Un intolerante en el bar de la Facultad

El Espíritu actuó sin avisar (como lo suele hacer) y terminé explicando mi testimonio a todos los que estaban allí, de cómo Dios me sacó del pozo de la desesperación en que me encontré hace unos años. Ante el asombro y la perplejidad de los ojos que me rodeaban, una boca se atrevió a confesar su sorpresa al oír mis palabras.

Seguidamente, varias personas hicieron un esfuerzo por intentar comprenderme argumentando: “claro que sí, yo lo respeto y comprendo, es tu Dios”. Otra compañera añadió: “A ver… yo alucino con lo que me cuentas aunque creo que de esa situación saliste tú solo; pero es totalmente respetable que tú tengas tu Dios. Yo, como he sido siempre una chica que lo he tenido todo y nunca me metí en problemas, nunca tuve esa necesidad, pero en tu caso está bien, y es totalmente justo porque tuviste la necesidad de ello, y me alegro”.

En ese mismo momento comprendí que algo no iba bien, había algo que no cuadraba, todos mostraban una conformidad solidaria con lo que habían escuchado, nadie se oponía a mis palabras. Les había contado sólo la parte de la experiencia, cómo estaba antes y cómo estoy ahora a partir de mi relación con Dios, pero no había expuesto el evangelio.

Entonces pensé: pues voy a volverme intolerante y voy a presentarlo. Unos segundos después tomé otra vez la palabra y aclaré: “no se trata de las necesidades que podamos tener o no, en esta vida; yo creo en el evangelio de Jesús. Y creo en ello porque cuando me aparté de algunas cosas, vi que mi deseo hacia ellas continuaba; por lo tanto, la maldad no estaba en las mismas obras que dejé de hacer sino en mí mismo, pues aún las deseaba. Y eso fue lo que me llevó a llorar y arrepentirme; y di gracias a Jesús por haber muerto por mí, porque sólo Él lo podría haber hecho, pues no hay nadie como Él en toda la tierra”. Y antes de terminar mi tembloroso discurso, agregué: “así que, el evangelio no es solamente para los que pasan necesidad sino también para los que no ven la necesidad”.

En ese preciso instante, el silencio y las miradas cambiaron, la simpatía se desvaneció. Me había vuelto intolerante.

En mi mente he pensado mil y una veces cómo encontrar la fórmula para poder predicar el evangelio sin resultar intolerante hacia aquellos que me escuchan; así, aquellos que amamos tanto a nuestro propio yo, no tendríamos que negarnos a nosotros mismos para predicar las buenas nuevas. Pero el Espíritu dice: No es posible. “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por eso el mundo os odia” (Juan 15). “Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros”.

Muchos creen que los cristianos son intolerantes con algunos colectivos, como el homosexual. Eso no es cierto o puede serlo en parte. El primer motivo por el cual el cristiano es intolerante es por predicar a Cristo crucificado, y eso no va a cambiar jamás.

“No puede el mundo aborreceros a vosotros, pero a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas” (Juan 7:7).