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Periodismo compasivo y cultura idiota

Vivimos en una era de la comunicación instantánea, donde el que lo desea puede enterarse de lo que sucede en diversos lugares del planeta. Los constantes flujos informativos nos abruman y, paradójicamente, nos dejan una sensación de ignorancia a pesar de la masa informativa que se vuelca sobre nosotros. La tecnología llevó la invasión norteamericana de Irak a los hogares de excitados y asombrados televidentes. Ahora, más que nunca, tenemos la sensación de vivir en una aldea global, en la que es
KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 05 DE MAYO DE 2007 22:00 h

Frente al panorama descrito quiero proponer un periodismo distinto, que tenga por base el modelo encarnacional de Jesús. Creo que es posible ser, al mismo tiempo, fiel al Evangelio y un escritor pertinente en la sociedad que nos circunda. Es factible cumplir estas dos partes de la misión periodística del cristiano si ejercemos lo que llamo periodismo compasivo. ¿Cuál es la característica de este acercamiento? El periodismo compasivo se ocupa de documentar hechos y situaciones que afectan y perjudican a personas que carecen, por distintas razones, de la capacidad de hacer oír su voz en la gran prensa de circulación internacional, nacional o regional.

Debemos, como Jesús, ser movidos a compasión y estar dispuestos a sentir como nuestra la situación que viven los necesitados y despojados de nuestra sociedad. Doce veces aparece en el Evangelio, y en todas las ocasiones haciendo referencia a Jesús o su Padre, la expresión “sentir compasión”. Como dicen McNeil y Nouwen:
El verbo griego esplanjnizomai nos revela el profundo e intenso significado de esta expresión. El splajna son las entrañas o, como suele decirse, las tripas. Es decir, el lugar donde se localizan nuestras más íntimas e intensas emociones, porque son el centro del que parecen brotar tanto el amor como el odio apasionados. Cuando el Evangelio habla de la compasión de Jesús, en el sentido de que se le conmovían las entrañas, está expresando algo muy profundo y misterioso, La compasión que Jesús sentía era, evidentemente, algo distinto de un sentimiento superficial o pasajero de pesar o simpatía. Era algo que más bien afectaba a la parte más sensible de su ser.(1)
Jesús se compadecía, se identificaba profundamente con el dolor y el abandono de personas individuales pero también por el pueblo. En el primer caso podemos citar a la viuda de Naín, quien perdió a su único hijo. En Lucas 7:11-14 encontramos este conmovedor cuadro: “Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda… Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores… Y dijo: Joven a ti te digo levántate”. En el segundo caso citamos Mateo 9:35-38, pasaje en el que Jesús es movido a compasión por el desamparo en el que se encontraban las multitudes a causa de la carencia de auténtico liderazgo. Jesús sintió como propios los padecimientos de quienes los sufrieron. Su compasión se tornaba en identificación plana con los afligidos. Recordemos que nuestra palabra compasión se deriva de los vocablos latinos pati y cum, que se traducen como “padecer con”.

Creo que el periodista cristiano tiene el reto de usar su tribuna de una manera compasiva. En medio de tantos hechos y sucesos debiéramos priorizar aquellos que dan cuenta de alguna tragedia humana, injusticia, violación a los derechos humanos. Igualmente tenemos que denunciar el uso despótico del poder, el culto al hedonismo, la violencia social, la injusta repartición de la riqueza generada en el orbe, la corrupción que destruye a personas y naciones. Nuestro trabajo periodístico debe estar regido por la búsqueda de la verdad y la justicia. En una sociedad que fácilmente olvida o relega los hechos “desagradables”, nosotros somos llamados a asumir el papel de no permitir que la amnesia colectiva se apodere de las conciencias. No perdamos la capacidad de indignación frente a tantos atropellos a la dignidad humana que tienen lugar por todas partes.

Sería ejercer una mala mayordomía cristiana si quienes tenemos una tribuna en los medios de comunicación masiva la usásemos de forma banal e intrascendente. Por desgracia en mucha de la prensa escrita, la expresión periodística que mejor conozco, existe una propagación creciente de lo que el periodista norteamericano Carl Berstein llama la cultura idiota. Él lo expone así:
Estamos en vías de crear, en suma, lo que merece bautizarse como la cultura idiota. No una subcultura idiota, que bulle bajo la superficie de todas las sociedades y que proporciona una diversión inofensiva, sino la cultura misma. Por primera vez en nuestra historia, lo desaforado, lo estúpido y lo vulgar se están convirtiendo en nuestra norma cultural, incluso en nuestro ideal de cultura.
Porque la realidad es hoy que los medios de comunicación son probablemente la más poderosa de nuestras instituciones; y están dilapidando su poder y haciendo a un lado su obligación. Ellos –o más exactamente: nosotros- hemos abdicado de nuestra responsabilidad y la consecuencia de nuestra abdicación es el espectáculo, y el triunfo, de la cultura idiota.(2)
La pregunta que me provocó la contundente observación de Bernstein, su despiadada crítica al sistema informativo predominante en Estados Unidos, y que bien podríamos traspolar a Hispanoamérica, es si acaso lo que denuncia el periodista (quien junto con su colega Bob Woodward descubrió la cloaca del caso Watergate) también tiene importante presencia en el periodismo evangélico. ¿A qué tipo de informaciones le damos cabida? ¿Nuestros análisis diseccionan con inteligencia los asuntos candentes? ¿Campea lo superficial y se otorgan amplios espacios al star system evangélico?

Me parece que un buen número de los líderes evangélicos que hacen uso de los medios electrónicos, radio y TV, no han examinado detenidamente las implicaciones que ello tiene para la misma fe cristiana. Los medios moldean de alguna manera el mensaje, y en la evangelización la forma es fondo. Es decir, al elegir determinada tribuna y aceptar la racionalidad que ese espacio le impone al mensaje para ser difundido desde él, en cierta manera se está renunciando a contenidos del mensaje que no se sujetan a la racionalidad del medio desde donde se realiza la transmisión. Para nada sugiero que se renuncie a usar los medios electrónicos, solamente llamo la atención a ser consciente de su poder mediatizador.

Una revisión detenida de la prensa evangélica tal vez nos llevaría a concluir que la mayoría de la información, y la poca reflexión que contiene, pudiera ser caracterizada como banal y escandalosa. En suma, aunque se oiga duro decirlo, reforzadora de la cultura idiota. Recordemos que este vocablo es de origen griego. Los griegos le aplicaban el concepto al ciudadano que no se metía en política (en los asuntos del gobierno de la polis, la ciudad). Idiotés significaba “persona aislada, sin nada que ofrecer a los demás, obsesionada por las pequeñeces de su casa y manipulada a fin de cuentas por todos”.(3)

En el caso de México, el país vive momentos cruciales. Está en juego el modelo de nación, el proyecto a construir y el perfil que tendrá en las próximas décadas. Voces y grupos de las más distintas tendencias han manifestado sus puntos de vista acerca del proyecto gubernamental. Uno de los actores ausentes en los debates es el sector evangélico. A consecuencia de una teología escapista, y/o de una impreparación de sus liderazgos denominacionales, la sociedad mexicana se ha visto privada de conocer y evaluar la opinión de los evangélicos respecto de temas como la legalización del aborto, la legitimidad de las elecciones por la presidencia de la República, la reforma política del Estado, y un largo etcétera. Aunque mucho me temo que si opinaran acerca de los tópicos mencionados, por carecer de un sólido conocimiento sobre los temas a desglosar, sus puntos de vista carecerían de bases informativas y, lo más alarmante, de una bien asentada cosmovisión bíblica.

Es importante señalar que el silencio de los evangélicos perjudica no sólo a los intereses del protestantismo mexicano, sino también al país porque éste no se beneficia del aporte que pudiesen dar aquellos a la vida nacional. Los valores éticos del pueblo evangélico, las razones por las cuales enarbolarlos, hacen falta en una sociedad que, mayoritariamente, desconoce al Jesús de los evangelios y su poder transformador en las personas y sociedades.

Las tribunas en la prensa nacional existen y están abiertas para quien quiera embarcarse, seriamente, en la misión de servir por medio de la palabra escrita. Desafortunadamente los cristianos evangélicos muestran escasa disposición para correr el riesgo de ejercer una responsabilidad semejante. O bien, es triste decirlo, se carece de la capacidad para desenvolverse adecuadamente en un medio hostil y muy competido. Es tiempo de tomar otra actitud y ser sabios para ganar espacios en la prensa secular, sobre todo en la que más cuenta, que es la leída por los estudiantes universitarios, profesionistas, servidores públicos, funcionarios de los partidos políticos y representantes populares.



1) Donald P McNeil, Douglas A. Morrison y Henri J. M. Nouwen, Compasión: reflexiones sobre la vida cristiana, Editorial Sal Terrae, Santander, España, 1985, p. 31.
2) Carl Bernstein, “La cultura idiota”, Nexos, septiembre de 1992, núm. 177, pp. 39 y 41.
3) Fernando Savater, Política para Amador, Editorial Ariel, México, 1993. p. 16.
 

 


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