Con esta ilustración pretendo referirme a lo que ha pasado en EXPOLIT, la Feria Internacional del Libro Cristiano que se efectúa todos los años, en mayo, en la ciudad de Miami.
Como el beduino, EXPOLIT —que comenzó como una feria del libro— le permitió a la música asomar la nariz dentro de su recinto. Y ahora, el camello está a punto de copar todo el espacio de la feria y arrebatarle al libro el protagonismo que alguna vez tuvo.
No tengo nada contra la música. Al contrario, soy amante de ella casi diría que con furia. Sí. En materia musical me domina un sincretismo que, por dicha, no alcanza al campo doctrinal ni ideológico, en el cual me declaro republicano, conservador y pepedista. (Solo en eso, por favor.) Porque igual disfruto un mambo de Pérez Prado, que una canción andina de Inti Illimani, un merengue de Juan Luis Guerra como la Fantasía Coral de Beethoven, las Cuatro Estaciones de Vivaldi o el Requiem de Mozart.
Lo que no me ha podido entrar por ninguna parte, desgraciadamente (para mí, por supuesto) es la moderna música cristiana que (otra vez, para mí) ha proliferado como la cizaña y con la que —a mi juicio— se pretende alabar a Dios pero que —a mi juicio de nuevo— no se busca más que protagonismo y un poco de dinero. Me duele tremendamente que esta nueva ola musical haya tirado al tacho de la basura himnos de tanto contenido, en música y letra, como «Dios cuidará de ti», «Roca de la eternidad», «Al Cristo vivo sirvo», «Que mi vida entera esté», «Engrandecido sea Dios» y tantos otros y haya puesto a nuestras congregaciones a cantar «coritos» muchos de los cuales apenas te rasguñan las emociones pero que no tienen con qué llegar más adentro, hasta donde reside el espíritu.
En ALEC, nuestra Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos, procuramos «salir al aire» con libros de calidad y para medio lograrlo, somos intransigentes en lo que escribimos. Y más aún, en lo que publicamos. Y la razón es muy sencilla. Si salimos al mundo de las letras con un mamarracho, las editoriales no nos tomarán en serio ni la gente nos leerá, además que para «mamarrachientos» está lleno el mundo. Y todo el esfuerzo desplegado no habrá servido de mucho.
En materia musical, sin embargo, pareciera que es cuestión de saber rascarle las cuerdas a una guitarra, escribir cuatro versos sin ton ni son, ponerle algo parecido a música (que ahora ni siquiera tiene melodía) y tirárselo a la gente que, sin mucho pensar los hace suyos y los incorpora rápidamente a su lista de «cantos de alabanza al Señor».
¿Cuánto cuesta hacer un cantante? ¿O a un grupo musical? ¿Cuánto cuesta hacer a un escritor? La diferencia es de uno a cien, diría sin temor a exagerar. Por cada cien cantantes y conjuntos, un escritor.
Pues, con la facilidad con que el camello se metió en la tienda del beduino, la música se ha ido metiendo al mundo de la literatura y, para muestra, EXPOLIT. Por cada cien adictos a la música, un adicto a los libros. Eso pudo verse en esta última Feria. Era cuestión de visitar a uno y otro recinto para comprobar la veracidad de lo que digo. Arriba, en el segundo piso del Hotel Sheraton, había ruido, algarabía, risas, movimientos de cintura, ombligos al aire, bustos expuestos con una generosidad impresionante, abrazos, besos y caricias y todo, adobado con un ruido ambiente en el que nadie entendía nada. Abajo, en cambio, en el primer piso, recelosos visitantes procuraban no dejarse atrapar por los libreros ante el temor de que quisieran venderles algo. Pero todos, o casi todos, cargaban una bolsita donde iban metiendo lo que se podía conseguir gratis. Y los «cidis» que habían comprado en el segundo piso.
En medio de este ambiente, estaba ALEC, tratando de decirle al mundo que existimos con un propósito bien claro y definido: formar escritores cristianos que produzcan literatura de calidad desde nuestra propio suelo hispanoamericano. Cuando a algunos de nuestros escasos visitantes les decíamos eso, nos quedaban mirando con unos ojos que parecían decirnos: «¿En qué idioma me está hablando?» Y se alejaban masticando algo que no lograban digerir.
No escribimos esto con resabio. Solo lo hacemos en un intento de establecer un contraste entre algo que prolifera como la mala hierba y algo que va abriéndose camino a golpes de esfuerzo. Algo que crece en forma desmesurada y algo que va cayendo, como con cuentagotas. Entre algo que llega, sí, que llega hasta donde residen las emociones. Pero que hay también algo, un buen libro, que llega hasta donde reside el espíritu.
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