Este artículo pretendía aparecer la semana pasada, pero, como ocurre con algunas damitas que terminan quedándose solteras, “se me pasó el tren”. El tren de P+D es cosa seria. El que no está en la estación a la hora de pasada, se queda abajo y punto. Habrá que esperar hasta el próximo, que pasará exactamente el día y la hora establecida, pero siete días después. Aquí no hay tutía. Anoche, sábado 12 de mayo, mientras visitábamos a su suegra en el Baptist de Miami recién operada del corazón, hablábamos con mi amigo Luis sobre libros. La conversación surgió a raíz de que él, que se había propuesto pasar la noche acompañando a la paciente, llegó premunido de dos volúmenes que pensaba devorar durante las horas de vigilia, uno de los cuales,
El hombre espiritual, de Watchman Nee nos llevó, primero, a recordar otra anécdota de libros que guardo en mi archivo personal relacionada con el escritor Nee; y la otra, a invitarle a que visitara la revista Protestante Digital y leyera lo que había escrito sobre
La duda inquietante y otras yerbas aromáticas producto de la magnífica pluma del ya desaparecido José María Gironella. Espero que Luis se olvide de la recomendación porque me buscará infructuosamente en la lista de colaboradores y a lo mejor terminará pensando que eso de “El escribidor” es pura faramalla. Y si lo piensa, ¡que piense lo que quiera! Total, para mal pensados se ha hecho el mundo.
La anécdota sobre Watchman Nee y el libro que forma parte de ella,
La vida cristiananormal, así como el encuentro inesperado de Charles De Gaulle y Dany el Rojo en la ciudad de Miami siguen archivadas, a ver si algún día… quién sabe… no nos vuelve a dejar abajo «el tren bala». O inventamos nuestra propia revista digital donde los conductores seamos nosotros y dispongamos de los mandos del tren para hacerlo parar a medio camino si se nos antoja. Esto, sin embargo, es tan difícil de creer como la versión según la cual los que manejaron los aviones que se estrellaron contra las torres gemelas el 9/11 adquirieron la experticia necesaria para maniobrar aquellos respetables aparatos conduciendo avionetas fumigadoras.
Pero bueno. De lo que quería escribir la semana pasada, afortunadamente no ha perdido vigencia, como casi nada en materia de cosas que se escriben, salvo las noticias que aparecen en los periódicos que, como las flores cultivadas en invernaderos, se marchitan en un abrir y cerrar de pétalos cuando salen a vérselas con la luz del día.
Continúo. Como continúa mi amigo Marcos Carabantes cada vez que nos encontramos, una vez en el año, en Santiago de Chile, durante las ya habituales visitas que hacemos mi esposa y yo a la tierra que nos vio nacer. Una vez en el año. En noviembre, para ser más específico. Cuando nos encontramos con Marcos, reanuda la conversación interrumpida trescientos sesenta y cinco días atrás como si hubiéramos dejado de hablar ayer. «Lo que pasa don Eugenio es que los productos orgánicos están entrando fuertemente en el mercado chileno, por eso…» me dice sin saludarme ni preguntarme cómo llegué; o, «como le decía, nos falló el diputado de la decé que había prometido ayudarnos con la venta de los libros escolares directamente en las escuelas…»; o, «es cierto; la pasada por Portillo a Mendoza está mucho más fácil que irse directamente a Buenos Aires y para mí resulta mejor ir primero a Mendoza…» Y aunque yo tengo que hacer figuritas para ubicarme en el contexto de la charla reanudada en forma tan original, lo admiro porque es su estilo. Si me da tiempo para saludarlo, lo saludo; si no, dejaremos de vernos hasta dentro de doce meses cuando sigamos con la charla. Pero, como decía mi abuelo, cada uno tiene su modo de bajarse del caballo. Así es que, ahí vamos nosotros, tratando de ponernos al día con nuestras entregas semanales.
(Se dice que lo malo de resistirse a la tentación es que puede no volver a presentarse; por eso, yo no me resisto a la tentación de contar lo que viene a continuación.)
Los libros. Amigos fieles que nunca fallan.
Corría el mes de octubre de 1964. En literatura, las fechas no envejecen, ni los hechos unidos a ellas. Me encontraba en Cochabamba, Bolivia, asistiendo a un cursillo para periodistas evangélicos. Nos hospedábamos, unos 80 muchachos de ambos bandos, en el Seminario Teológico Bautista. A alguien se le ocurrió organizar para los internos un campeonato de tenis de mesa. El ganador recibiría su premio la noche de la clausura del cursillo. Como el campeonato lo gané yo, me correspondió pasar adelante a recoger el premio. Sabiendo de la riqueza folklórica y artesanal boliviana, esperaba que a quien le correspondiera seleccionar el premio pensara en algo típico que pudiera llevar con orgullo de regreso a casa. Pero cuando me entregaron un pequeño paquete rectangular sin papel de regalo ni moñito de colores, me sentí frustrado. Más tarde, y ya sospechando de qué se trataba, lo abrí para encontrarme con cuatro libros. De mala gana los eché a la maleta y me fui con ellos a Chile. «¡A quién se le ocurre regalarle libros a un campeón de tenis de mesa!» me decía, «habiendo tan hermosos artículos típicos bolivianos». Pues, en algún lugar de mi cuarto quedaron, librados a su propia suerte. Un día, y después de haber transcurrido más de un año, buscando algo para leer, me encuentro con el premio. No recuerdo qué libros eran los otros tres, pero sí recuerdo perfectamente el título, el autor, el contenido, el formato y el color de la cubierta del cuarto.
La vida cristiana normal, de Watchman Nee. Lo tomé, lo abrí, lo empecé a leer y ese libro cambió mi vida. Me dio una perspectiva de la salvación por gracia que no tenía. Y el impacto fue tan grande, que todavía algunos recuerdan la pequeña revolución que provoqué en mi iglesia compartiendo el contenido del comentario sobre Romanos.
¿Y qué pasó con el título de este artículo? No os asustéis. Nada ha pasado. Solo que me referiré a él en mi próximo artículo. A menos que alguien me escriba pidiéndome que le cuente cómo fue que se reunieron en Miami Charles De Gaulle y Daniel Cohn Bendit, más conocido como «Dany, el Rojo» en cuyo caso no tendría otra alternativa que complacer al solicitante.
O que me dé por contar de dónde arranca esta pasión por formar escritores cristianos hispanos dentro de ALEC, esta asociación que poco a poco va consolidando su ciudadanía internacional.
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