Por el engaño que conlleva y el efecto pernicioso para quien le presta oídos, los cantos de sirena vienen a ser una versión light de la figura utilizada por la Biblia a este mismo efecto. Y por eso mismo, por ser una versión light, que nada tiene que ver con el aspecto fundamental de la salvación en sentido absoluto, aunque sí con el relativo de ser librados de algo que nos puede dañar en nuestro aquí y ahora y también en el futuro, es por lo que la he escogido para significar la naturaleza del canto neoliberal con que los centros de ideas y medios de comunicación afines, y, lo que es más gordo, algunos de los tenidos por no afines, nos lanzan sin tregua ni descanso.
Antes de entrar a considerar algunos de estos cantos, conviene repasar el aspecto sémico del vocablo “liberal” del que la ideología neoconservadora se ha apropiado en los últimos tiempos. Ésta, como todas las grandes palabras significa o puede significar no una, sino muchas cosas. Y no sólo que signifique o pueda múltiples significados, sino que, interesadamente y con total falta de coherencia puede utilizarse para transmitir un sentido diametralmente opuesto al que tuvo originalmente.
El liberalismo, como ideología, cristaliza en el siglo XVIII a nivel político y económico, pero anteriormente ya había cristalizado a nivel religioso, y sólo en Europa, durante el siglo XVI y XVII.
La Reforma fue la primera ruptura social digna de tal nombre. Acabó con la única religión oficial habida en Europa durante siglos ya fuera bajo el imperio romano a partir de finales del siglo IV, bajo el sacro imperio, el feudalismo o los estados nacionales, entonces todavía incipientes. Que es tanto como decir que acabó con la teocracia.
Ya sé que no nos gusta ese nombre, y que lo utilizamos sólo para designar regímenes que buscan sus fundamentos políticos y hasta económicos en los dictados de dioses diferentes al Dios en la Biblia revelado. De ahí que tildemos de integristas a quienes invocan el Corán como fuente de derecho pero no lo hagamos con quienes en el pasado invocaron otros textos o magisterios sagrados más próximos a nosotros, como la Ley de Moisés, la Biblia, la propia iglesia o a quienes hoy pretenden resucitar la primera como cuerpo legal.
Sin embargo, ocurre que en una sociedad de corte teocrático –las paganas también lo eran, pues no en balde sus grandes códigos también fueron dados por los dioses a sus reyes-, la religión no era sólo religión, tal como actualmente en un mundo segmentado y especializado se entiende, sino que religión era, perdón por la expresión, muchísimo más. Era el derecho, el ordenamiento social, el sistema de valores y hasta la economía.
Así las cosas, el liberalismo estrictamente religioso no pudo mantenerse en el ámbito dogmático confesional del catolicismo o el protestantismo. La mecha que prendieron Lutero y otros religiosos de la época terminó por prender en el ámbito económico y político. Así, uno tras otros fueron rompiéndose los corsés de la sociedad teocrática. Llegó a la economía que dejó de estar constreñida por la nobleza y la agricultura, aunque, eso sí, la grandes empresas siguieron precisando de las oportunas cédulas reales para ser llevadas a cabo. Y llegó a la política, que dejó de ser coto cerrado de la nobleza. Todo ello, evidentemente, en medio de grandes convulsiones sociales.
El liberalismo, pues, en origen no es otra cosa que un movimiento de oposición al absolutismo teocrático que se manifestó en sus vertientes religiosa, económica y política. Por así decirlo, fue un movimiento de oposición contra el pensamiento único de la época. Una ideología de liberación opuesta, evidentemente, al conservadurismo.
PRIMER CANTO: “NO SOMOS CONSERVADORES”
Es cierto que el liberalismo fue en sus inicios una ideología opuesta al conservadurismo. Conservadora era la nobleza que pretendía conservar el sistema que le beneficiaba y liberales quienes querían romper un sistema caracterizado por el gobierno de la nobleza, o aristocracia, empeño que, por otro lado, y soy el primero en sumarme a ello, merece todo respeto y admiración.
Pero ni el neoliberalismo actual ni ciertas derivas de aquel movimiento primigenio pueden reputarse, aunque lo pretendan, de genuino liberalismo. Ya sé que el neoliberalismo pretende hacer suya esta seña de identidad y que le sienta muy mal que se le califique de neoconservador, soliendo protestar enfáticamente frente a dicha calificación. No obstante, como la mera protesta no es suficiente para dilucidar la no existencia se dicha identificación, se impone, pues, un breve repaso histórico.
A diferencia del liberalismo inicial que tuvo su origen en las clases emergentes de hace unos siglos, el neoliberalismo es hijo de las clases acomodadas de nuestra época. Procede de la reacción de las élites conservadoras norteamericanas a mediados de los años cincuenta del pasado siglo. De las élites beneficiarias de un sistema social y económico que habiendo cobrado carta de naturaleza a lo largo del siglo XIX por medio de la llamada revolución industrial se sintieron profundamente amenazadas.
Y es que, a pesar de su lejanía de la escena europea, el siglo XX les regaló dolores de cabeza sin cuento. El primero, el surgimiento a finales del segundo decenio del primer estado comunista. Luego, su recuperación económica entre guerras. Más tarde, la pérdida de China como colonia de facto y su caída bajo la bota comunista de Mao. Por último, el influjo de estos países y del marxismo en las masas del proletariado occidental y el expansionismo soviético en Europa y otros lugares del mundo. Sin olvidarnos de los ocasionados por el fracaso militar en Corea, la transformación del casino cubano en república marxista y la pérdida de influencia europea en Oriente Medio. Mención aparte merece el estupor causado por la pérdida de las elecciones del conservador W. Churchill en 1945, nada más terminar la Segunda Guerra Mundial a manos del laborista Mr. Attle, pérdida que fue considerada por los conservadores del otro lado del Atlántico, con total falta de realismo, como .expresión de la penetración del pensamiento marxista.
Pero no fue sólo lo que ocurría al otro lado del Atlántico lo que llevó a los conservadores a la acción. Lo que ocurría en su propio país también los incitó a la acción. No se sabe bien si por una sincera falta de realismo o por un posicionamiento estratégico, la cuestión es que las élites conservadoras norteamericanas vieron la penetración ideológica del marxismo en su propio territorio. Hasta en algunos de sus propios presidentes. Quien más, Franklin D. Roosvelt. Curiosamente, el presidente que sacó a los USA de una gran depresión que ha pasado a la historia no con minúscula, sino con mayúscula. La Gran Depresión; aquélla de principios de los treinta de la cual no se hubiera salido jamás con las recetas económicas tradicionales. Visto que las recetas conservadoras, perversamente liberales, puesto que sólo contemplaban la libertad de los grandes hombres de negocio y empresarios, aplicadas por su predecesor fracasaron estrepitosamente, Roosvelt decidió intervenir. Siguiendo a Keynes, economista británico de la época de no menor talla que Adam Smith, transformó al estado de mero observador del devenir de la economía en agente económico de primer orden. Por ello, y a pesar de que ninguno de los dos era anticapitalista, comunista o antiliberal, ambos fueron considerados como tales por los adalides conservadores.
Iniciaron una auténtica cruzada contra la supuesta, pero cierta según ellos, infiltración del pensamiento marxista, cuya manifestación más burda y temprana fue la caza de brujas desatada por el senador McCarthy contra sus compatriotas. Vistos ya a corto plazo los efectos contraproducentes de tal proceder, se cambió de estrategia. Se forjó una alianza conservadora formada por libertarios o anarco capitalistas, anticomunistas viscerales y tradicionalistas cuyo propósito fue la de recuperar el poder en manos demócratas desde hacía más de dos décadas mediante la construcción de un relato muy seductor: el de la libertad. Agrupados en torno a una revista de escasa tirada y pocos recursos, puesta en escena en 1955, la National Review, consiguieron, y eso hay que reconocérselo, incrementar su tirada de forma espectacular, el número de publicaciones y entidades afectas, así como un buen número de pensadores brillantes que, a base de magnificar el pobre intervencionismo estatal característico de las democracias capitalistas occidentales con la quintaesencia marxista y de repetir machaconamente que el Estado es el problema en vez de la solución, consiguieron articular un discurso embaucador que acabó con el Sr. Reagan y la Dama de Hierro instalados en el poder.
Como lo ocurrido con posterioridad es de sobra conocido, sólo me resta subrayar que la caída de los regímenes comunistas les ha ayudado en la tarea, puesto que se mire como se mire es el fracaso de un experimento que encarnó, al menos durante sus inicios, las esperanzas de progreso de la humanidad acabando en poco tiempo con el feudalismo, el analfabetismo y el hambre, y desarrollando la medicina y la ciencia hasta niveles totalmente homologables con los estándares europeos. Pero sería faltar a la verdad silenciar que los grandes beneficiarios de esta desaparición fueron los conservadores, quienes, además de saborear la aniquilación del enemigo, se encontraron con la oportunidad de recuperar las posiciones cedidas durante casi un siglo en aras de una supervivencia que en más de una ocasión no fue sólo ideológica.
Que se ignore esta filiación, que no se quiera saber o que, incluso, porque de todo hay, se niegue, nada añade o quita. Está ahí, simplemente. Y cuando las sirenas enmudezcan o el hechizo se trunque por la llegada del naufragio, cosa que inevitablemente ocurrirá, las clases medias y trabajadoras que de forma generalizada están asistiendo embaucadas al desmantelamiento lento pero inexorable de todas las conquistas logradas durante más de un siglo de lucha, cruenta en más de una ocasión, ya no tendrán tiempo más que para preguntarse por el qué y el cómo de su seducción.
El próximo domingo continuaremos con algunos de los cantos de sirena del neoliberalismo.
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