Durante la era de la globalización, en la que se produce una pérdida de soberanía de los Estados-nación a la vez que aumenta el multilateralismo o la intervención de muchos países implicados e instituciones regionales, dichos ejércitos internacionales tendrán que enfrentar las posibles amenazas colectivas del terrorismo. No parece que la violencia vaya a desaparecer de la aldea global. Más bien es probable que los ataques nucleares, bacteriológicos o químicos, así como el secuestro de aviones o rehenes sea el tipo de atentados propios del futuro. Una guerra instantánea, altamente tecnológica y con un poder destructivo muy grande que hará mella sobre todo en la psique de la población.
Los expertos señalan actualmente tres posibles focos de tensión en el mundo para un futuro relativamente próximo.
El primero corresponde al área del Pacífico en la que China afianza de forma continua su poder global, Japón actúa como su inmediato rival económico, mientras que Corea, Indonesia y la India están pendientes de ambos.
El segundo foco sería el resurgimiento del poder ruso, no sólo como potencia nuclear, sino como una nación fortalecida que ya no tolere más la humillación sufrida.
Y el tercero es el que recientemente ha dado signos de su peligrosa virulencia, se trata del terrorismo global o local llevado a cabo por individuos, organizaciones o estados que desean imponer a los demás sus convicciones políticas o religiosas. La amenaza de tales grupos no reside en su poder militar, sino en su posible acceso a las nuevas tecnologías de la destrucción y a su capacidad para atacar los puntos estratégicos más vulnerables.
La tecnología a que nos conduce el progreso humano ha mejorado la vida y la seguridad de las personas, sobre todo en las sociedades avanzadas, pero también nos ha vuelto mucho más vulnerables. Al procurar aumentar la protección de sus ciudadanos, los gobiernos se verán obligados a crear un sistema de cerrojos y blindajes electrónicos especiales, más alarmas y mayor número de vigilantes patrullando que contribuirán a menguar la libertad de los individuos. Para evitar los atentados se tendrá que atentar contra la libre circulación. Esto incrementará las molestias, el miedo y, de alguna manera, pondrá en evidencia lo relativa que ha sido la evolución cultural humana. ¿No sería mejor solucionar pacíficamente los conflictos que subyacen detrás de la mayoría de las acciones terroristas?
Alexandre Solzhenitsin escribió que “si la humanidad no resuelve estos problemas, el siglo XXI verá aparecer fenómenos similares al comunismo”. El espectro del terrorismo privado o de Estado se esconde detrás de la existencia de tanta injusticia como hay en nuestros días. No es posible entender por qué en un mundo civilizado que produce cada año un 10% más de los alimentos que necesita toda la humanidad para vivir, mueran de hambre cada día 35.000 niños. Esta es una de las mayores amenazas para la paz mundial. La gravísima situación en que viven hoy millones de criaturas atentas no sólo contra los principales países ricos, sino contra la fe cristiana porque parece desmentir que en este mundo exista un reino de Dios o que éste tenga alguna influencia sobre la humanidad. ¡Cómo es posible seguir anunciando con sinceridad el Evangelio de Jesucristo mientras, a la vez, se da la espalda a esta triste realidad!
La fe y la justicia tienen que darse la mano para construir y extender el reino de Dios en la tierra. Porque hoy, igual que ayer, “la voz de la sangre” de nuestros hermanos derramada injustamente, tanto en los atentados terroristas como en las guerras contra el terrorismo, sigue clamando a Dios desde la tierra (Gn. 4:10). Los cristianos no debemos silenciar dichas voces sino todo lo contrario, tenemos que poner el grito en el cielo.
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