El combate de Jesús no es una guerra sanguinaria como las que llevan a cabo los reinos de este mundo. Su lucha no es contra carne y sangre sino contra principados y potestades de carácter espiritual. La pelea escatológica de Jesucristo es contra Satán, el príncipe de las tinieblas, y contra todas las fuerzas del mal que campean a su aire en este mundo. Para tan peculiar tipo de batalla no vale el recurso a la violencia humana. De ahí que su muerte en la cruz del Calvario, a pesar de parecer a los ojos humanos una completa derrota, fuese en realidad el inicio y la garantía de su victoria definitiva. Al resucitar de entre los muertos venció al príncipe de este mundo (Jn. 12:31-32) y atrajo hacia sí mismo, es decir hacia la “vida”, a todas las criaturas que arrepentidas se abrazarían a él a lo largo de las eras. Vencedor del mundo por su misma muerte, trajo paz al ser humano (Jn. 16:33), a pesar de que sus seguidores tuvieran que pasar todavía por diversas aflicciones e incluso por la desagradable experiencia de la muerte física, antes de experimentar la vida definitiva. De esta manera Cristo se hizo, hace dos milenios, con la regencia espiritual de la historia (Ap. 5:12-13). Pero el combate que él inició se prolongará durante siglos a través de la existencia de la Iglesia.
En tal contienda no sirve para nada la violencia fratricida, ni las espadas, las pistolas o las armas militares. Sólo son útiles las armas de luz. Las virtudes propias del estilo de vida cristiano como la fe, el amor y la esperanza de la salvación (1 Ts. 5:8). Únicamente esa fe en Jesucristo que le acepta como Hijo de Dios es capaz de vencer al maligno y al mundo (1 Jn. 2:14-17). Sin fe es imposible agradar a Dios.
No obstante,
de la misma manera en que el cordero de Dios venció al poder diabólico del mal muriendo en el Gólgota, es posible que también alguno de sus discípulos tenga que pasar por el martirio (Ap. 12:11). Desgraciadamente la historia está repleta de mártires cristianos que dieron la vida por sus convicciones personales. Pero aunque la mayoría de los cristianos no lleguemos a conocer nunca tan dura experiencia, lo cierto es que en cualquier época de la historia siempre se exigirá de los creyentes un cierto heroísmo, una perseverancia y valentía para la no violencia, que nada tienen que envidiar a aquel valor de los antiguos soldados en las guerras de Yahvé. La victoria final de este ejército no violento está de antemano garantizada por la resurrección de Cristo y se consumará cuando la Iglesia militante se convierta para siempre en la Iglesia triunfante, reunida en torno a Jesucristo el vencedor.
Aunque Jesús rechaza sistemáticamente la violencia y predica la venida del reino de Dios, en el que se hará realidad aquel antiguo ideal veterotestamentario de la llegada de un tiempo en el cual la vida se desenvolverá en paz, lo cierto es que ante un orden religioso y social injusto el Señor de Galilea protesta con actitudes y palabras que las autoridades de Israel consideran violentas. En opinión de éstos, Jesús estaba claramente violando la ley de los judíos. Tal comportamiento de Cristo es muy significativo en relación a la cuestión siempre vigente acerca de hasta dónde debe llegar la resignación cristiana frente a la injusticia o la discriminación humana.
El Maestro
hizo un azote de cuerdas y volcó las mesas de los cambistas, echando fuera del templo a los que hacían un negocio injusto vendiendo animales para los sacrificios (Jn. 2:13-22).
Se enfrentó al poder religioso establecido violando sus costumbres y normas sociales al autoproclamarse:
“Señor del día de reposo” (Mr. 2:28). Atacó la concepción hebrea del respeto a los padres, al decirle a uno que quería seguirle:
“deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú vé, y anuncia el reino de Dios” (Lc. 9:60).
Afirmó claramente que no había venido a traer paz a la tierra, sino espada. De esta manera acometió contra la sagrada institución judía de la familia ya que su doctrina establecía disensión entre el hijo y el padre. A la hija la ponía “
contra su madre, y la nuera contra su suegra” (Mt. 10:34-36).
Arremetió también contra la idea judía de la integridad física de los cuerpos, al manifestar:
“Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti” (Mt. 5:29-30).
Asimismo llamó a los escribas y fariseos: hipócritas, insensatos, ciegos, necios, sepulcros blanqueados, serpientes y generación de víboras (Mt. 23).
Son numerosos los pensamientos del Maestro que parecen alentar una cierta violencia gestual o lingüística contra quienes oprimían injustamente a los más débiles de la sociedad palestinense.
Sin embargo,
en todas estas expresiones se viola el orden precisamente porque es injusto y le hace el juego a los propósitos del Maligno, impidiendo la extensión del reino de Dios en la tierra. Si para los religiosos de Israel, Jesús de Nazaret, aparece como un revolucionario violento que con sus palabras perturba la paz social y desvía al pueblo de la senda que habían trazado ellos mismos, para Dios, en cambio, el Hijo del Hombre viene a restaurar el camino que llega hasta él y por eso necesita limpiarlo de los muchos obstáculos que habían colocado los hombres. Cristo denuncia la corrupción moral y espiritual en la que habían caído los líderes y para ello se ve obligado a adoptar una actitud enérgica y unas palabras violentas. Pero esto no significa que aceptara la violencia física en la extensión de su reino, como demuestran tantos otros pasajes bíblicos. Jesús rechazó hasta el final el recurso al poder violento, por eso murió víctima del odio humano, para superarlo desde el amor. Y con su muerte mató las enemistades humanas (Ef. 2:16).
¿Qué explicación tiene la actitud ambivalente de Jesús en relación a la violencia? ¿por qué unas veces lleva el precepto de no matar hasta la radicalidad de condenar al que llama “tonto” a su hermano, pero en otras ocasiones, él mismo usa la violencia verbal y les dice a sus hermanos fariseos que son una “generación de víboras”? ¿cómo es posible relacionar los ocho:
“ay de vosotros escribas y fariseos...”, con aquella voz moribunda que dijo:
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”?
Les dejamos con esta pregunta: la respuesta la daremos en el artículo del próximo domingo.
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