René: Salimos de Navenchauc en 1978, después de casi diez años. Lo que siempre me ha dado algo de orgullo bien entendido, es que después todo, de algo de persecución que tuvimos allá, amenazas cuando supieron que éramos evangélicos, nos invitaron a regresar. Una vez nos tiraron de balazos a la camioneta. Al principio no teníamos vehículo, pasado el tiempo nos prestaron uno, cuando sobre nosotros hubo amenazas. Una vez, entrando a Navenchauc, iba solo y escuché disparos, me di cuenta de que unos tiros dieron en la camioneta, fueron de escopeta. Eso nos asustó, pensamos que nos querían matar. Nos fuimos tres meses a Tuxtla Gutiérrez (capital de Chiapas), aconsejados por los líderes de Navenchauc, que pensaron era mejor así para enfriar los ánimos. Esto pasó en 1970.
En los casi diez años en Navenchauc recibimos varias amenazas a nuestra vida. La de disparos a la camioneta fue una. En una ocasión vino un grupo grande con antorchas, gritando, esto sucedió al mismo tiempo que habíamos sido amenazados. Nos dio mucho miedo, creímos que venían a matarnos. Por una ventanita pude ver que había hombres con lazos, me vino la idea de que me iban a colgar. Salí para hablarles, con mucho temor, y me dijeron que iban a rescatar a un borracho que había caído en el pozo, y que necesitaban mi ayuda porque yo tenía un lazo más largo y querían que se los prestara. Pasado el asunto nos dio risa. Pero lo del balazo fue más serio. Salimos del poblado, pero un milagro de Dios nos llevó de nueva cuenta a Navenchauc. Habíamos empezado una obra médica, con medicación básica, aprendimos a suturar. Después de los tres meses en Tuxtla, llegué a Navenchauc para ver cómo estaba el ambiente, fue cuando los líderes pidieron que regresáramos “porque la gente quiere su obra médica”, me dijeron, ya que no había quién hiciera allí ese trabajo. Ellos, entonces, nos invitaron a regresar, no fue que nosotros lo hicimos por nuestra cuenta. Hasta ellos nos facilitaron una casa, viejito el lugar pero ya nada más para nosotros. Esto cambió todo el ambiente en Navenchauc, ya que fuimos invitados a regresar por los líderes políticos. Esta fue una gran diferencia a la de cuando llegamos por primera vez, en que nos veían con sospecha.
Carla: Pusieron primero una clínica chiquita en la casa, pero después ellos hicieron una clínica en cooperación con un Centro de Salud, y allá me fui a trabajar todos los días. En esa labor aprendí más del idioma, de sus costumbres. Me abrieron sus corazones y sus vidas, vi sus costumbres, su cultura, sus necesidades. En esos años atestigüe muchos milagros de Dios. Vinieron a pedir medicinas, primeros aspirinas, algo para combatir los parásitos y cosas sencillas, pero después cosas muy difíciles y les dije que no era enfermera profesional ni doctora, que mejor era ir al hospital, pero no querían ir porque pensaban que allá en el hospital iban a perder sus almas. Entonces querían nuestra ayuda o nada, o los chamanes. Me fui a estudiar parasitología a California, con el fin de hacer una mejor obra médica. Porque como no querían ir al hospital a San Cristóbal, y los doctores no querían ir a Navenchauc, pensé que necesitaba aprender para ayudarles mejor. Más que el 90 por ciento tenían parásitos. Así fue que empecé a hacer más cosas en cooperación con el Centro de Salud, con el doctor Rojas de Tuxtla Gutiérrez. Nos hicimos amigos de los chamanes, de los líderes, de los maestros, de todos, porque en esos años se enfermaron mucho porque nadie usaba medicinas ni vacunas. Fue la puerta que abrió para nosotros sus corazones, y también sus costumbres, las necesidades, la cosmovisión de ellos. Después llegaban a la clínica para pedir medicina para aprender español, para no tener enojo, para dejar el alcoholismo, contra los espíritus malos. Nos empezaron a preguntar sobre por qué nosotros nunca invitábamos a los chamanes a nuestra casa, y vieron que, con la ayuda de Dios, Micaela y Juanito eran sanos. Empezaron a preguntar y a querer saber un poquito de la Palabra de Dios, de un Dios que pudiera ayudarles sin tener que pagar. Para unos era una cuestión económica, para gastar menos en ceremonias religiosas, como comprar gallinas, hacer sacrificios a sus dioses ancestrales.
René: La familia que nos rentó la casa, la segunda casa, empezó a tener interés.
Carla: Juan, el primer creyente, se enfermó y su familia fue a buscar un chamán, hicieron todos los sacrificios que les dijo, y casi murió. Nosotros fuimos a hablar con su papá, y le dijimos que teníamos medicina y también podíamos orar al Señor, nos respondió “vamos a ver”. Recurrieron a varios curanderos y hasta una vez vinieron a decirnos que ya se iba a morir, y que ya estaban preparando el funeral. Pedimos de nueva cuenta si querían oración, estaba en nuestra casa uno de los primeros creyentes de Huixtán, Nicolás Hernández Ton, y él se fue con nosotros a orar a Dios por Xun. Como la familia ya había gastado todo su dinero, dijeron que eso no iba a ayudar pero que podíamos orar. Oramos, nos fuimos a dormir, y a la mañana siguiente Xun mejoró milagrosamente, pudo desayunar, comenzó a caminar y toda la familia lo vio como un milagro de Dios. Llegaron personas de otras comunidades de Zinacantán al mercado de Navenchauc, que se hace cada sábado, y tuvimos largas filas en la clínica. Así conocimos a gente de todas partes, y los líderes de Navenchauc ya nunca pensaron en expulsarnos.
René: Como Navenchauc era céntrico en la zona de Zinacantán llegaba mucha gente, y se corrió la voz de que los norteamericanos tenían poder, claro que era Dios quien tenía el poder. Tuvimos que comenzar a compartir el Evangelio con ellos y ellas. Recuerdo bien una ocasión cuando vinieron dos mujeres, y lo que nos dijeron cambió todo nuestro trabajo. Porque estábamos nada más haciendo trabajo médico, pero no evangelización. Afuera de la clínica escuché a dos mujeres decir: “Sí, esa mujer blanca sabe dar muy buena medicina, dijo una, sí, la otra respondió, pero yo después de recibir la medicina voy al curandero. La primera preguntó para qué ir al curandero, ¿acaso porque no funcionaba la medicina? La respuesta fue que sí funcionaba, pero la norteamericana no ora por nosotros”. Desde entonces, como misioneros, dijimos que debíamos orar con ellos. Comenzamos a hacerlo con todos los que aceptaban, siempre les preguntamos, en tzotzil, si podíamos hacerlo. Tal vez hubo alguien que dijo que no, pero prácticamente todos decían que sí. A partir de entonces vimos muchos milagros de Dios. Hubo personas con dolencias graves, con machetazos, que queríamos llevarlos al hospital porque ignorábamos mucho de la medicina. Siempre se negaban, argumentaban que si morían lejos de sus casa, en San Cristóbal de Las Casas, su alma iba a andar perdida por todos lados.
Carla: La gente nos marcó la pauta a seguir. Siempre esperamos lo que nos pidieron, porque supimos que no querían a los norteamericanos entre ellos. Por esto siempre anduvimos con cuidado, buscando la forma de ser mejor aceptados. Yo nunca pensé que iba a trabajar en la clínica. Al principio, cuando me preguntaron sobre por qué estábamos allí, decían que a lo mejor éramos ladrones, o que no teníamos familia. En esos años nadie salía de su comunidad, nada más los que tenían una mala razón. Entonces pensaron que a lo mejor habíamos tenido problemas en Estados Unidos y por eso llegamos a Navenchauc. Siempre les dije que llegamos para aprender su idioma y a serles de ayuda. Las mujeres, como siempre tienen enfermos a sus hijos, fueron las primeras en llegar a pedir medicina. Les dije que podía ayudarles en otras cosas, pero que no había estudiado medicina, yo era maestra. Como vi cuánto gastaban en sacrificios, pensé que debía estudiar algo de medicina para ayudarles mejor. Por esa obra, hasta ahora conozco a personas de todas las comunidades, y todavía vienen a la casa y recuerdan aquel tiempo, hasta detalles del color de las pastillas que les di. Muchos empezaron a tener interés no nada más en la medicina, que era algo muy nuevo para ellos, sino también en la Palabra de Dios.
René: Quiero subrayar que no fue nada más la medicina, hubieron otras cosa como el basketball, una de mis aficiones, una de mis enfermedades. Cuando veía a los jóvenes jugando y nada más tenían un poste, con un aro provisional. Yo les dije que podía ayudarles a diseñar una cancha y construirla juntos. Después me pidieron que entrenara al equipo de Navenchauc, más tarde conseguí apoyo del gobierno para mejorar la cancha y hacerla de cemento. Los apoyamos en todo lo que solicitaban.
Carla: Agua potable, después entró la energía eléctrica, escuelas, caminos.
René: Yo traté de ser puente para hacer contactos con el gobierno. Por ejemplo yo fui a la Comisión Federal de Electricidad, para preguntar si no sería posible tener servicio en Navenchauc. Les informé qué pasos era necesario dar, más tarde los líderes fueron conmigo. Pude funcionar como un hacedor de contactos para ellos. Claro que yo no puse la electricidad, pero el contacto inicial sí me correspondió. Después fue lo mismo en la introducción del agua potable y otros proyectos. No siempre funcionó bien. Tuvimos con el gobierno un proyecto de conejos. Como nosotros en la casa tuvimos conejos, después personal del gobierno vino y propusieron extender el proyecto a toda la comunidad. La idea no vino de los indígenas, vino del gobierno, y el resultado fue que después de poco tiempo todos tomaron los conejos que iban a ser para reproducción, cada familia lo hizo, y se los comieron. Eso fue el fin del proyecto, por la sencilla razón de que no fue su iniciativa. Nunca hubo una solicitud de ellos sobre conejos. Con esto aprendimos una lección muy importante.
Carla: Lo del agua potable no fue todo positivo, porque ellos piensan que los espíritus malos andan en el agua, en los ríos. Introducir tuberías donde, desde su visión, pueden llegar esos espíritus hasta sus casas les fue difícil de aceptar. La mitad de la comunidad dijo que nunca iba a permitir tubos con agua, caminos para espíritus malos. Pero la otra mitad, mayormente los jóvenes, dijo que sí era necesaria el agua potable y surgió un conflicto sobre este asunto.
René: Aprendimos cada vez más sobre su cosmovisión y las creencias, y cómo podíamos adaptarlas. Por ejemplo, en el caso del agua potable, en lugar de llevarla a cada casa pusimos nada más tomas en las calles, para no amenazar a las casas. Esto sí lo aceptaron. En todos los proyectos tuvimos que aprender de ellos, cuál era la forma positiva de hacer algo. La electricidad fue la misma cosa, tuvimos que aprender su forma distinta a la de nosotros, en la que presuponíamos que espiritualmente era neutral. Desde nuestra perspectiva la electricidad no tenía nada que ver con lo espiritual, pero para ellos era diferente.
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