Hoy sabemos que aquella guerra la ganaron los ingleses, ¿quiere esto decir que Dios tomó partido por el Reino Unido contra Argentina?
En ocasiones se tiende a pensar que como Dios es todopoderoso y controla los hilos de la historia, también es quien provoca las guerras y las catástrofes de todo tipo, por muy incomprensibles que resulten para el ser humano. Él debe saber por qué lo hace y nosotros sólo podemos doblegarnos a su enigmática voluntad. No obstante, esta piadosa explicación no satisface generalmente ni despierta la confianza en el espíritu humano, sino que más bien provoca el recelo en lo más profundo del alma, e incluso el odio, hacia ese Dios culpable de las masacres humanas. Si tal explicación fuera correcta, ¿qué diferencia habría entre Dios y Satanás? Si ambos se complacen en producir el mal que hay en el mundo, ¿dónde estaría la distinción de sus funciones?
Creo que la idea de que Dios es todopoderoso no debe ser entendida en el sentido de que “todo” lo que ocurre en el universo se debe a él. Las guerras las origina el hombre y son por tanto consecuencia de la maldad que anida en el corazón humano. Dios no es culpable de la agresividad incontrolada que es capaz de generar el espíritu del hombre cuando le da la espalda a la divinidad. El Creador es todopoderoso no solamente en el sentido de que todo lo puede hacer, sino sobre todo porque
“todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co. 13:7). Es el poder de su inmenso amor lo que le confiere una paciencia ilimitada hacia el ser humano, una tolerancia sin fin capaz de soportar las contradicciones que se han forjado en la creación a lo largo de las eras y una fidelidad absoluta e inmerecida a cada criatura. Pero esto no significa que a su debido tiempo no vaya a hacer justicia pues, como dijo Pablo en su discurso del Areópago ateniense,
“Dios ..., ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquél varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hch. 17:31). A pesar de todo, Dios sigue confiando en el arrepentimiento humano y por eso el futuro de la humanidad continúa estando abierto.
Al formular la pregunta, ¿cómo ha permitido Dios esto? se le está robando responsabilidad a los hombres que provocan los conflictos armados. Resulta infantil suponer que Dios debería limitar la libertad de las personas precisamente en el momento en que éstas pueden hacerse daño.
El Creador no impidió que Adán y Eva pecaran, ni que Caín matara a su hermano Abel. Si lo hubiera hecho habría convertido al hombre en un autómata carente de voluntad y libre albedrío. La humanidad sería entonces como cualquier otra especie animal, irracional y sin responsabilidad moral. Pero el hombre es hombre porque puede reflexionar y elegir libremente entre el bien o el mal. De ahí que afirmar a la ligera que Dios “permite” la guerra, en el fondo, contribuye a la irresponsabilidad del hombre. Esto jamás puede servir de excusa ante el juicio divino porque “un Dios que permite tan espantosos crímenes, haciéndose cómplice de los hombres, difícilmente puede ser llamado Dios” (Moltmann, J. La justicia crea futuro, Sal Terrae, 1992). El Señor del universo no “da permiso” para que los humanos se aniquilen unos a otros y, por lo tanto, a él no se le pueden pedir cuentas por Auschwitz, Hiroshima, Kosovo o Afganistán. Dios no está de parte de los hombres violentos que practican la injusticia.
¿Cuál es entonces la actitud divina ante tanta agresividad humana? ¿qué nos revela el Evangelio en este sentido?
Después de la Segunda Guerra Mundial, algunos teólogos europeos empezaron a hablar acerca de la idea del “sufrimiento de Dios”. Creo que se trata de una respuesta muy estimulante. En los enfrentamientos bélicos de los hombres, Dios es humillado precisamente porque “no permite” tales comportamientos. El Señor de los Señores participa de los sufrimientos de su pueblo y experimenta en sí mismo la deshonra de tantas masacres. Él está de parte de los que sufren o de aquellos que pierden injustamente la vida sean del bando que sean. Dios es compañero de fatigas de los pobres de espíritu, amigo de los que lloran o de quienes tienen hambre y sed de justicia, hermano de los misericordiosos y pacificadores. De manera que, el dolor de Dios en la guerra se incrementa cada vez que una de sus criaturas es destruida violentamente.
Sin embargo, esta comunión divina con el dolor humano no es una relación de desesperanza o resignación, sino que está enfocada hacia un futuro optimista. El triunfo final de Dios sobre todo crimen del hombre está ya de antemano asegurado porque, como escribió San Juan, llegará un día en que:
“enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Ap. 21:4).
Tal es la esperanza del cristiano y la forma en que puede entenderse que Dios sostiene el mundo y continúa siendo el Todopoderoso. Él será quien al final pronunciará la última palabra.
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