PRESENTACIÓN
Son los mismos que llegaron hace casi cuatro décadas, pero también son otros, distintos a quienes poco, casi nada, conocían de Chiapas y su gente. Son los mismos porque tienen semejante entusiasmo al de 1966 y la misma vitalidad de entonces. Son otros porque sus años en tierras chiapanecas los han hecho más sabios, generosos y más comprometidos con la visión original que los trajo desde Holland, Michigan, a Los Altos de Chiapas.
René y Carla Sterk me concedieron el privilegio de conversar con ellos en varias ocasiones. Cuando les propuse entrevistarlos para un proyecto de investigación sobre los actores de la expansión protestante evangélica entre las comunidades indias de Chiapas, ambos me dijeron que preferían enfocara mi interés hacia los líderes y creyentes indígenas, que ellos, Carla y René, poco podían aportarme en mis pesquisas. Les respondí que en mi proyecto tenía contemplado tratar de darle espacio a distintas voces, las cuales pudieran brindarme distintas perspectivas, desde arriba y desde abajo, desde adentro y desde afuera.
Una vez que aceptaron, su generosidad para darme su tiempo e información no tuvo límites. Una pequeña parte de ambas cosas queda plasmada en las páginas siguientes. Dejo para más adelante mucho de lo que me confiaron. Por ahora quise retribuirles con este pequeño trabajo su enorme disposición a responder ampliamente todas y cada una de mis preguntas.
Este es un adelanto de un libro mayor sobre estos personajes que son mi “objeto de estudio”, pero sobre todo son mis amigos.
Los misioneros, particularmente los norteamericanos, son vistos por la derecha y la izquierda latinoamericana con sospecha y hasta franca hostilidad. La derecha los considera enemigos de la cultura iberoamericana, la que está marcada por su estrecha relación con el catolicismo. La izquierda los percibe como agentes de ambiciones económicas y políticas contrarias a los intereses populares, y aliados de quienes buscan debilitar la identidad cultural de los pueblos ligados históricamente al catolicismo. Sin proponérselo, ambas ópticas exageran el trabajo de los misioneros y lo descontextualizan, mientras, por otra parte, marginan, casi hasta desaparecerlos, a los actores endógenos que le dan la bienvenida tanto a los personajes que llegan de fuera como al mensaje que les transmiten. En la diseminación de una nueva propuesta importa el mensajero, el mensaje, los receptores, que para nada son sujetos pasivos, y el medio donde se disemina la propuesta. Un mismo mensaje no impacta a todos de igual forma, depende de muchos factores su rechazo, indiferencia o apropiación.
Las generalizaciones, mal entendidos y abiertas estigmatizaciones que las hermenéuticas ya mencionadas han hecho de los misioneros, muestran franco desconocimiento de las razones que pueden mover a las personas que deciden cruzar fronteras geográficas y culturales para ir a cumplir una misión que consideran vital. Las motivaciones religiosas son suficientes en sí mismas para explicar cómo alguien decide cambiar drásticamente su forma de vida, para ir a insertarse en un ambiente social y cultural muy distinto al lugar en que se nació y pasaron los años formativos. Debe haber otros intereses, arguyen quienes en todo buscan intenciones encubiertas. Consideran insuficiente, cuando no una treta desviacionista, la explicación dada por los misioneros: “Estamos aquí porque vinimos a compartir el Evangelio”. Como aquellos, normalmente, no tienen a lo religioso como núcleo alrededor del cual sus ideas e intereses se cohesionan, entonces, parece ser su conclusión, todas las demás personas tampoco pueden argüir explicaciones de fe para dar cuenta de sus comportamientos y de cómo construyen sobre ellos el sentido de su vida.
Hace no mucho tiempo, y motivado por las conversaciones con René y Carla Sterk, escribí un artículo que titulé “¿Por qué crece el protestantismo entre los indígenas?”, que fue publicado en
La Jornada (6 de julio, 2005). En el escrito daba cuenta de que la obra de los misioneros tiene que ser comprendida en un contexto amplio y más complejo que el presentado por las esquematizaciones que reducen todo a unos mensajeros foráneos que llegaron a manipular a los indígenas, como si éstos fueran incapaces de elegir opciones por sí mismos.
Los pueblos indígenas de México, los pueblos originarios, son diversos y viven cambios en su interior que a veces no captamos con la profundidad que deberíamos hacerlo. Lo religioso tiene entre ellos una especial significación como elemento integrador de la vida personal y comunitaria. Desde hace algunas décadas la presencia en esos pueblos de propuestas religiosas distintas a la tradicional ha tenido variadas respuestas, que van del franco rechazo hasta la adopción entusiasta de sus habitantes.
En los países de América Latina que cuentan con importante población indígena como México, Guatemala, Perú, Bolivia y Ecuador, el cristianismo evangélico se ha extendido con más éxito que entre los mestizos. Inicialmente los misioneros llegados a partir del último tercio del siglo XIX, principalmente de Estados Unidos y algunos de Europa, se enfocaron a trabajar en los centros urbanos y no tuvieron en su radio de interés a los pueblos originarios. Las circunstancias casi los obligaron a tomar conciencia de la realidad indígena, por ejemplo en Guatemala y Chiapas, y poco a poco fueron incorporando ese mundo a su actividad misionera. En otros casos, y sin pretenderlo, algunos indígenas se encontraron con la alternativa protestante al migrar en busca de trabajo desde los Altos de Chiapas, unos a Tabasco y otros a las fincas cafetaleras del Soconusco. En éstas últimas jornaleros guatemaltecos, de la etnia mam, que ya eran evangélicos se encargaron de difundir el mensaje entre sus compañeros de labores tzotziles, que provenían entre otros lugares de Chamula. En las primeras décadas del siglo XX hubo varios conversos alteños en el Soconusco, quienes al regresar a sus pueblos fueron los primeros diseminadores del protestantismo, muchos años antes de que algún misionero norteamericano llegara a esas tierras. Por lo tanto distorsionan los hechos quienes afirman que fueron los misioneros rubios del norte los primeros en irrumpir en el mundo indígena con una propuesta que critican porque, sostienen, desintegra a los pueblos. ¿Y qué proponen? ¿Que se mantenga la unidad religiosa a la fuerza? ¿Que los indígenas no tengan el derecho de cambiar de religión?
Los misioneros locales espontáneos precedieron a las organizaciones misioneras extranjeras en muchos lugares. A Los Altos de Chiapas los misioneros norteamericanos llegaron a partir de la década de los cuarentas del siglo XX. Su número siempre fue reducido, y su influencia ha sido exagerada por críticos que conciben a los pueblos indios como guardianes de las tradiciones y reproductores de usos y costumbres que
no deben cambiar por influencias externas. Los buenos resultados para la opción evangélica solamente se pueden explicar por el involucramiento de indígenas en la tarea de propagar la nueva fe. La apropiación que del mensaje hicieron desde muy temprano los indio(a)s, es la razón primordial de que en pocas décadas el panorama religioso de Los Altos de Chiapas se haya transformado de manera importante. Hoy en esa zona existen municipios que, de acuerdo al Censo General de Población y Vivienda del 2000, reportan entre 20 y casi 50 por ciento de creyentes evangélicos (rubro en el que incluimos a los adventistas, y a los que el Censo erróneamente excluye). Las cifras son resultado de la intensa movilización de la
sociedad civil evangélica indígena, y no manipulación de misioneros extranjeros que llegaron a reclutar para su causa a incautos indígenas. La teoría de la manipulación es una explicación racista y profundamente discriminadora, porque le niega a los indio(a)s la mayoría de edad y capacidad para decidir por sí mismos sus nuevos referentes de identidad.
Debido a distintas razones, que no podemos desarrollar aquí por falta de espacio, el presbiterianismo fue la principal, y por mucho tiempo la única, confesión evangélica presente en Chiapas. Hoy por número de feligreses el primer lugar le corresponde a los adventistas. La Iglesia presbiteriana indígena, en el caso de Los Altos que es el que conozco mejor debido a mis investigaciones, es fuerte y dinámica. Su liderazgo es eminentemente indio, los pastores y otros dirigentes se forman, primero, en las congregaciones locales y, más tarde, en la Escuela Bíblica Tzotzil. Debido a su trabajo de una década -en el que contaron con asesoría de personas y organizaciones extranjeras y nacionales- vieron cumplido su deseo de tener toda la Biblia en tzotzil de Chenalhó, cuya presentación fue hecha en 1998. En una parte del trabajo de traducción participaron catequistas de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, sobre todo en la sección de los llamados libros deuterocanónicos. Existe también la Biblia en tzotzil de Chamula y en lengua tzeltal. Tener ese libro en sus idiomas ha derivado en la construcción de los que ellos denominan una teología evangélica indígena.
Hoy un grupo de tzotziles, tzeltales, mames, choles y tojolabales, comisionados por sus iglesias, están escribiendo la historia de los orígenes y desarrollo del presbiterianismo en los pueblos indios de Chiapas, porque quieren contar esa historia por sí mismos. Otros hacen planes para extender su obra entre los zoques chiapanecos, unos más se aprestan para irse a otra entidad de la República mexicana con alta población indígena, Oaxaca, donde creen tendrán buenos resultados. Una pareja va a ser enviada al extranjero, con recursos que las iglesias indígenas se han comprometido a dar, y su destino será Turquía. El plan no es una puntada momentánea, por seis años se han estado preparando en la cultura y el idioma con los que se van a encontrar. Termino con la respuesta que me dio uno de los pastores tzotziles, y traductor de la Biblia, cuando le pregunté por qué habían crecido tanto las iglesias evangélicas entre los indígenas, tajante y breve me dijo: “porque los evangélicos indígenas no nos quedamos callados”.
Misioneros como René y Carla Sterk conjugaron su tenacidad, convencimiento, esperanza, fe, visión e incansable trabajo personales, con un equipo de líderes indígenas a los cuales siempre vieron como compañeros de misión, como sus iguales, a quienes se refieren como sus hermanos y hermanas muy queridos. Fue un momento muy intenso cuando la pareja, durante la entrevista, hacía esfuerzos para no derramarse en lágrima al confiarme que su salida de Chiapas estaba muy cerca. El paternalismo que domina a los otros, incluso a integrantes de organizaciones no gubernamentales que se dicen muy progresistas y se afanan en “empoderar” a los indígenas, es completamente ajeno a René y Carla. Tampoco su acercamiento fomenta la dependencia, sino que estimula la iniciativa endógena y potencia las habilidades de las personas que les han acompañado, y que ellos acompañaron, en su larga estadía chiapaneca.
Por último, de las muchas cosas que tengo que agradecerle a Abner Salazar, figura en un lugar especial que me haya presentado, hace poco más de una década, a René y Carla Sterk. Gracias también a José de la O. por su amistad y colaboración en el desarrollo de este proyecto. Lo mismo que a Julio Reyes por ayudarme con el diseño del escrito, para que saliera a tiempo y podérselo presentar a los Sterk antes de que regresaran a los Estados Unidos. Y a José Alberto Bielma que coadyuvó en la trascripción de las entrevistas. Barbara Byer Clark le quitó tiempo a sus vacaciones para hacer la traducción del artículo escrito por René, el cual fue publicado originalmente en inglés en la revista
Reformed Review, en ocasión de los ochenta años de labor misionera en Chiapas de la Iglesia Reformada en América. Los lectores de
Protestante Digital podrán conocer el artículo de René, ya que será la parte final de la serie que hoy iniciamos.
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