Una muestra del interés que está levantando el tópico es que círculos otrora impermeables al hecho de que las iglesias evangélicas se reproducen por todas partes, ahora se están dando a la tarea no sólo de registrar el fenómeno (uso el término en sentido sociológico), sino de tratar de interpretarlo.
Es el caso del artículo publicado la semana pasada en Protestante Digital (“
Desafío de las sectas”), cuyo autor,
Álvaro Vargas Llosa, es un crítico del neopopulismo latinoamericano. Álvaro es hijo del novelista Mario, quien por cierto perdió la presidencia del Perú, en 1990, ante el entonces desconocido Alberto Fujimori. Éste último personaje logró la victoria gracias a que aglutinó apoyos electorales de nuevos actores sociales en este tipo de procesos, como los evangélicos que hicieron campaña en su favor. Los que, vale aclarar, pronto se desencantaron de Fujimori y comprobaron que fueron hábilmente utilizados por el nuevo político.
Es cierto, como afirma Vargas Llosa en su artículo, que algunos altos jerarcas católicos saben que el protestantismo evangélico (de raigambre popular: el pentecostalismo) va ganando terreno en espacios considerados católicos. Por otra parta cabe hacer la primera diferenciación con otra afirmación de Álvaro. Dice que en el Continente, en las últimas décadas, “la Iglesia Católica ha perdido alrededor del 20 por ciento de sus seguidores a manos de distintos grupos evangélicos”.
Se presupone, mal por cierto, que si el catolicismo perdió ese porcentaje, es porque antes fue suyo. ¿Pero en realidad lo fue?
Académicos y legos en la materia hablan de la descatolización latinoamericana. Tal aseveración es errónea, porque en el mejor de los casos el catolicismo de la mayoría de la población ha sido muy superficial.
El catolicismo popular, que es el dominante, tiene componentes diversos y en ellos la ortodoxia marcada desde Roma está muy lejos de ser el factor aglutinante. La gente es católica a su manera, a su particular saber y entender. En el caso mexicano, un cúmulo ya muy importante de investigaciones antropológicas, históricas y sociológicas, han demostrado una tendencia que parece general. Las conversiones al protestantismo evangélico, de acuerdo con esos estudios, tienen en buena medida tras de sí el abandono pastoral que de su pretendida feligresía ha hecho la Iglesia católica. Por ejemplo, en el caso de las poblaciones indígenas de Chiapas ha quedado probado que las comunidades recibían, durante todo el siglo XIX y un poco más allá de la primera mitad del siglo XX, esporádicas visitas de clérigos católicos. En consecuencia los habitantes organizaron su vida religiosa cuyo resultado fue el llamado catolicismo de la costumbre, en el que predominaban las creencias indígenas con un delgado barniz de enseñanzas católicas.
Al vacío pastoral católico hay que sumar un factor endógeno. Los indios chiapanecos, históricamente celosos de su autonomía, encontraron formas de resistir al dominio clerical: “…desde finales del siglo XVIII los indios de las tierras altas comenzaron a percibir como fuente de agravio la influencia que la Iglesia católica ejercía sobre su vida comunitaria y religiosa. La búsqueda de autonomía y control sobre su vida religiosa comenzó a manifestarse desde entonces a partir de distintas acciones de resistencia y ofensiva abierta que tuvieron como fin limitar la influencia del clero en la región y que sirvieron como antecedente a la amplia movilización que los indios realizarían a lo largo del siglo XIX en contra de los representantes de la Iglesia católica” (Rocío Ortiz Herrera, Pueblos indios, Iglesia católica y élites políticas en Chiapas, 1824-1901).
Donde sí hubo fuerte presencia y labor de la Iglesia católica, desde la Colonia y hasta finales del siglo XX, fue en los estados que conforman el centro, occidente y el bajío mexicano. No es, por lo tanto accidental, que en estas zonas tenga menor crecimiento el protestantismo evangélico, sobre todo en el bajío (territorio que Carlos Monsiváis denomina “el cinturón del rosario”, como analogía del “Bible belt” norteamericano), semillero de sacerdotes para el catolicismo mexicano. De esta zona es Samuel Ruiz, quien fue obispo de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, durante cuatro décadas. El protestantismo crece más en los lugares donde la Iglesia católica siempre ha tenido una presencia débil. En estos espacios, que existen por todo el vasto territorio latinoamericano, el catolicismo en cuanto tuvo frente a sí una propuesta religiosa más cercana a las necesidades de la gente las conversiones comenzaron a ser modestas, primero, y masivas después.
Los conversos, en su gran mayoría, no pasaron de una opción religiosa fuertemente enraizada a una nueva identidad de fe. Su catolicismo era casi espectral, en casos así ¿se puede hablar de descatolización? Eran católicos nominales, en elevado porcentaje respondieron favorablemente cuando alguien les presentó un mensaje nunca antes escuchado.
Otro punto para subrayar es el descuido que tienen periodistas y escritores cuando intentan describir a los evangélicos. En su óptica todos los grupos, iglesias y denominaciones que se identifican como cristianos pero no católico-romanos son protestantes/evangélicos. Esto en el mejor de los casos, porque con frecuencia les identifican con el término evangelistas. En este sentido, Álvaro Vargas Llosa incurrió en un craso error al escribir lo siguiente: “La amenaza (para la Iglesia católica) no es tan reciente. Aunque el protestantismo logró penetrar furtivamente en América Latina, incluso en la época colonial, cuando las enseñanzas de Lutero circulaban de manera clandestina alrededor del continente, el verdadero desafío comenzó en la década de 1950 con la llegada de los Testigos de Jehová. Más tarde, ganó fuerza con la proliferación de distintos grupos evangélicos”. Los Testigos de Jehová no son protestantes ni evangélicos, eso debería saberlo quien se atreve a dar su opinión sobre la expansión del cristianismo evangélico en América Latina. Es un descuido que no tiene justificación, porque evidencia impreparación en quien busca darles luces a los demás acerca del tema que desarrolla.
En Latinoamérica, es verificable país por país, los protestantes se asentaron primero que los Testigos de Jehová, éstos llegaron después. Donde sí acierta Vargas Llosa es al escribir que en la época Colonial hubo presencia de protestantes, pero no de protestantismo agrego yo. En distintos países de Latinoamérica es posible documentar sólidamente el trabajo de misioneros evangélicos, sobre todo colportores, distribuidores de la Biblia, a partir de la tercera década del siglo XIX. En la segunda mitad del siglo citado, con ritmos y respuestas distintas en cada país, fueron asentándose las misiones protestantes. En lo que respecta a los pentecostales, en México, Brasil, Argentina y Chile los primeros núcleos surgieron en los primeros años de la segunda década del siglo XX. Por lo tanto el pentecostalismo no es tan nuevo en nuestro Continente, como algunos mal suponen.
La parte interpretativa del trabajo de Álvaro Vargas Llosa es más compartible que la sección en la que se refiere a información sobre los evangélicos, y de cuyas aclaraciones ya nos hemos ocupado. La migración, que puede ser desde el catolicismo u otras creencias, hacia el protestantismo evangélico se explica, en parte, por las razones que da el escritor. Además confluyen muchas otras. Pero ellas serían motivo de otro artículo.
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