Han pasado algunos años y todavía me cuesta admitirlo: ¡cuanta razón tenía mí querida abuelita! ¡Ay, si tan sólo me hubiese detenido a considerar su consejo de aquel día! ¡Hasta podría ser médico como nuestro amado director Pedro Tarquis! El cual, dicho sea de paso, de seguro escuchó el consejo de su antecesora. Pero no… me pudo la vena romántica y rebelde; esa más propia de la cándida adolescencia.
Con el artículo de hoy, pretendo dar comienzo a una serie -así, a lo César Vidal, que lo bueno se pega- que bajo un mismo enunciado «Como ser un músico cristiano y no morir en el intento» nos ayude a establecer bases sólidas sobre las cuales edificar, eso que algunos han dado en llamar “Ministerio de Música” y que yo prefiero denominar “Música de un Ministro”, aunque esa será harina de otro costal; a la cual, dedicaremos su espacio en otro momento de esta serie.
TU SUEÑO, EL SUEÑO DE DIOS
Este es el punto de partida. Donde todo comienza. Ese preciso intervalo donde se produce un “engendramiento” entre lo humano (dones naturales) y lo divino (dones espirituales). El instante justo donde todo se detiene, para prestar atención a ese gesto -que entre lo temporal y lo sempiterno- dará como fruto el alumbramiento de un comienzo: tu sueño, y el sueño de Dios.
El lugar elegido para la germinación será tu corazón; el territorio vital donde dará inicio el proceso de perfeccionamiento de Dios en tu vida. Coexistirá en la compañía de tus propios deseos carnales, los cuales librarán una batalla por conquistar el núcleo de tu espíritu; el centro de tus decisiones: quien eres tú y tus motivaciones.
El propósito de Dios es convertirte en un hombre o mujer cabal. Mudar tu corazón soberbio por otro dependiente y establecer su trono en el epicentro de tu alma. El proceso no será instantáneo; precisará de un espacio, que en el mejor de los casos dará a luz sus primicias, en el preciso instante en que accedas a la dimensión del siervo.
TU SUEÑO, TU PRUEBA, TU FE
A Dios le gusta probar nuestros sueños. Tu sueño demandará fe por tu parte para creer que Dios cumplirá su plan en ti.
El mejor ejemplo de ello lo encontramos en el joven José, personaje bíblico, el cual experimentó en carne propia el que sus hermanos lo despreciarán, lo desposeyeran de toda heredad e incluso lo arrojarán a un pozo. El relato antiguo nos deja ver como a continuación fue vendido a modo de esclavo a los egipcios, a los cuales sirvió por muchos años.
“Y dijeron el uno al otro: he aquí viene el soñador. Ahora pues, venid, y matémosle y echémosle en una cisterna, y diremos: alguna mala bestia lo devoró; y veremos que será de sus sueños” (Génesis 37:19-20).
Todo aquel que tiene un sueño de Dios será criticado. Y si aún no lo has sido, ¡espéralo! Al igual que José estarás expuesto a duros, y en ocasiones hasta arbitrarios juicios.
El
proceso, el particular
proceso de Dios en la vida de José demoró años. Hasta que su sueño, el sueño de Dios, se cumplió en su vida.
“La fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros (como está escrito: te he puesto por padre de muchas gentes) delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que son, como si fuesen” (Romanos 4:16-17).
Tu fe durante el proceso determinará, no el lugar en el que te encuentras, sino al que te diriges.
ES TU SUEÑO, SUEÑALO, ESPERALO
Recuerda que es tu sueño. El sueño que Dios depositó en tu corazón. El cual fue preparado para ti antes que fueses formado en el vientre de tu madre: El lo había dispuesto así.
El
proceso será largo; en ocasiones tedioso. Te sentirás solo: como cruzando un desierto. El camino no estará exento de obstáculos que intentarán impedirte avanzar. En todo tiempo ten presente tu meta y tu galardón. Como diría esa popular ranchera: “que no hay que llegar primero; sino hay que saber llegar”.
Haz que tu sueño marque una realidad en tu vida.
Continuará…
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