Cuando el presidente del gobierno, Zapatero, llegó al poder, una de sus primeras frases, muchos la recordarán, fue algo así como… el poder no me va a cambiar.
Muchos no entendimos a qué venía aquello y después de algún tiempo, algunos seguirán sin entenderlo ya que no resulta sencillo depurar la información en cuanto a saber, cómo se gobierna y por qué se toman las decisiones que se toman.
Abandonando el terreno político y trasladándonos a nuestra realidad social, laboral y familiar, podemos hacer un pequeño muestreo (salvando las distancias), de qué ocurre, cuando tenemos responsabilidades, y por lo tanto, capacidad de decisión, para encontrar una resolución a los avatares diarios, es decir, estaríamos hablando del ámbito de poder que nos toca ejercer a cada uno. Existe todo un léxico para expresar la condición de un individuo cuando claudica ante los demás, o cuando no es capaz de decidir, nada de nada, ya que es demasiado tarde para recuperar el tiempo perdido, o mejor dicho, el terreno o parcela cedida. ¿Hasta dónde pretendo llegar?. Pues me he marcado la meta de demostrar, lo difícil que les resulta a algunos, admitir que otros destaquen en sus diferentes ocupaciones, trabajos o familias. Es muy nuestro poner reparos a casi todo lo que respira debajo del Sol, y si sospechamos que alguien que conocemos, va a desempeñar un cargo de responsabilidad, lo tachamos de que no tiene categoría o que carece de las cualidades mínimas para salir airoso y ser competente. Eso sí, el listón de capacidades lo vamos bajando poco a poco, si no sabemos quién es el individuo en cuestión, o por si el contrario, fuésemos nosotros los elegidos. Es también curioso que todavía existan fósiles en nuestro pueblo, especializados en infravalorar y marginar, sin diferenciar qué tipo de don tiene cada uno, para colocar como protagonista al que sigue mejor la corriente o nos hace mejor “la pelota”. ¿Por qué se generan tantas envidias entre nosotros mismos?. Homo homini lupus est, pero parece que, por desgracia, solo nos sucede en el entorno privado, donde deberíamos ocuparnos de construir y reconstruir nuestra Iglesia, nuestro primer amor, ocuparnos de nuestra salvación con temor y temblor; donde tendríamos que explotar racionalmente nuestra riqueza, nuestros recursos propios, para potenciar y promover los objetivos marcados por el mismo Señor: glorificar su Nombre en la tierra y predicar el Evangelio. La decepción y la frustración surgen cuando el poder cambia a las personas con minúsculas responsabilidades y se produce un éxodo hacia la soberbia y hacia la incompetencia humana. La autosuficiencia, en la mayoría de los casos, suele acarrear resultados nefastos, al no contar con los que pueden aportarles aquello que no son capaces de ver con sus propios ojos. Sin embargo, estoy convencido que si solo vemos esta actitud en los vecinos (por citar a los más cercanos) y no contemplamos la posibilidad de que nos pueda suceder a cada uno de nosotros, es decir, a mí, al creerme lo que no soy, corremos el riesgo de seguir adelante en la dinámica primaria de verlo todo negativo y caer, en lo que considero, un error garrafal. Si llegamos a la meta de valorar a los demás, a pesar de que sean conocidos en nuestro entorno laboral o familiar, considerando lo que pueden ofrecer por el bien común, romperemos con los tradicionalismos de los que hablaba A. Comte, para una sociedad más justa y más plural, en las que los creyentes tenemos mucho que decir. La Biblia también habla de romper con las tradiciones y desde esta “Pseudo-reserva de los pieles Rojas” que sigue siendo Galiza, donde éstas están tan arraigadas que caro cuesta respirar, continuamos en un proceso, ya superado en casi toda España, que muchos pensamos que hay que consensuar, o al menos debatir, huyendo de la apetencia de los poderes fácticos a establecerlo todo a golpe de Decreto.
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José era alguien de una gran lealtad, la cual demostró con su actitud y acciones.
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