Los australopitecos o “monos del hemisferio austral”, así como los fósiles incluidos dentro de los géneros
Paranthropus, Praeanthropus, Zinjanthropus, Paraustralopithecus y
Kenyapithecus, fueron animales parecidos a los simios actuales. Se conocen alrededor de veinte especies distintas de estos australopitecinos, encontrados en las inmediaciones del lago Turkana en Kenia y en otras regiones de África. Entre las especies mejor divulgadas destacan:
Australopithecus afarensis, que es la más antigua;
A. africanus, con huesos más bien delgados;
A. robustus, que como su nombre indica presenta un esqueleto formado por huesos más grandes y robustos;
A. boisei,
A. anamensis, A. gahri y
A. aethiopicus. Todas ellas poseían un volumen craneal igual o más pequeño que el de los actuales chimpancés. Sus manos y pies tenían dedos adaptados a la vida arborícola. Los machos eran más grandes que las hembras, o sea que presentaban dimorfismo sexual, como suele ocurrir habitualmente en algunos monos actuales. Ahora bien, la cuestión obvia es la siguiente, si los australopitecos eran tan parecidos a los simios que viven hoy, ¿por qué razón fueron elegidos como los antecesores de la especie humana?
Los paleoantropólogos supusieron que algunos australopitecos caminaban erguidos como los hombres. Durante décadas, desde que Richard Leakey y Donald C. Johanson estudiaron dichos fósiles, el evolucionismo ha venido creyendo que estos animales se desplazaban sobre las dos patas traseras. Incluso todavía hoy son muchos los que siguen pensando así, como evidencian las múltiples ilustraciones que aparecen en las publicaciones divulgativas. Sin embargo, lo cierto es que en la actualidad los propios especialistas del evolucionismo están divididos ya que, desde la década de los setenta, ciertas investigaciones al respecto han venido sembrando la duda.
En efecto, algunas revisiones del género
Australopithecus sugerían todo lo contrario, es decir, que ningún australopiteco caminaba derecho. Dos prestigiosos especialistas en anatomía comparada, los doctores Lord Solly Zuckerman, jefe del Departamento de Anatomía en la Escuela Médica de la Universidad de Birmingham, en Inglaterra, y su antiguo alumno, Charles Oxnard, profesor de la Universidad del Oeste de Australia, después de estudiar detenidamente los esqueletos de todas estas especies, publicaron en la revista científica
Nature, sendos artículos coincidiendo en que los australopitecos no eran bípedos como se creía, sino que caminaban a cuatro patas, tal como lo hacen los chimpancés, gorilas y orangutanes actuales (Zuckerman, 1970; Oxnard, 1975). Oxnard finalizaba su trabajo señalando que el género
Homo podía de hecho ser tan antiguo, o incluso simultáneo en el tiempo, con el género
Australopithecus, por lo que habría que eliminar a este último del linaje humano.
Posteriormente, en un trabajo publicado también en
Nature, en 1994, un equipo de la Universidad de Liverpool formado por los doctores, Fred Spoor, Bernard Word y Frans Zonneveld, llegó a la misma conclusión a la que habían arribado sus colegas veinte años atrás. A saber, que los australopitecos eran perfectamente cuadrúpedos, igual que los monos actuales, y no bípedos como se había divulgado (Spoor, Word y Zonneveld, 1994).
Uno de estos simios fósiles, la popular hembra
Lucy (llamada así por una canción de John Lennon,
Lucy in the Sky with Diamonds, que era lo que se oía en aquel momento en un magnetófono del campamento africano donde se alojaba Johanson) se ha convertido en el núcleo de la controversia acerca de si los australopitecos tenían o no una postura bípeda. En realidad se trata de un ejemplar perteneciente a la especie
Australopithecus afarensis que vivió en Etiopía y Tanzania. Mientras algunos paleontólogos, como Owen Lowejoy y otros, entre los que figura el español Juan Luis Arsuaga del equipo de Atapuerca, siguen creyendo que
Lucy y sus congéneres vivían en el suelo y caminaban erguidos, otros muchos piensan que se movían mejor en los árboles y que eran buenos trepadores, ya que sus dedos largos y curvos tanto de las manos como de los pies les permitían agarrarse muy bien a las ramas pero que, por el contrario, la posición erguida no era la habitual en ellos.
En un reciente artículo, Moyà y Kölher, opinan precisamente que
A. afarensis tenía también un pulgar oponible en las patas similar al de los actuales chimpancés, por lo que era un animal arborícola y no terrestre (Gibert, 2004). Asimismo, en una edición especial para España de la popular revista
Nacional Geographic, que trataba acerca de los orígenes del hombre, se publicó un artículo sobre el bipedismo, del que resaltamos las siguientes palabras:
“Otros cuestionan la auténtica eficacia de una Lucy bípeda. Peter Schmid, uno de los antropólogos suizos que puso en duda el género de Lucy, dice que la reconstrucción que hizo del esqueleto de esta afarensis sugiere que su tronco se contorneaba al caminar, anadeando como un gorila. También dice que, a diferencia de los humanos modernos, Lucy no tenía las costillas ligeras ni un ensanchamiento en la parte superior del tórax que le habría permitido recibir más oxígeno para refrigerar su cuerpo al correr. Sostiene que Lucy habría tenido que jadear como un perro para refrescarse, y correr cualquier distancia en la sabana la habría dejado exhausta” (Gore, 2000: 58).
La postura erguida del ser humano requiere de una configuración anatómica muy especial que le hace notablemente diferente de los simios. Ningún otro animal conocido posee tales características. ¿Pudo la evolución realizar los cambios anatómicos necesarios para pasar del modo de caminar a cuatro patas, propio del mono, a la posición bípeda del hombre? Investigaciones en anatomía comparada que han empleado modelos de computadora han puesto de manifiesto que esto no es posible. Cualquier forma intermedia entre un ser cuadrúpedo y otro bípedo requeriría un consumo de energía tan elevado que la haría del todo inviable. Un animal semibípedo, tal como algunos conciben a
Lucy, no puede existir porque, sencillamente, vulneraría las leyes de la biofísica.
La posición vertical propia del ser humano no tiene que ver sólo con el esqueleto y los músculos, sino que afecta también a otros órganos del cuerpo. Por ejemplo, el tamaño del oído interno, en el que reside el sentido del equilibrio, está relacionado con la posición del cuerpo durante la locomoción. Mediante tomografías axiales computarizadas de alta resolución (TAC) se ha podido calcular el volumen del laberinto del oído interno de muchas personas y de monos actuales pertenecientes a diversas especies de chimpancés, gorilas y orangutanes, para compararlos con el laberinto correspondiente de cráneos fósiles de australopitecos,
Homo habilis y
Homo erectus (Word, 1994).
En los organismos vivos estudiados se correlacionó el tamaño de los canales semicirculares con la masa del cuerpo, y se comprobó que los seres humanos modernos poseen dichos canales anteriores y posteriores más grandes que los monos actuales, mientras que el canal lateral es más pequeño. El resultado de tales investigaciones ha revelado que el oído interno de todos los australopitecos, así como el de
Homo habilis, era muy similar al de los grandes monos actuales, es decir, no apto para una locomoción bípeda. Por el contrario, el de
Homo erectus se asemeja al del hombre moderno. Esto corrobora la idea de que, en cuanto al tipo de locomoción, entre los simios y el hombre existe una diferencia fundamental. Todos los
Australopithecus y el
Homo habilis serían en realidad simios fósiles comparables a los monos actuales, mientras que
Homo erectus tendría que ser considerado como una auténtica raza humana.
En contra de lo que habitualmente se dice, el bipedismo humano no constituye ninguna ventaja evolutiva sobre el desplazamiento a cuatro patas de los animales. El hombre no es capaz de alcanzar los 125 kilómetros por hora del guepardo, ni moverse por la copa de los árboles a la velocidad que lo hacen los chimpancés o los monos aulladores. Desde el punto de vista de la rapidez de movimientos encaminados a huir o defenderse, los seres humanos estamos en inferioridad de condiciones con respecto al resto de los animales. Según la lógica evolutiva, que como suele afirmarse, apostaría siempre por una mayor complejidad y perfección de los seres, no se debería haber producido una transformación desde los monos cuadrúpedos al hombre bípedo, sino todo lo contrario:
el ser humano tendría que haberse convertido en mono, ya que desde el punto de vista de la locomoción, éste es mucho más eficaz que nosotros.
Si a esto se replicara que el bipedismo permitiría liberar las manos, así como favorecer el desarrollo de la imaginación y del cerebro hasta convertir al hombre en un piloto de fórmula uno, en un aviador o en astronauta, deberíamos señalar que una cosa es la evolución biológica y otra muy distinta la cultural. Se trata de dos conceptos que no deberían mezclarse ya que, sea como sea, resulta difícil creer que la evolución habría favorecido el bipedismo porque estaba interesada en obtener astronautas. Además, al evolucionismo le ha repugnado siempre la idea teleológica de que las transformaciones de los seres vivos están orientadas hacia un fin determinado.
Por otro lado, el hecho de caminar sobre dos patas o dos pies no prueba necesariamente que quien así se desplaza esté relacionado filogenéticamente con el ser humano. Las aves, por ejemplo, son bípedas y a nadie se le ocurriría decir que descendemos de ellas. Lo mismo podría decirse de los lémures de Madagascar que cuando están en el suelo se mueven saltando sobre sus dos patas traseras. El hecho de que un mono sea capaz de erguirse y ponerse de pie, como hacen eventualmente los perros y los osos, no demuestra que vaya a transformarse en hombre después de millones de años.
La prestigiosa revista
Science publicó en 1994 un trabajo del Dr. Randall L. Susman, en el que se comparaba la forma de la mano humana con la de los simios actuales y de los fósiles en cuestión. La intención era relacionar estructura y función con el posible uso o no de herramientas (Susman, 1994). El tamaño y la forma de los huesos, así como de los músculos y tendones que constituyen la mano del hombre, tiene que ver con la precisión con que es capaz de agarrar y manipular objetos. Los monos poseen dedos largos y curvados con las yemas estrechas, mientras que las personas tienen dedos relativamente cortos, rectos y amplias yemas. Susman concluye su artículo señalando que existen dos grupos bien diferenciados: los que son capaces de utilizar herramientas más o menos sofisticadas y los que no. Entre los primeros, sus cálculos sitúan a
Homo sapiens y a
H. erectus, mientras que los australopitecos, entre los que se incluye
Lucy, pertenecen al grupo de los simios incapaces de usar herramientas con cierta precisión. La investigación de Susman finaliza descartando a los australopitecos del pretendido árbol genealógico humano.
A la vista de las opiniones enfrentadas que se observan hoy dentro del propio evolucionismo, nos parece que la hipótesis del bipedismo dentro del género Australopithecus responde más al deseo de encontrar un eslabón perdido entre los animales cuadrúpedos y el ser humano, que a verdaderos argumentos científicos. Los australopitecos constituyen diversas especies de monos fósiles que se extinguieron en el pasado sin dejar descendientes, como ocurrió con los dinosaurios y tantas otras especies biológicas que nada tuvieron que ver con el origen del hombre. Si algunos insisten en considerarlos antepasados humanos es porque no tienen nada mejor a mano. Sin embargo, los australopitecos son tan homínidos como puedan serlo los grandes monos que viven en la actualidad. Eran seres mucho más parecidos a los gorilas, chimpancés y orangutanes de hoy, que a nosotros mismos. Esto es precisamente lo que refleja el esquema que exhibe al público, el zoológico de Barcelona, en España, en la entrada a su reciente pabellón dedicado a los gorilas de montaña. Por tanto, el primer peldaño de la pretendida escalera evolutiva se tambalea y cae bajo el peso de la evidencia: los australopitecos no fueron antepasados del hombre.
Bibliografía:
GIBERT, J. 2004, El hombre de Orce, Almuzara, España.
GORE, R. 2000, Los albores de la humanidad: primeros pasos, National Geographic España, otoño, 2000, pp. 38-63.
OXNARD, Ch. E. 1975, The Place of Australopiyhecines in Human Evolution: Grounds for Doubt, Nature, Vol. 258, p. 389.
SPOOR, F., WOOD, B. y ZONNEVELD, F. 1994, Implications of Early Hominid Labryntine Morphology for Evolution of Human Bipedal Locomotion, Nature, Vol. 369, June 23, pp. 645-648
SUSMAN, R. L. 1994, Fossil Evidence for Early Hominid Tool Use, Science, 265, p. 1571.
WORD, B. 1994, Implications of early hominid labyrinthine morphology for evolution of human bipedal locomotion, Nature, 369, pp. 645-648.
ZUCKERMAN, S. 1970, Beyond the Ivory Tower, Toplinger Publications, New York, pp. 75-94.
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