Lo más parecido al béisbol que he conocido es el críquet. De hecho, son parecidos, con la diferencia de que con el béisbol te enteras de quién ha ganado al acabar el partido. Y comparten que los auténticos genios del deporte representativo de cada país provienen de fuera: los indios dominan el críquet; los
catcher cubanos son los que han dado al béisbol norteamericano el carácter que hoy tiene.
Una vez vi una entrevista con un jugador (bateador) cubano que contaba su afición al deporte: de pequeños, los niños cogían las ramas de las palmeras, verdes, pisaban la base que une la rama al árbol y tiraban de la parte delgada, de la que penden las pequeñas hojas. La base de la rama se usaba para batear la ingeniosa pelota hecha con arroz y globos. Con el resto, tras quitarle las hojas verdes que provocaban finos cortes en los dedos, se podían conseguir unas estupendas espadas. Todo se aprovechaba, todo era reutilizable, todo tenía su sitio. La imaginación estaba bien vista.
Los americanos son mundialmente conocidos por el béisbol (y por el fútbol americano, por supuesto), y todo gira a su alrededor…
pero si me dicen “béisbol”, yo me acuerdo de la imagen en mi cabeza del jugador cubano, descalzo y bajo el sol ardiente, y con las ramas de palmera. Nada que ver con el deporte en sí, pero así están las cosas.
En Nueva York el béisbol es especialmente importante. La ciudad cuenta con más de dos equipos en las ligas mayores. Cualquiera sabe a qué nos referimos cuando decimos los “yankees”, y quién es Joe DiMaggio. Ya no queda nada del Polo Grounds, el mítico estadio de los ahora San Francisco Giants, con sus románticos bancos de madera y olor a puro de la tarde… podía resultar impresionante salir a Harlem y ver el estadio alzado sobre el lomo del río… pero esto son ensoñaciones, vanas ilusiones, bruma lechosa y poco espesa, de un aficionado a las grandes imágenes como yo, que no entiendo de béisbol, y no he visto ningún partido salvo hoy, pero creo que debió ser bonito ver un edificio mítico (y útil de verdad), y apreciar la masa de gente pasando el día (porque los partidos son largos),
con las neveras repletas de hielo y Dr. Pepper para los niños, y Root Beer o Pepsi para los mayores… en pleno verano, donde hijos y padres divorciados podían ser por unos instantes una familia feliz… otra vez, vanas ilusiones… en fin…
Hoy la victoria se queda en casa: New York Yankees – New York Mets. El ganador lo celebrará con un desfile. El perdedor se irá a la cama sin cenar. En el diamante de juego, todo está dispuesto. Yo no lo he sabido hasta ver el partido, pero hoy ha sido un gran día. Esto es un poco extraño, sobre todo si tenemos en cuenta que durante la liga hay béisbol todos los días, así que para hablar de un gran día, o un día muy malo, hacen falta bastantes referencias. Ha habido de todo, eso sí: bates que se han roto con la violencia del golpe, home runs, con fuegos artificiales y todo, un par de peleas entre los jugadores y los entrenadores, desmayos, aplausos, bostezos, y tres horas después, triunfo de los Mets (8-11).
Sí, un gran día, al menos para mi… quizá no tanto para los seguidores de los Yankees. Pero mañana vuelvo a la realidad, y tengo que dirigirme a la meta: Nedham. ¿Tendrán equipo de béisbol allí? ¿Habrá la misma vanidad del que se toma el deporte demasiado en serio, y se pierde las lecciones de humildad que a veces se reciben cuando sufres por tu equipo? ¿Siempre tengo que hacerme tantas preguntas?
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