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Clericalismo evangélico

“Autoridad viene del verbo latino auctor,
que significa ‘lo que hace crecer,
lo que ayuda a crecer’.
Por lo tanto, se define como aquello
que ayuda a crecer bien. Es precisamente
lo contrario a la tiranía, porque el interés
del tirano es mantener en una infancia
perpetua a aquellosa los que quiere someter”.
Fernando Savater


Los líderes cristianos, hombres y mujeres, son llamados a ejercer su ministerio
KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 28 DE ABRIL DE 2007 22:00 h

Al finalizar el conocido como Sermón del Monte Jesús dejó impactados a sus oyentes, de tal manera que el auditorio pronto hizo comparaciones y llegó a una conclusión que debiera ser motivo de permanente reflexión para los que tienen el don de dirigir (Romanos 12:8): “Cuando Jesús terminó de decir estas cosas, las multitudes se asombraban de sus enseñanzas, porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley” (Mateo 7:28-29). Para entender la comparación debemos examinar, aunque sea someramente, el estilo de esos maestros criticados por gente sobre la que ejercían su autoritarismo.

Los fariseos y escribas incurrieron en legalismo, en gran medida perdieron el sentido original de la Torah y dieron paso a interpretaciones estrictas o reduccionistas de ella. Olvidaron el sentido redentor de los preceptos y se enredaron en discusiones que extraviaron el espíritu de las ordenanzas e hicieron de éstas pesadas cargas para el pueblo. Su legalismo, sin cabida para la compasión, además era criticable porque se la pasaban enjuiciando a los demás pero eran muy complacientes consigo mismos. Eran celosos vigilantes de lo que entendían como ortodoxia, al mismo tiempo que se negaban a rendir cuentas de sus conductas. Jesús retó su pretendida autoridad, por lo cual como dice Lucas 14:1, lo “acechaban” (nuestro verbo acechar procede del latín assectari, perseguir) y buscaban desprestigiarlo. El Mesías les echó en cara su hipocresía, porque su ritualismo lo presentaban como sinónimo de un seguimiento ético de las enseñanzas de lo que para nosotros es el Antiguo Testamento.

En la extensa sección compuesta por Lucas 11:37-12:12, se localizan palabras duras que Jesús aderezó contra los líderes religiosos que se consideraban una casta divina. En el versículo 52 del capítulo 11 encontramos lo que, me parece, es el corazón de la denuncia, el afán de dominio que negaba a los demás el acceso a la gracia de Dios: “¡Ay de ustedes, expertos en la ley!, porque se han adueñado de la llave del conocimiento. Ustedes mismos no han entrado, y a los que querían entrar les han cerrado el paso”. En lugar de aquilatar la evaluación que de ellos hizo Jesús, eligieron cerrarse en su autosuficiencia y organizarse para escarmentar a quien erosionó su orgullo de líderes incuestionables. Lucas refleja muy bien la reacción de esos personajes, “Cuando salió Jesús de allí, los maestros de la ley y los fariseos, resentidos, se pusieron a acosarlo a preguntas. Estaban tendiéndole trampas para ver si fallaban en algo”.

Los vocablos neotestamentarios deben analizarse bien, para evitar equívocos semánticos que se vuelven prácticas erróneas y hasta adulteradoras de la enseñanza original. En el tema del rol a desempeñar por los dirigentes es certera la observación de Hans Küng: “¿Podemos hablar de ministerios en la iglesia primitiva? No, pues el término secular ministerio (arche y otros términos griegos similares) no se utiliza en ninguna fuente para los diferentes oficios y llamamientos de la iglesia. Es fácil advertir por qué. Ministerio designa una relación de dominación. En su lugar el cristianismo usaba un término que Jesús acuñó como estándar cuando dijo: ‘El mayor entre vosotros será como el menor, y el que manda como el que sirve’ (Lucas 22:26). Más que hablar de ministerios el pueblo se refería al diakonia, el servicio, originalmente a servir la mesa. Así pues, esta era una palabra con connotaciones de inferioridad que no podía evocar ninguna forma de autoridad, norma, dignidad o posición de poder. Ciertamente también había una autoridad y un poder en la iglesia primitiva, pero de acuerdo con el espíritu de esas palabras de Jesús no debía favorecer el establecimiento de un gobierno (para adquirir y defender privilegios), sino solo el servicio y el bienestar comunes” (La Iglesia católica, Editorial Mondadori, p. 32).

En el mismo sentido apuntado por Küng, el de prestar atención a los conceptos sobre los que se construyen creencias, se orienta el estudio de Catalina de Padilla, quien para empezar nos dice que laico es un vocablo ausente en el corpus neotestamentario. “En el Nuevo Testamento, cuando se usa laos para diferenciar entre el pueblo y sus líderes, la palabra siempre se refiere a la diferencia entre el pueblo y las autoridades civiles o religiosas de la cultura judía; nunca se emplea para referirse a diferencias entre cristianos. El laos de Dios incluye a todos los cristianos, líderes y miembros, todos con sus respectivos dones y funciones. Todos los cristianos son laicos… Tampoco hay evidencia en el Nuevo Testamento de la práctica de nombrar a un solo pastor como responsable de una congregación. El cuadro que se pinta en Hechos y las Epístolas es de congregaciones en las cuales los que tienen dones de liderazgo, los más maduros, llamados ‘ancianos’, ‘obispos’ o ‘pastores’, junto con los ‘diáconos’ sirven de manera colegiada” (“Los laicos en la misión en el Nuevo Testamento”, Bases bíblicas de la misión, perspectivas latinoamericanas, Editorial Nueva Creación, pp. 408 y 419).

En Hispanoamérica hay una larga historia de tiranías, de caudillos que dominaban vidas públicas y privadas. Los casos de varios de tales personajes han sido novelados en la vital literatura latinoamericana. Destacamos en esa producción la novela de Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca. En la construcción cultural de nuestras naciones dejó sus huellas indelebles el clericalismo católico. Éste se caracteriza por una división estricta entre clérigos y laicos. El verticalismo construido a lo largo de los siglos por la Iglesia católica romana hace, en la práctica, estrictas diferencias entre los detentadores y administradores de lo que en sociología de la religión llaman “bienes simbólicos de salvación”, y quienes simplemente son consumidores de éstos, seres pasivos y observantes de lo que el clero gusta y manda.

A las minorías evangélicas de América Latina, gestadas en el último tercio del siglo XIX, siempre les quedó claro que la jerarquía católica, su organización cerrada y absolutamente vertical, contrastaba con el espíritu del Evangelio. Reconocían que los líderes debían servir a sus congregaciones con palabras y ejemplos normados por la Biblia. En todos nuestros países existieron dirigentes que son recordados por su calidad de vida, por su sacrificio para predicar la Palabra, enseñar a los creyentes los rudimentos de la fe y cuidar amorosamente de sus hermanos y hermanas. Vidas así fueron a contracorriente de la cultura autoritaria y se convirtieron en pioneros en la creación de un espíritu democrático dentro de las comunidades a las que sirvieron.

En las últimas dos décadas se ha fortalecido una corriente al interior del protestantismo evangélico latinoamericano que hace una tajante división entre clérigos y laicos. Incluso esta concepción recurre a títulos antes ausentes en las comunidades evangélicas. Cada vez es más frecuente encontrar pastores que se hacen llamar reverendos, muy reverendos, excelencias, apóstoles, el siervo (palabra que hace originalmente referencia a la humildad pero que hoy más bien se utiliza como sinónimo de superioridad, para marcar una diferencia entre el líder y el resto de la congregación). El clericalismo evangélico florece, su marca es el dominio de los creyentes. En lugar de proveer a los cristianos de una formación bíblico/teológica que les permita evaluar sus circunstancias y tomar decisiones maduras, les mantienen en la dependencia y evitan que crezcan tanto en la fe como en su entendimiento de los retos de la sociedad contemporánea.

La autoridad de Jesús se reflejaba en que preparó a sus discípulos, hombres y mujeres, para emprender una misión colosal. Como verdadero maestro que era, capacitó a sus seguidores, les explicó en que consistía su tarea, les asigno crecientes responsabilidades, les dio ejemplo con su conducta, confió en ellos y los envió a ir por todas las naciones. De personas con pocos horizontes hizo un grupo que fue capaz de sorprender al mundo. Les hizo crecer y les llevó a alturas insospechadas. Su ejemplo fue tan poderoso que la práctica docente, discipuladora, de la generación apostólica reflejada en el Nuevo Testamento se caracterizó por seguir los pasos de Jesús y transmitírselos a los nuevos conversos.

Los escritos neotestamentarios son enfáticos en la horizontalidad que debe caracterizar a las comunidades cristianas. Todos y todas estaban llamados a crecer en el conocimiento del Camino. Su meta era avanzar continuamente, dejar atrás el infantilismo que hace manipulables a quienes les aqueja este mal. Por sí mismo la acumulación de tiempo en ser cristiano para nada asegura mayor sabiduría en la fe. Bien lo dice Hebreos 5:12-6:1, “En realidad, a estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido. El que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual. Por eso, dejando a un lado las enseñanzas elementales de Cristo, avancemos hacia la madurez”.

En todas partes existen personas que desean permanecer eternamente infantiles. En estos casos el papel de un liderazgo cristiano es ayudarles a entender que ese deseo es contrario al seguimiento de Cristo. En este sentido el clericalismo evangélico nubla las claras responsabilidades que tienen los discípulos de Jesús de hacer su parte, igual que el atleta debe esforzarse para vencer y el labrador trabajar duro para obtener buenas cosechas (2 Timoteo 2:5-6). El clericalismo, disfrazado de preocupación por los otros, en realidad lo que busca es el dominio, fomenta el culto a la personalidad del dirigente, hace dependientes del líder a los congregantes. No hace crecer a quienes dice servir, sino que entiende la autoridad en el sentido del autoritarismo latinoamericano: la autoridad es la que manda, ordena qué hacer, qué prohibir, castiga, vigila, premia lealtades y obstaculiza a los rebeldes.

Es necesario revigorizar, doctrinal y prácticamente, la noción bíblica del sacerdocio universal de los creyentes. Sobre todo frente a las tentaciones de liderazgos que se empeñan en concentrar en una persona lo que es tarea de todas la comunidad.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Hilario
21/02/2012
00:32 h
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espero que esto sea de bendicion a todos
 



 
 
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