. Es cierto que se puede enseñar palabras a un loro, movimientos de baile a un oso, pararse ante los semáforos en rojo a un perro, o incluso, en el caso de los chimpancés, una “comunicación” simple mediante gestos con su cuidador. Los animales bien entrenados son capaces de aumentar su repertorio de signos o acciones instintivas. No obstante, el animal así adiestrado deja de ser, de alguna manera, él mismo. Podría decirse que “des-naturaliza” aquello que por naturaleza es. Se vuelve menos animal. Pero con las personas ocurre más bien todo lo contrario. Cuando el niño aprende, aumenta el universo de sus símbolos, de sus palabras, ideas o hábitos, y se torna más hombre ya que empieza a perfeccionar lo que es por naturaleza. Desarrollar el repertorio de símbolos es crecer como persona. De ahí que la forma de aprendizaje sea otra diferencia fundamental entre el animal y el ser humano.
Por lo que respecta a la improvisación o capacidad inventiva es sabido también que el chimpancé es capaz, por ejemplo, de unir dos cañas para alcanzar el plátano que se le ha colocado a cierta altura. Sin embargo, tal hazaña responde sólo al comportamiento de ensayo y error característico de casi todo el reino animal. Su “invento”, al empalmar las dos cañas, no tiene nada de simbólico, pues los objetos percibidos para llevarlo a cabo son todavía puros signos. Lo que mueve al animal es el deseo apremiante de comer y usa aquello que tiene a mano. Muy al contrario, el hombre que inventa algo nuevo, sea un simple plato de barro o una computadora personal, está de algún modo realizando un acto enteramente libre. La libertad de poder elegir algo entre miles de posibilidades distintas. El animal inventa de manera egoísta, sólo para sí mismo, para alcanzar ese bocado apetecible, mientras que la invención humana suele enriquecer la vida de la sociedad entera. Otra diferencia significativa.
Por tanto, a través de la percepción de realidades, la memoria, el autocontrol, el lenguaje de los símbolos, el aprendizaje, la invención y tantas otras actividades,
la conducta humana demuestra ser muy superior a la de cualquiera de los grandes simios actuales.
Pero lo que indudablemente más nos aleja de ellos, desde el punto de vista del comportamiento, es la introspección típica del ser humano, esa capacidad de observación intuitiva de aquello que ocurre en el interior de uno mismo. Lo que acontece en nuestro fuero interno, en lo más íntimo de nuestro ser, los sentimientos que se experimentan, los pensamientos y las intenciones, no pueden ser observados por ninguna otra persona, excepto por nosotros mismos. La expresión más característica de todos estos actos típicamente humanos
es lo que llamamos conciencia.
Seguiremos analizando estas diferencias entre el hombre y los primates, especialmente en lo relativo a la conciencia, en nuestro próximo artículo, el domingo de la semana que viene.
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