Un cura que viola a un niño de cuatro años, un pastor que se arranca con la plata de la iglesia; un mormón que si lo dejan se mete hasta la cocina y un hare krishna que con sus midangas y sus kártalos trata de convencerte que los vedas son los únicos libros sagrados dignos de ser leídos».
Pensé que seguiría con sus divagaciones; sin embargo, antes que yo me diera cuenta, cambió bruscamente de tema. Y lo hizo lanzándome a la cara una pregunta que no pude esquivar:
―¿Así es que usted también es escribidor, eh?
―También, pues. ¡También!
―¿Y cómo dice que le cayó este sanbenito encima?
A diferencia de este escribidor, a quien de aquí en adelante llamaremos
E2 y al amigo Camacho
E1, él nunca aceptó el apelativo con humor. Por lo que pude deducir en nuestra conversación, debido a que la discriminación tuvo su origen no en lo bueno o malo que escribe, sino en su baja condición social. «Vargas Llosa, un auténtico “señorito”» me dijo, «no podía rebajarme por escribir mal así es que lo hizo por ser pobre».
―Pues, ya le dije. No sé cómo. Aunque sospecho que es porque, a diferencia de usted, no podría considerarme pobre pero sí un mal escritor. Si mi razonamiento es correcto, tengo que reconocer que en mí está bien puesto el apelativo y, en usted, no.
―¡Tamos! ¿Y dónde puedo leer algo que haya escrito? ―me preguntó.
―Pues, cuando esté cerca de un cibercafé, porque supongo que con esa maquinilla Remington de la época de cuando el rey Perico era cabo para qué va a querer computador, entre a la Internet, vaya a Google (tuve que explicarle qué era Google), escriba en el espacio rectangular que va a ver allí www.protestantedigital.com y le va a aparecer la primera página de una revista que se llama, precisamente así: protestante digital. A la mano derecha va a ver una lista de personas que escriben, empiece a ir de arriba abajo y…
―Es decir, de los más importantes a los menos importantes ¿no es así? ―me interrumpió.
―No necesariamente, aunque casi creo que algo de eso debe haber. Y si es así, bien ganada se tienen la posición de privilegio que disfrutan. Pero, como le digo, cuando ya vaya a caer al vacío por el borde inferior de la página, se va a encontrar con este escribidor. Hace un clic encima del nombre y le va a aparecer mi último artículo y los títulos de todos los demás que he escrito. Ahí puede darse cuatro gustos leyendo a este su prójimo que, a la vez que es su pariente, se declara su admirador y su atento y seguro servidor.
―¡Caray!¿Y qué me dijo que andaba haciendo por Perú?
―Pues nada, que queremos tener un seminario para gente que desea aprender a escribir bonito, así como usted.
―¿Cinco novelas al mismo tiempo?
―No precisamente cinco novelas al mismo tiempo pero sí una pero que a lo menos la lean cinco personas al mismo tiempo.
―Ya veo. ¿Y cree usted que a los escritores se los puede producir como quien siembra papas?
―Quizás no exactamente como quien siembra papas, y a propósito, ustedes tienen una variedad impresionante de papas aquí en el Perú y a cual más sabrosa. Le decía que nosotros creemos que se pueden hacer escritores, a lo menos según el sistema que usamos.
―¿Y cuál es el sistema que usan ustedes?
―Pues que convocamos a un seminario-taller en alguna ciudad de un país de habla castellana, les damos a los que asisten unas cuantas clases prácticas y teóricas y una vez finalizado el seminario seguimos trabajando con ellos aprovechando las facilidades del correo electrónico y la Internet. Comenzamos, digamos, con doscientos y posiblemente terminemos con diez lo cual, de acuerdo con nuestros cálculos, es una buena cosecha.
―Para mí, mi amigo… ¿cómo dijo que se llamaba?
―E2.
―¡Ah, sí! Para mí, amigo E2, hay que nacer con el talento.
―
¿Eso significa que usted cree que no es posible formar escritores?
―Quizás sea posible ayudar a alguien a desarrollar ese talento pero yo no creo en las escuelas ni en los seminarios ni en los talleres. Para mí que la persona que quiere llegar a ser escritora tiene que tirarse al agua y nadar con sus propios brazos, no con brazos ajenos.
―Lo que acaba de decir mi amigo ―le repliqué, antes que siguiera hablando― no deja de ser algo que siempre me ha preocupado. Y casi diría que a la conclusión que llego como que le da la razón a usted. Vea. Hasta dondo yo sepa, no hay universidad, centro de estudios del nivel que sea, empresa editorial, nadie, que tenga en su currículo el formar escritores. Se forman médicos, ingenieros, abogados, profesores, arquitectos y alargue usted la lista hasta donde se le antoje, pero no hay nadie que forme escritores.
Hasta jugadores de fútbol salen de las Escuelas de Fútbol y bailadores de samba salen de las Escuelas de Samba. Pero nadie sale de una escuela o de una universidad con el título de escritor debajo del brazo.
Mi amigo sonrió satisfecho. Le estaba dando una buena base para fortalecer su creencia. Su próxima pregunta no la esperaba, pero llegó.
―Dígame, E2 ¿cuánto gana usted haciendo esto? Porque debe ser un buen negocio para que se tome la molestia de intentar algo que no funciona, porque si funcionara, el mundo estaría lleno de Escuelas para Escritores ¿no le parece?
―Lo que le voy a decir, mi querido E1 no me lo va a creer. Tiene razón. Si esto fuera un negocio lucrativo, el mundo estaría, como dice usted, lleno de Escuelas para Escritores. Pero esto de los seminarios y talleres y escuelas que realizamos no nos produce ganancia alguna en término de soles, dólares o euros; en otros sentidos, sí, pero no en términos de dinero constante, sonante y gastante. ¿Me lo podría creer?
La expresión de incredulidad con que recibió esa noticia me obligó a darle una larga explicación de qué es y qué no es la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos. Después de escucharme en silencio, resumió su reacción con las siguientes palabras:
―Como dijo santo Tomás, ver para creer.
Iba a invitarlo a que asistiera a nuestro seminario de noviembre cuando nos sorprendió un nuevo temblor de tierra. Eso nos llevó a hablar de terremotos, de desgracias, de muerte y de gente que queda sin nada de lo que alguna vez logró reunir, con no poco sacrificio.
―
¿Cree usted que los terremotos y las catástrofes naturales sean un castigo de Dios? ―le pregunté, antes que él me lo preguntara a mí.
―Nada de lo que ocurre en el universo está ajeno al conocimiento de Dios ―me respondió, prestamente.
―De acuerdo, E1, pero esa no es la respuesta a la pregunta que le hice. Sin embargo, ya que nos está llevando por este desvío, déjeme hacerle otra pregunta: ¿Cree usted que Dios sea una persona? ¿O no es otra cosa que una fuerza, una invención de la religión?
Su respuesta me demostró que estaba hablando con un hombre no solamente culto sino que daba atención a las cosas importantes de la vida. Dirigió su vista al Nuevo Testamento que tenía encima de la mesa. Lo tomó, lo hojeó, y me dijo:
―Usted debe saber lo que dice el Evangelio de Juan 1.
―¿Qué dice?
―Que en el principio era el Verbo, y que el Verbo estaba con Dios y que el Verbo era Dios. Si creemos en este libro, tendríamos que creer lo que dice Juan. Y si creemos lo que dice Juan, estaríamos descartando de plano que Dios sea una fuerza o que no exista. ¿No le parece?
―Sí, me parece, pues se da el caso que yo creo en que ese librito, más la otra parte que usted no tiene aquí pero que debe tenerla en su casa, es la palabra de Dios.
―Entonces, ―prosiguió―, si Dios es una persona que está en control de lo que ocurre en el universo, tiene que estar al tanto de que va a ocurrir un terremoto en algún lugar de la tierra como el que le acaba de caer encima al Perú.
―
Vuelvo a la pregunta, ¿es, entonces, un castigo divino lo que acaba de suceder aquí?
―¿Sabe por qué no creo que lo sea?― me respondió, un poco inquieto; o, más que inquieto, molesto; o, más que molesto, enojado―. Porque la furia de Dios, si es que estas catástrofes responden a su ira, no debería ser contra los pobres de la tierra sino contra quienes crean las condiciones para que ocurran estas cosas.
(Continuará)
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