Durante mucho tiempo, los paleontólogos evolucionistas, especializados en el estudio de los fósiles humanos y de primates, han venido creyendo que tales ancestros del hombre eran los
australopitecos, llamados así por haberse encontrado en el continente africano que está situado en el hemisferio austral.
Hoy la cosa ya no está tan clara pues son muchos los especialistas que opinan que este tipo de fósiles pertenecieron a simios del pasado que nada tuvieron que ver con la pretendida evolución del ser humano. No obstante, como la ciencia asumió mayoritariamente la teoría evolucionista para explicar el origen del hombre, también muchos teólogos creyeron que era necesario aceptarla y empezaron a pensar que el Adán bíblico fue, en realidad, el descendiente de uno de estos australopitecos. Al fin y al cabo, se cuestionaban algunos creyentes, ¿no es mejor descender de un mono que del polvo de la tierra? Según este punto de vista, el relato bíblico de la creación no sería más que una leyenda mítica absolutamente desacreditada por la ciencia moderna.
LA EVOLUCIÓN: ¿UNA TEORÍA CIENTÍFICA?
El asunto que pensamos tratar a continuación viene formulado precisamente por las siguientes cuestiones: ¿qué hay de cierto en este planteamiento transformista del origen del hombre, a la luz de los últimos descubrimientos de la paleoantropología, la genética y la neurobiología? ¿conviene seguir considerando científica una teoría que, como veremos, presenta tantos inconvenientes? ¿fue esta hipotética evolución lenta y gradual desde el simio al hombre, el método que el Creador empleó para originar al primer ser humano o, por el contrario, éste posee rasgos imposibles de explicar desde el naturalismo y que demandan una creación directa y especial, como declara el libro del Génesis? ¿puede la ciencia demostrar el origen de la conciencia humana a partir de las neuronas de los primates? Se trata de preguntas antiguas, a las que los últimos descubrimientos ofrecen respuestas nuevas.
En uno de mis últimos libros (
Darwin no mató a Dios, 2004, Vida) abundé en los múltiples problemas biológicos a los que se enfrenta hoy la teoría evolucionista de Darwin y cómo
no existe todavía ningún mecanismo universalmente aceptado, capaz de explicar la pretendida evolución general de los seres vivientes, a pesar de lo que se pueda insistir en ello. Más bien, lo que confirman los últimos hallazgos científicos es que, tanto los genes más significativos como las más relevantes estructuras de los organismos, aparecieron repentinamente, evidenciando ya al principio su actual perfección. No vamos ahora a detenernos en detalles que ya fueron tratados en otro lugar, por lo que remitimos al lector a dicha publicación, pero sí deseamos pasar revista al famoso y complejo árbol genealógico evolutivo propuesto para el ser humano.
Los especialistas en el estudio de los primates saben que en la Tierra, si se cuentan los fósiles y los que aún están vivos, han existido más de seis mil especies distintas de monos. De ellas, actualmente sólo viven unas ciento veinte. Esto significa que existe un amplio elenco de simios fósiles entre los que elegir, si se desea construir el hipotético árbol de la evolución humana. Lo que tradicionalmente ha venido haciendo la paleoantropología evolucionista es precisamente eso, tomar cráneos y huesos fósiles pertenecientes unas veces a simios del pasado, otras a diversas razas humanas extintas, con la intención de conseguir una perfecta gradación filogenética que demuestre cómo habría ocurrido la evolución entre el simio y el hombre. Asumiendo la existencia de un supuesto eslabón perdido, que habría sido el antecesor tanto de los monos actuales como de los seres humanos, se procura rellenar los huecos mediante fósiles intermedios de transición que irían cambiando lentamente de acuerdo a los diversos y, a su vez, cambiantes ambientes ecológicos.
Sin embargo,
después de estudiar el tema durante más de treinta años, no creo que se haya presentado ninguna evidencia real que demuestre sin lugar a dudas la existencia de una relación evolutiva entre cualquier primate fósil y la especie humana. A pesar de todo lo publicado en este sentido y teniendo en cuenta las distorsiones partidistas, malas interpretaciones, modificaciones, falsificaciones, dibujos intencionados realizados a partir de fósiles escasos, discusiones interesadas entre especialistas, etc., etc., lo cierto es que ningún descubrimiento anatómico o paleontológico serio ha confirmado que descendamos del mono. Se trata más bien de un acto de fe en los requerimientos del evolucionismo, que de un hecho real comprobado por la ciencia. Como veremos, los datos que se desprenden del estudio de los fósiles pueden ser interpretados de otra manera, en el sentido de que existen muchas especies de simios extintas, así como también algunas pocas razas humanas, pero no eslabones intermedios que conecten a los monos con las personas.
LOS EVOLUCIONISTAS HOY
La mayoría de los antropólogos evolucionistas creen hoy que cada una de las especies fósiles halladas no evidencia cambio o transformación para convertirse en otras especies distintas, sino todo lo contrario, una constancia en su aspecto y una estabilidad durante toda su existencia. La popular serie transicional que todavía aparece en numerosos libros de texto, y que partiendo de un simio con aspecto de chimpancé y pasando luego por el australopiteco,
Homo habilis, Homo erectus, llega hasta el
Homo sapiens moderno, no era más que un icono imaginario del darwinismo sin reflejo en la realidad.
Los evolucionistas creen ahora que las distintas especies aparecieron de golpe y que no existe entre ellas ningún tipo de transición evolutiva. El antiguo gradualismo propuesto por Darwin que imaginaba una sucesión ininterrumpida de pequeños cambios acumulativos en cada especie biológica, que la hacía evolucionar lentamente hasta convertirla en otra distinta, no responde a la realidad de los fósiles estudiados por los paleontólogos. De ahí la necesidad, a la que se ha visto abocado el evolucionismo, de aceptar la teoría del equilibrio puntuado de Gould y Eldredge. Es decir, el gran acto de fe de asumir que aunque las especies no cambian, a pesar de todo van apareciendo otras nuevas como consecuencia de milagrosas mutaciones en los embriones.
La marcha del progreso humano es un famoso icono de la evolución desde el simio al hombre que, a pesar de haber sido divulgado hasta la saciedad, no responde a la realidad, según han reconocido los propios paleontólogos evolucionistas, como el recientemente fallecido, Stephen Jay Gould. Hoy ya no puede sostenerse una evolución darwinista así, lineal o gradual, que provocaría la aparición de nuevas especies a partir de sus antecesoras mediante la acumulación de pequeños e imperceptibles cambios genéticos.
LOS CUATRO PELDAÑOS
Los partidarios actuales del transformismo reconocen fundamentalmente cuatro peldaños en la supuesta escalera fósil que conduciría al ser humano.
A saber, los ya mencionados australopitecos, seguidos por el
Homo habilis, el
Homo erectus y, finalmente, el
Homo sapiens. De momento, se acaba de descubrir que el
erectus no pudo haber surgido del
habilis, ya que ambos fueron contemporáneos (ver artículo de la semana pasada en esta misma sección). Otros muchos investigadores evolucionistas rechazan que los australopitecos sean el origen de la saga humana. Y, en fin, algunos genetistas piensan que
erectus constituía en realidad una raza verdaderamente humana. Por supuesto, el árbol genealógico es mucho más complejo, ya que en él figuran fósiles nuevos que van apareciendo y desapareciendo en función de las discusiones académicas entre especialistas. No obstante, dejando aparte las ramas laterales, estas cuatro serían las principales formas transitorias clásicas propuestas por el evolucionismo que aparecen en casi todos los libros de texto.
En próximos artículos veremos ciertos detalles de cada una de ellas que las hacen sumamente polémicas y descubriremos que pueden ser interpretadas de otra manera diferente.
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