René: La primera vez que llegamos a Chiapas, en 1966, no sabíamos nada, sólo estábamos enterados de que era un lugar exótico, interesante. Me interesé en venir porque siempre había tenido la visión de ir a otra cultura, a trabajar con una cultura diferente. Para mí llegar acá significaba una aventura. Cuando llegamos a Chiapas fue muy diferente de lo que habíamos experimentado en los Estados Unidos.
La inquietud de salir como misioneros tiene antecedentes en mi familia. Mi tía fue misionera en África, en Sudán. Desde mi niñez, cuando iba creciendo, ella me mandaba cartas. En una de ellas me contaba que había viajado en jeep, recorriendo la selva, que había visto elefantes y tigres. Yo pensaba en mi infancia que algún día iba a ser uno de esos misioneros. La idea que tenía de ser misionero era muy romántica.
Carla: Vinimos a Chiapas por una invitación, por un periodo de seis meses. Decidí venir porque pensé que seis meses no eran nada, que se pasarían rápido. Me iban a dar trabajo como maestra de los hijos de misioneros que trabajaban entre los tzeltales. Pensé que podía hacer esa labor sin problema. Estábamos estudiando en el Seminario teológico, y la encomienda era aprender a ayudar un poco a los misioneros con la educación escolar de sus hijos.
René: A mí me pidieron que yo ayudara a las escuelas bíblicas a construir sus canchas de basketball. Yo era jugador de basket y me encantaba todo lo relacionado con este deporte. Trabajé en una compañía de construcción, para ganar dinero y poder sostener mis estudios universitarios. Así fue como empezamos a conocer a los hermanos indígenas, en esa zona que eran puros tzeltales. La verdad fue que nos enamoramos de ellos, de su estilo de vida, mi esposa estuvo con las mujeres haciendo tortillas y fue toda una aventura. Pero también ellos respondieron positivamente a nosotros, y nos dijeron: ustedes deben regresar a Chiapas y ser misioneros aquí. El llamado de Dios vino en esta forma, con la invitación de ellos.
Carla: Porque eran hermanos todos, en Buenos Aires, entonces pensamos que sería muy fácil vivir entre ellos porque eran amables. Cuando vinimos en 1966 teníamos un mes de casados.
René: Después de los seis meses aquí regresamos a Michigan para terminar nuestros estudios en el Seminario. Los líderes de la Iglesia Nacional Presbiteriana, escuchando el informe de los otros misioneros y de los hermanos tzeltales, en el sentido de que ellos querían que regresáramos, nos mandaron una invitación para venir. Todavía no me graduaba ni había sido ordenado al ministerio. Entonces sólo había un Presbiterio en todo Chiapas, y la invitación llegó por la Iglesia nacional. Esto fue muy importante, porque no vinimos enviados por los Estados Unidos como una imposición a México, sino invitados por mexicanos. Esto nos ha servido todos los años, como por ejemplo cuando una vez vinieron oficiales de Migración, en el tiempo que vivíamos en Navenchauc, y nos preguntaron qué están ustedes haciendo aquí, con permiso de quién, qué propósito tienen ustedes al vivir en una comunidad indígena. En realidad llegaron para expulsarnos. Yo les dije que teníamos una carta de invitación de la Iglesia nacional presbiteriana. El de Migración me vio y me dijo: “Si es cierto no hay problema, pero si me están diciendo una mentira lo vamos a checar en México”. Nunca tuvimos problemas, porque recibimos una invitación de mexicanos para estar colaborando con ellos.
Carla: La primera carta de invitación fue para venir por tres años. De nueva cuenta pensé que tres años no eran tanto tiempo, que se iban a pasar rápido. Como me gustó la vida en Buenos Aires estuvimos dispuestos a regresar a ese lugar. Entonces no pensamos mucho en el futuro, sobre hijos y su educación. Pero ya no llegamos dos, sino tres, porque en julio de 1969 nació nuestra hija Micaela y llegamos a Chiapas en septiembre de ese mismo año.
René: Íbamos a venir antes, porque ya habíamos terminado nuestros estudios y preparación como misioneros. Pero nos aconsejaron que mejor esperáramos el nacimiento de nuestra hija y luego viajar a México. Así lo hicimos, pero después pensamos que hubiera sido mejor que ella naciera en México y tuviera las dos nacionalidades, la norteamericana y la mexicana.
Carla: Mi plan era de no tener hijos antes de llegar a Chiapas, porque sabíamos que íbamos a entrar a una comunidad indígena y quería tener tiempo para aprender el idioma, tener tiempo para acompañar y aprender de las mujeres. Pero el plan de Dios fue mejor, porque con Micaela nos aceptaron más rápido, era una bebé muy bonita y ella abrió muchas puertas. Nuestros hijos, cuando crecieron, iban al mercado, a la escuela, a todas partes, con los niños de Navenchauc. Porque cuando llegamos esta segunda vez lo hicimos para trabajar entre los choles o los tzotziles. Supimos que entre los choles ya había iglesias evangélicas, entonces pensamos que debíamos ser misioneros entre los tzotziles.
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